Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación y desagravio por la exposición explícitamente demoníaca
y por lo tanto blasfema, llevada a cabo en la iglesia parroquial de San
Aubin en Épinay, archidiócesis de Rouen, Francia, entre los días 29 de junio y 01 de julio de
2014. La exposición constaba de dibujos y esculturas demoníacos, los cuales
representan la abominación de la desolación y la muerte, la revolución y el
odio contra Dios, en un lugar -la Iglesia- en el que se celebra la Santa Misa,
en donde se hace Presente el Dios Viviente, Cristo Jesús en la Eucaristía y por
eso el ultraje y la blasfemia inaceptables, que de ninguna manera podemos
aceptar. Para mayores detalles, consultar el siguiente enlace:
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La Encarnación del Verbo de Dios, de Dios Hijo, de la
Segunda Persona de la Trinidad, supone para nosotros una fuente infinita de
gracias, desde el momento en el que en Jesucristo, al unirnos a Él por la
gracia santificante, nos convertimos en Hijos de Dios, en miembros de su Cuerpo
Místico y en sus coherederos[1],
un privilegio jamás concedido antes de la Encarnación del Verbo a nadie, ni
siquiera a los ángeles, un privilegio que deifica a la naturaleza humana, tal
como lo dice el mismo Señor Jesús: “Sean perfectos como Dios, vuestro Padre” (cfr.
Mt 5, 48).
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
La Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad
procura a Dios una gloria infinita, según Santo Tomás de Aquino, gloria que
resulta ser la consecuencia de un acto de amor infinito -por parte de Dios Hijo
encarnado hacia Dios Padre, en el Amor del Espíritu Santo-, que así repara
todas las obras del pecado del mundo caído luego del Pecado Original. Y esto es
así, porque nada es más digno del Sumo y Eterno Bien que comunicarse a Sí mismo
a las creaturas, aún cuando las creaturas sean pecaminosas.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un
Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Este principio -la auto-comunicación de Dios al hombre
pecador- lo expone San Francisco de Sales en su “Tratado del Amor de Dios”: “Dios
conocía eternamente que Él podía hacer una cantidad innumerable de creaturas,
en diversas perfecciones y cualidades, a las cuales Él se podía comunicar”. Este
don de Sí mismo sería más perfecto si se hiciera por la Encarnación: “Así como
el Padre comunica toda su infinita e indivisible divinidad al Hijo, produciendo
así al Espíritu Santo, de la misma manera (la Persona del Hijo) se comunicó a
una naturaleza creada -la naturaleza humana de Jesús de Nazareth-, uniéndose
ambas naturalezas, la humana y la Divina, pero sin confusión, guardando cada
una sus propiedades, unidas ambas en la misma y única Persona del Hijo (unión
hipostática)”[2].
Por eso es que Jesús no es un hombre más entre tantos, ni tampoco un hombre
simplemente santo, ni siquiera el más santo entre los santos, sino que es Dios Tres
veces Santo, el Dios que Es la Santidad Increada en Sí misma.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Si bien nosotros, en cuanto creaturas humanas, debemos
dar gloria a Dios por ser Él Quien ES, Dios de infinita majestad y gloria, esa
acción de gracias, realizada por nosotros mismos, es absolutamente inferior a
la que Dios se merece. Para que Dios reciba la gloria y la acción de gracias
que Él se merece, viene en nuestro auxilio, por así decirlo, la liturgia[3]
eucarística, por cuanto la misma nos revela que, prolongando su Encarnación en
el Santísimo Sacramento del Altar, Jesús Sacramentado, a través de su Esposa,
la Iglesia, rinde honor y gloria a Dios en el tiempo y en el espacio, en todo
tiempo histórico entendido como devenir histórico y en todo espacio geográfico
de nuestra tierra, allí donde está la Iglesia y allí donde la Santa Iglesia
celebra el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
La Eucaristía aumenta todavía más -aún más, sin
medida- la glorificación que cada creatura, cada ser humano -yo, en persona,
como persona humana-, puedo dar a la Trinidad, porque por medio de la
Encarnación y por medio de la prolongación de la Encarnación, que es la
Eucaristía, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, deciden llevar a cabo el
Misterio Pascual de la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección del Verbo
Eterno del Padre, tanto para salvar a toda la especie humana, como si fuera
para una sola persona, es decir, para mí solamente, entendido como ser persona
en particular. El Verbo no solo se encarna, sino que además se dona como
alimento celestial que nutre el alma con la substancia super-abundante y
sobrenatural de la naturaleza divina trinitaria; yo lo hago mío según mis disposiciones
de gracia y hago míos todos los bienes sobrenaturales que la Carne inmolada y
la Sangre derramada del Cordero de Dios comunican a Su Cuerpo Místico. De esta
manera la Santa Iglesia Católica glorifica a Dios por medio de la Santa Misa,
que es una Acción de Gracias por antonomasia y por partida doble, por la
Encarnación, que se prolonga en la Eucaristía y por el Amor esencial que por
este medio sacramental -el Santísimo Sacramento del Altar- quiere comunicarse
del modo más entera y perfectamente posible a su Cuerpo Místico, al ser
recibido por la Eucaristía Jesús, el Cordero de Dios.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré, y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Francois Charmot, S. J., La Messe, source de sainteté,
Editorial Spes, Francia 1959, 40.
[2] Cfr. Charmot, ibidem.
[3] Cfr. Charmot, ibidem, 41.
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