Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por la profanación de un templo católico en San Pablo, Brasil, por parte de un sacerdote
católico, al impartir de modo inadecuado -y por lo tanto, cometiendo un
sacrilegio- a practicantes de una espiritualidad satánica como es el vudú.
Canto de entrada: “Oh, Buen Jesús, yo creo firmemente”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Cuando
observamos la diversidad de las criaturas, vemos que unas son más perfectas que
otras, de manera que todas forman una escala armónicamente graduada en cuyo
término Dios ocupa el único lugar transcendente. Hay cuerpos sin vida, como las
piedras y los metales; otros poseen una vida primitiva, como las plantas; luego
los animales tienen además sensibilidad y movimiento; finalmente, el hombre
posee la razón, mediante la cual puede conocer y amar seres que carecen de
cuerpo. Sobre el hombre se encuentran los espíritus puros, invisibles a nuestra
vista, cada uno de los cuales tiene su perfección propia; a estos seres los
llamamos “ángeles” y estos se dividen a su vez en ángeles caídos, los que se
rebelaron contra la Santísima Trinidad y los ángeles de Dios, los que se mantuvieron
fieles. Por último, en un puesto infinitamente más elevado se encuentra la
naturaleza divina; ninguna criatura se le parece en espiritualidad; ninguna
tiene en sí capacidad para contemplar a Dios tal como es, ni de sumergirse en
él por el amor. Comparadas con el sol divino, las otras naturalezas no pasan de
ser tinieblas y son incapaces de reflejar naturalmente la perfección divina[1].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Esta
naturaleza divina, por el infinito poder de su caridad, atrae a la nuestra, la
adopta en su seno por la gracia, sumergiéndola como se sumerge el hierro en el
horno. Es por esta acción de la gracia, recibida en el Bautismo Sacramental,
que pertenecemos a la raza de Dios, como la palmera al reino vegetal y el león
al animal. Por increíble que pueda parecer y aunque no seamos capaces de entenderlo
-y tampoco de agradecerlo como se debe-, por la gracia conseguida por el
Sacrificio en Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, la promesa divina, “Seréis como
dioses”[2], se hace realidad, puesto que
la gracia nos diviniza, sublimando nuestra naturaleza humana en partícipe de la
naturaleza divina.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Si
Dios eligiera, de entre todos los hombres y todos los ángeles, una sola alma
para comunicarle el resplandor de la dignidad divina, esta alma haría palidecer
la hermosura del sol, de la naturaleza entera y de todos los espíritus puros;
dejaría sin palabras y llenos de admiración, no sólo a los mortales, sino hasta
a los mismos ángeles, quienes se verían como tentados de adorarla, como si
fuera el mismo Dios en persona. Siendo esto así en la realidad, por la gracia santificante,
¿cómo es posible que hagamos tan poco caso de este mismo bien, siendo así que
se nos dispensa con tanta prodigalidad? ¿Cómo puede ser que no solo la ignoremos
a la gracia, sino que tengamos preferencia por su exacto opuesto, el pecado? ¿Puede
ser posible tanta ingratitud por parte nuestra?
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Cuando
queremos conseguir algo, ya sea por ambición, o por amor propio, o por deseo de
alcanzar dinero o vanagloria mundana, no dejamos esfuerzo por hacer, para acercamos
a aquellos que el mundo llama “grandes”. Y, sin embargo, ¡despreciamos la
intimidad de Dios, la participación en el gozo y en el Amor Divino que Dios nos
concede con tanta liberalidad! También sucede que cuando alguien es echado del
consejo del rey queda avergonzado e inconsolable. Sin embargo, es inconcebible que
para nosotros no resulta en absoluto, ni una amarga pérdida, ni mucho menos una
herida incurable el vernos privados, por el pecado mortal, de la compañía de
Dios, del Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón, el no pertenecer ya a
su raza, el ser expulsado de su familia. De hecho, Dios mismo desprecia al que
desprecia la comunión con su bondad, con su divinidad; semejante hombre se hace
enemigo de su propio honor, de su razón, de sí mismo y de Dios. esta ingratitud
de nuestra parte se hace todavía más agraviante para con Dios cuando sabemos,
porque así nos dicen los teólogos que, al concedernos la gracia, Dios no solo
nos comunica la dignidad divina sino también la perfección divina y es por esta
gracia que nuestra alma se parece sobrenaturalmente a Dios.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Las
palabras de San Cirilo de Alejandría, en relación a qué tipo de acción
divinizante realiza la gracia santificante en nuestras almas, son contundentes.
Dice así el santo: “Somos participantes de la naturaleza divina por la unión
con el Hijo y el Espíritu Santo; no sólo de nombre, sino en realidad, cuantos
hemos creído somos semejantes a Dios, pues hemos sido revestidos de una beldad
que sobrepasa la de cualquier criatura. Cristo se ha formado en nosotros de una
manera inefable y no como una criatura en otra, sino como Dios en la naturaleza
creada, transformando, por el Espíritu Santo, la creación, esto es, a nosotros
mismos, en su imagen, elevándola a una dignidad sobrenatural”. Es decir, la
gracia nos hace real y verdaderamente participantes de la naturaleza divina
trinitaria, nos hace semejantes a la Trinidad, haciendo de nosotros nuevas
creaturas. De esto resulta inconcebible e incomprensible que despreciemos e
ignoremos a la gracia santificante que nos comunican los Santos Sacramentos. Hagamos
el propósito, si por lo pronto no reconocemos y agradecemos el don del infinito
Amor Divino que la gracia implica, de al menos apreciar este don y elevar
plegarias de adoración a la Santísima Trinidad por un don tan inefable y tan
inmerecido de parte nuestra.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro
y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “La Virgen María nos reúne en Nombre del Señor”.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones del
Santo Padre.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las
maravillas de la gracia divina, Editorial Herder, Barcelona 1051 16.
[2] Cfr Jn 10, 34.