Inicio: ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una “gravísima
profanación a la Eucaristía”, ocurrida en Alcalá de Henares, España, el pasado
8 de septiembre del corriente año. La información acerca de tan lamentable
episodio se puede encontrar en el siguiente enlace: https://infovaticana.com/2017/09/08/denuncian-una-gravisima-profanacion-una-parroquia-alcala-henares/
Basaremos nuestras meditaciones en la
Carta Apostólica Mane Nobiscum del Santo Padre Juan Pablo II. Como siempre lo
hacemos, pediremos por nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, la de
quienes cometieron tan horrible sacrilegio y la conversión del mundo entero.
Nos
unimos al pedido de reparación realizado por el obispo de la diócesis, Monseñor
Reig Plá: “El obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Plá, ha
manifestado su gran dolor por esta grave profanación y ha pedido oraciones en
reparación por este acto y por quienes lo han cometido, para que se
arrepientan, pidan perdón y devuelvan las formas consagradas, los santos óleos
y los objetos robados”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
En la misma tarde de la resurrección, el Señor Jesús,
glorioso y resucitado, se apareció a los discípulos de Emaús. Estos, aunque aún
no lo había reconocido –lo habían tratado de “forastero”-, le piden que “se
quede con ellos, porque atardece y el día ya se acaba” (cfr. Lc 24, 29). No lo
reconocían, pero ya habían experimentado el “ardor del corazón” cuando Él les
explicaba las Escrituras. Jesús acepta y luego, en el transcurso de la Santa
Misa, cuando Jesús realiza el acto de partir el pan, infunde su Espíritu en sus
mentes y corazones, de manera tal que ahora sí lo reconocen como al Señor
Jesús, muerto en cruz y resucitado. Con nosotros, que transcurrimos la
existencia terrena en el espacio y tiempo de la historia de la humanidad, Jesús
no se nos aparece como a los discípulos, esto es, con aspecto visible y
glorioso; sin embargo, está con nosotros, vivo, resucitado, glorioso, en la
Eucaristía. En cada Santa Misa, Jesús –en la persona del sacerdote ministerial-
“parte el pan” para nosotros, y se nos dona todo Él, con su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad, en el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná celestial,
la Santa Eucaristía. Y al igual que con los discípulos de Emaús, que al partir
el Pan infundió en ellos el Espíritu Santo, quien les permitió reconocerlo en
su Humanidad gloriosa y resucitada, de la misma manera, en la Santa Misa, al
partir el Pan consagrado, la Hostia bendita, Jesús sopla también sobre nosotros
su Espíritu Santo, de manera que seamos capaces de reconocerlo, aunque oculto a
los ojos del cuerpo, vivo, glorioso y resucitado, con los ojos del alma,
iluminados por la luz de la fe. Por la Eucaristía, Jesús no solo “se queda con
nosotros”, como hizo con los discípulos de Emaús, sino que se queda en nosotros, cuando en estado de gracia
lo recibimos, con fe, con amor y piedad, en la comunión eucarística, como “Pan
Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 51), concediéndonos
en prenda la vida eterna y dándonos a pregustar, ya desde la tierra, el manjar
celestial del banquete eterno propio del Reino de los cielos[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En la Eucaristía, que es el culmen y la fuente de la vida
cristiana, el centro y el corazón de la Iglesia, de donde brota la gracia que
se distribuye por los sacramentos al Cuerpo Místico de Cristo, así como del
corazón del hombre brota la sangre que se distribuye por el cuerpo por medio de
arterias, la Iglesia se nutre de la vida divina que brota del Ser divino
trinitario del Señor, vida que es Amor Eterno y que palpita en el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús. Jesús Eucaristía es el centro no solo de la
Iglesia, sino de la humanidad, porque todo fue creado por Él, en Él, para Él, y
todo se recapitula en Él[2],
en su Santo Sacrificio de la Cruz, renovado sacramental e incruentamente cada
