Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el sacrílego robo, tráfico y venta de Hostias consagradas para la
realización de blasfemas “misas negras” o satánicas. Para mayores detalles,
consultar el siguiente enlace:
Canto
de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
de la Hora Santa y del rezo del Santo Rosario (misterios a elegir).
Primer
Misterio.
Con relación a la acción de la gracia, que obra
la participación del alma en la naturaleza divina, los Padres aplican a este misterio
diversas imágenes. San Atanasio, por ejemplo, compara la divinidad con el ámbar
o bálsamo, que comunica su suavidad a los objetos que toca, o también con el
sello que en la cera blanda deja grabada su imagen. A su vez, San Gregorio
Nacianceno afirma que nuestra naturaleza está íntimamente unida a Dios por la
gracia y que participa de sus propiedades, al igual que una gota de agua,
arrojada a un vaso de vino y absorbida por éste, toma el mismo color, olor y
sabor. Santo Tomás, siguiendo a san Basilio, nos evoca la imagen del hierro: por
sí mismo es duro, frío e informe, se vuelve ardiente, luminoso, flexible,
cuando se lo coloca en el fuego y éste lo penetra; es de notar que no por eso
pierde su esencia. Así, nuestro corazón, antes de recibir la gracia
santificante, es como el hierro -duro, frío, negro-, mientras que, cuando la
gracia obra sobre él, haciéndolo partícipe de la naturaleza divina, se
convierte en una brasa ardiente: maleable al Divino Amor, rojo llameante,
encendido en el fuego del Divino Amor.
Meditación.
Rezo del Primer Misterio. Padrenuestro, diez
Avemarías, Gloria.
Segundo Misterio.
El que sabe que Dios es la luz más pura, el
fuego del amor eterno, comprenderá sin dificultad, cómo, al abajarse con toda
su gloria hasta su criatura y al admitirla en su seno sin aniquilarla, la puede
penetrar de su luz y de su ardor, hasta el punto de hacer desaparecer su
poquedad natural y su debilidad, de suerte que parezca quedar completamente
absorbida en Dios[1].
Es decir, Dios es Luz Eterna; esa Luz Eterna brilla con todo su resplandor en
la Sagrada Eucaristía y cuando comulgamos, no solo recibimos a esa Luz Eterna,
sino que somos convertidos, por participación, en Luz Eterna. De la “nada más
pecado” que somos, pasamos a ser partícipes de la luz y de la santidad divina
trinitaria. Así es la maravillosa acción de la gracia santificante en el alma,
que convierte a nuestras almas, que en sí mismas son tinieblas, en Luz Eterna
por participación.
Meditación.
Rezo del Segundo Misterio. Padrenuestro, diez
Avemarías, Gloria.
Tercer Misterio.
Para darnos una idea del valor de la gracia y de
lo que perdemos con el pecado mortal, tomemos el siguiente ejemplo: supongamos
que Dios resume en un solo hombre todas las maravillas de la creación, y así este
hombre es más fuerte que el león, más bello que la aurora y que las flores del
campo, más refulgente que el sol, más radiante que los querubines. Ahora supongamos
que este hombre tan afortunado arriesga todos estos bienes en una jugada de
dados. ¿Quién contemplaría sin estremecerse tamaña locura, semejante
ingratitud? ¡Y nosotros vendemos nuestra intimidad con Dios, vendemos el
esplendor del sol divino, la fuerza de las virtudes divinas a la carne
miserable, hija de la corrupción, hermana y madre de gusanos! ¡Qué pensar ante
un hecho tan desolador y por desgracia repetido a diario! Por eso, ante el
pecado mortal de un solo hombre, los ángeles del cielo lloran, por así decirlo,
lamentando tamaña insensatez. ¡Que Nuestra Madre, la Virgen de la Eucaristía,
nos conceda la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial
deliberado!
Meditación.
Rezo del Tercer Misterio. Padrenuestro, diez
Avemarías, Gloria.
Cuarto Misterio.
Aquellos que, por la acción de la gracia
santificante, tienen puros los ojos y el alma sana, procuren de guardar con celo
y honor tan altísima dignidad; por la gracia de la filiación divina, tienen el
ineludible deber de amar con todas las fibras de su corazón a su Padre, el
Padre de las luces. Si los planetas pudieran darse cuenta de su belleza, se
mostrarían sumamente reconocidos al sol, ya que gracias a la luz recibida de él
se convirtieron en su imagen resplandeciente. Un príncipe profesa amor a sus
antepasados, un hijo a su padre, cada cual a su semejante. ¿Y por qué nosotros,
los católicos, convertidos en hijos de Dios por la gracia de la filiación no elevamos,
desde nuestra nada, el sentimiento de parentesco y semejanza hacia nuestro
Padre Dios?
Meditación.
Rezo del Cuarto Misterio. Padrenuestro, diez
Avemarías, Gloria.
Quinto Misterio.
Como católicos, como hijos de Dios, debemos
tener un aprecio por nuestra dignidad de hijos de Dios, que el que los
filósofos paganos, esclarecidos por la razón, de la dignidad humana. Para los grandes
filósofos pre-cristianos, como Aristóteles, Platón, Sócrates, el hombre
constituía una maravilla, la médula, el corazón del mundo, el rey de la
creación y tenían razón en hacer estas consideraciones, puesto que esa es la
realidad. Entonces, si el hombre a la luz de la razón aparecía tan grande, ¿qué
será a la luz de la fe? Abramos los ojos de nuestra alma y sigamos el aviso de San
Juan Crisóstomo: “Os ruego y os suplico que no permitáis que los más bellos
dones del cielo (aquéllos que hemos recibido por la gracia de Cristo) aumenten
a causa de su misma grandeza, el pecado de nuestra negligencia”. Pidamos a
Nuestra Madre del Cielo, Nuestra Señora de la Eucaristía, que interceda por
nosotros para que no seamos víctimas de nuestra propia negligencia, como nos
advierte San Juan Crisóstomo y para que siempre tengamos en tan alta estima a
la gracia santificante, que elijamos siempre morir antes que perderla por el
pecado mortal o venial deliberado.
Meditación.
Rezo del Quinto Misterio. Padrenuestro, diez
Avemarías, Gloria.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria
pidiendo por las intenciones del Santo Padre y por las Almas del Purgatorio.
Canto de salida: “Los cielos, la tierra y el
mismo Señor Dios”.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las
maravillas de la gracia divina, Editorial Herder, Barcelona 1051 16.