lunes, 16 de junio de 2025

Hora Santa en reparación por tráfico sacrílego de Hostias consagradas para ser utilizadas en misas negras o satánicas 260525

 



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el sacrílego robo, tráfico y venta de Hostias consagradas para la realización de blasfemas “misas negras” o satánicas. Para mayores detalles, consultar el siguiente enlace:

https://www.instagram.com/reel/DJHZyK1OLi0/?igsh=eTBucjNhOXpzZnE0&fbclid=IwY2xjawKh6nRleHRuA2FlbQIxMABicmlkETFyQjRxOFhaWUFkMjRUMU0xAR7wHyx7OXD22PCb_ONVrJpGuPcgi8DBNbH977gqj7vzLGiyQR6b9z5DFZ7POg_aem_yRdIdG7GCts6QuNKeFxDSQ

Canto de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio de la Hora Santa y del rezo del Santo Rosario (misterios a elegir).

Primer Misterio.

Con relación a la acción de la gracia, que obra la participación del alma en la naturaleza divina, los Padres aplican a este misterio diversas imágenes. San Atanasio, por ejemplo, compara la divinidad con el ámbar o bálsamo, que comunica su suavidad a los objetos que toca, o también con el sello que en la cera blanda deja grabada su imagen. A su vez, San Gregorio Nacianceno afirma que nuestra naturaleza está íntimamente unida a Dios por la gracia y que participa de sus propiedades, al igual que una gota de agua, arrojada a un vaso de vino y absorbida por éste, toma el mismo color, olor y sabor. Santo Tomás, siguiendo a san Basilio, nos evoca la imagen del hierro: por sí mismo es duro, frío e informe, se vuelve ardiente, luminoso, flexible, cuando se lo coloca en el fuego y éste lo penetra; es de notar que no por eso pierde su esencia. Así, nuestro corazón, antes de recibir la gracia santificante, es como el hierro -duro, frío, negro-, mientras que, cuando la gracia obra sobre él, haciéndolo partícipe de la naturaleza divina, se convierte en una brasa ardiente: maleable al Divino Amor, rojo llameante, encendido en el fuego del Divino Amor.

Meditación.

Rezo del Primer Misterio. Padrenuestro, diez Avemarías, Gloria.

Segundo Misterio.

El que sabe que Dios es la luz más pura, el fuego del amor eterno, comprenderá sin dificultad, cómo, al abajarse con toda su gloria hasta su criatura y al admitirla en su seno sin aniquilarla, la puede penetrar de su luz y de su ardor, hasta el punto de hacer desaparecer su poquedad natural y su debilidad, de suerte que parezca quedar completamente absorbida en Dios[1]. Es decir, Dios es Luz Eterna; esa Luz Eterna brilla con todo su resplandor en la Sagrada Eucaristía y cuando comulgamos, no solo recibimos a esa Luz Eterna, sino que somos convertidos, por participación, en Luz Eterna. De la “nada más pecado” que somos, pasamos a ser partícipes de la luz y de la santidad divina trinitaria. Así es la maravillosa acción de la gracia santificante en el alma, que convierte a nuestras almas, que en sí mismas son tinieblas, en Luz Eterna por participación.

Meditación.

Rezo del Segundo Misterio. Padrenuestro, diez Avemarías, Gloria.

Tercer Misterio.

Para darnos una idea del valor de la gracia y de lo que perdemos con el pecado mortal, tomemos el siguiente ejemplo: supongamos que Dios resume en un solo hombre todas las maravillas de la creación, y así este hombre es más fuerte que el león, más bello que la aurora y que las flores del campo, más refulgente que el sol, más radiante que los querubines. Ahora supongamos que este hombre tan afortunado arriesga todos estos bienes en una jugada de dados. ¿Quién contemplaría sin estremecerse tamaña locura, semejante ingratitud? ¡Y nosotros vendemos nuestra intimidad con Dios, vendemos el esplendor del sol divino, la fuerza de las virtudes divinas a la carne miserable, hija de la corrupción, hermana y madre de gusanos! ¡Qué pensar ante un hecho tan desolador y por desgracia repetido a diario! Por eso, ante el pecado mortal de un solo hombre, los ángeles del cielo lloran, por así decirlo, lamentando tamaña insensatez. ¡Que Nuestra Madre, la Virgen de la Eucaristía, nos conceda la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado!

Meditación.

Rezo del Tercer Misterio. Padrenuestro, diez Avemarías, Gloria.

Cuarto Misterio.

Aquellos que, por la acción de la gracia santificante, tienen puros los ojos y el alma sana, procuren de guardar con celo y honor tan altísima dignidad; por la gracia de la filiación divina, tienen el ineludible deber de amar con todas las fibras de su corazón a su Padre, el Padre de las luces. Si los planetas pudieran darse cuenta de su belleza, se mostrarían sumamente reconocidos al sol, ya que gracias a la luz recibida de él se convirtieron en su imagen resplandeciente. Un príncipe profesa amor a sus antepasados, un hijo a su padre, cada cual a su semejante. ¿Y por qué nosotros, los católicos, convertidos en hijos de Dios por la gracia de la filiación no elevamos, desde nuestra nada, el sentimiento de parentesco y semejanza hacia nuestro Padre Dios?

Meditación.

Rezo del Cuarto Misterio. Padrenuestro, diez Avemarías, Gloria.

Quinto Misterio.

Como católicos, como hijos de Dios, debemos tener un aprecio por nuestra dignidad de hijos de Dios, que el que los filósofos paganos, esclarecidos por la razón, de la dignidad humana. Para los grandes filósofos pre-cristianos, como Aristóteles, Platón, Sócrates, el hombre constituía una maravilla, la médula, el corazón del mundo, el rey de la creación y tenían razón en hacer estas consideraciones, puesto que esa es la realidad. Entonces, si el hombre a la luz de la razón aparecía tan grande, ¿qué será a la luz de la fe? Abramos los ojos de nuestra alma y sigamos el aviso de San Juan Crisóstomo: “Os ruego y os suplico que no permitáis que los más bellos dones del cielo (aquéllos que hemos recibido por la gracia de Cristo) aumenten a causa de su misma grandeza, el pecado de nuestra negligencia”. Pidamos a Nuestra Madre del Cielo, Nuestra Señora de la Eucaristía, que interceda por nosotros para que no seamos víctimas de nuestra propia negligencia, como nos advierte San Juan Crisóstomo y para que siempre tengamos en tan alta estima a la gracia santificante, que elijamos siempre morir antes que perderla por el pecado mortal o venial deliberado.

Meditación.

Rezo del Quinto Misterio. Padrenuestro, diez Avemarías, Gloria.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por las intenciones del Santo Padre y por las Almas del Purgatorio.

Canto de salida: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.

 



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Herder, Barcelona 1051 16.