vez en la Santa Misa, que por eso es llamada Santo Sacrificio del Altar. Jesús
Eucaristía es el centro de la historia de la Iglesia y de la humanidad, porque
con su muerte y resurrección, inaugura una Nueva Era para la Iglesia y para la
humanidad, la era de los hijos de Dios, los hijos de la luz; la era de aquellos
que, incorporados a la Iglesia por el Bautismo sacramental, se convierten en
hijos adoptivos de Dios, en hermanos de Cristo y en herederos del Reino. Así
como Jesús, muerto y resucitado, es el centro de la Iglesia y la humanidad, así
el Domingo es el centro de la vida del cristiano, porque todo Domingo participa
del Domingo de Resurrección, resurrección que constituye el sello del triunfo
definitivo, total, absoluto y para siempre, obtenido en la cruz por el Cordero
de Dios, Cristo Jesús. Porque todo Domingo participa del Domingo de
Resurrección –el Pan Eucarístico es el Cuerpo de Jesús resucitado, vivo y
glorioso que resurge victorioso al amanecer del tercer día-, está iluminado por
la Luz Increada que resplandeció en el sepulcro, disipando las tinieblas y
colmando el sepulcro con una luz más brillante que miles de soles juntos. Y esa
luz inefable, que proviene del Ser trinitario de Jesús, Persona Segunda de la
Trinidad, se oculta a los ojos del cuerpo en la Eucaristía, pero se revela a
los ojos del alma por la comunión eucarística. Ésta es la razón por la cual el
Domingo es el día-símbolo de la eternidad; es el Dies Domini, el Día del Señor Jesús, muerto y resucitado, que
renovando incruenta y sacramentalmente su sacrificio en cruz, nos dona no su
Cuerpo muerto en la cruz, sino su Cuerpo vivo, lleno de la luz, de la gloria y
del Amor divino en la Eucaristía.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Eucaristía es un misterio de luz[3],
porque la Eucaristía es Jesús vivo, resucitado, glorioso, que ha triunfado de
la muerte y ha vencido al Demonio y al pecado, de una vez y para siempre por su
sacrificio en cruz. Y este sacrificio en cruz es renovado cada vez, incruenta y
sacramentalmente, en la Santa Misa, por lo que la Misa es también un misterio
de luz, el misterio de luz por excelencia. Jesús se presenta a sí mismo como “luz
del mundo” (cfr. Jn 8, 12), y es verdad que Jesús es luz, pero no es una luz
creada; no es una luz creatural, como la luz del sol o la luz que da el fuego:
Jesús es la Luz Increada, puesto que es Dios, es la Segunda Persona de la
Trinidad y es propio de su Ser divino trinitario el ser luz. Jesús es luz, y es
una luz Viviente, que da vida divina a quien ilumina, además de comunicar el
Amor de Dios a quien Él desea iluminar. Es esta luz divina, que brota de su
naturaleza la divina, la que se deja ver a través de su naturaleza humana en el
Monte Tabor, en la Transfiguración, y luego en el Santo Sepulcro, el día de la
Resurrección. Pero esta luz también se deja ver, aunque no a los ojos del
cuerpo, pero sí a los ojos de la fe, en el Nuevo Monte Tabor, el Altar
Eucarístico, en donde Jesús renueva su Pasión, Muerte y Resurrección, para
entregarse como Pan de Vida eterna en la Eucaristía. Esta luz Increada se
revela a los ojos de la fe en la Eucaristía, porque allí resplandece el Cordero
de Dios, Jesucristo, con su Cuerpo glorificado, lleno de la luz y de la vida
divina, el mismo Cuerpo glorificado, con la misma luz y la misma vida divina
con la que, triunfante, resucitó al tercer día, derrotando a la muerte, al
demonio y al pecado. Por esta razón, el Altar Eucarístico es el Nuevo Santo
Sepulcro, en donde el Hombre-Dios, luego de renovar incruenta y
sacramentalmente su Sacrificio en Cruz, se dona a Sí mismo, con su Cuerpo
glorioso y resucitado, en la Eucaristía. Jesús deja libre el Santo Sepulcro, el
Domingo de Resurrección, al resucitar, para ocupar, con su Cuerpo vivo y
glorioso, el Altar Eucarístico, cada Domingo, cada Santa Misa. Y así como
iluminó al mundo y a la Iglesia desde el sepulcro, con la luz divina de su Ser
trinitario el Domingo de Resurrección, así ilumina las almas, con esa misma luz
divina, desde la Eucaristía, Fuente de Vida divina y Luz Increada en sí misma.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Eucaristía es el alimento del alma, un alimento
super-substancial, que al tiempo que nutre al alma, la deleita con un sabor
exquisito, celestial, porque aquello con que el alma se alimenta, al comulgar,
es la Carne del Cordero de Dios, su Cuerpo glorificado y resucitado, y la
Sangre de su Corazón traspasado, que contiene el Amor de Dios: “Mi carne es
verdadera y comida y mi sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55). La Eucaristía no es un alimento terreno, sino celestial;
es un pan, pero un Pan Nuevo, hecho con el grano de trigo caído en tierra y
molido en la Pasión, Cristo Jesús; es el Pan que ha sido cocido con el Fuego
del Divino Amor, el Espíritu Santo, en el horno ardiente que es el Corazón
mismo de Dios Uno y Trino; es el Verdadero Maná bajado del cielo, que alimenta
nuestras almas en el peregrinar, por el desierto de la historia y de la vida
humana, a la Jerusalén celestial, en el Reino de Dios; es un Pan que parece pan
pero no lo es, porque es la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del
Divino Amor, el Espíritu Santo; es un Pan que solo exteriormente se asemeja al
pan material y terreno, porque es un Pan venido del cielo, que contiene el Ser
divino trinitario y por esto mismo, quien se alimenta de la Eucaristía, se
alimenta con la Vida, el Amor, la Luz, la Sabiduría y la Hermosura divina que
de este Ser trinitario brotan, como de una Fuente inagotable e Increada. Quien se
alimenta de la Eucaristía, come manjar de ángeles; quien decide no nutrirse de
la Eucaristía, condena su alma al más cruel dolor, la sed y el hambre de Dios
no satisfechos, y esto aunque se sirva los más exquisitos manjares de la
tierra. Quien no se alimenta de la Eucaristía, aun cuando alimente su cuerpo
con banquetes terrenos inapreciables, condena a su alma al hambre más atroz, el
hambre del Amor, la Luz y la Vida de Dios, Amor, Luz y Vida divina que solo la
Eucaristía puede dar.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Los discípulos de Emaús no reconocen a Jesús, cuando Él se
les aparece en el camino, glorioso y resucitado y siguen sin reconocerlo hasta
cuando Jesús “parte el pan”[4]. La
fracción del Pan Eucarístico se convierte, así, en la ocasión en la que Jesús
infundirá el Espíritu Santo en las mentes y corazones de los discípulos de
Emaús, y será por el Espíritu Santo que lo reconocerán, a partir de entonces. Jesús
resucitado estuvo en todo momento con ellos, pero solo lo reconocieron “en la
fracción del Pan Eucarístico”, cuando Jesús, junto al Padre, sopla sobre ellos
al Espíritu Santo. El mismo Jesús que sopló el Espíritu al partir el Pan, es el
mismo Jesús que está en la Eucaristía, y es el mismo Jesús que sopla el
Espíritu, con el Padre, sobre el alma de quien lo contempla y se une a Él por
la fe, por el amor y por la comunión eucarística. Por esta razón, la Eucaristía
es un misterio de luz, porque hasta tanto no es infundido el Espíritu Santo, el
alma es incapaz de reconocer a Cristo Dios en la Hostia consagrada, como
tampoco lo reconocían los discípulos de Emaús hasta la fracción del pan. Sólo cuando
el Espíritu Santo, soplado en el alma por el Padre y el Espíritu Santo, en
ocasión de la fracción del Pan Eucarístico en el altar, en la Santa Misa,
ilumina al alma con la luz misma de Dios, solo entonces, el alma puede reconocer
a Jesús en la Eucaristía, y solo entonces su corazón comienza a arder en el Amor
de Dios. Hasta que no obra el Espíritu Santo, el alma vive en la oscuridad y
aunque esté iluminada por el sol y por la luz creatural, ve en la Eucaristía
solo un poco de pan bendecido, y la única manera de salir de esta oscuridad
espiritual para poder comenzar a ver en la Eucaristía al Verbo de Dios, es el
ser iluminada el alma por el Espíritu del Padre y del Hijo, soplado por ambos
en la fracción del Pan del Altar.
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
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