Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por la representación de un Cristo resucitado con
aspecto lejos de la piedad cristiana y afín a la ideología
LGBT.
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
En la
Sagrada Escritura se pueden encontrar señales de que está el alma predestinada
a morir en gracia, es decir, a salvar su alma por la eternidad y a evitar por
lo tanto la eterna condenación en el Infierno[1]. Una
señal es la de tener una fe católica (la fe del Credo de los Apóstoles, la que
reza la Iglesia los Domingos) viva, constante y verdadera y así se dice de
Abraham, “que le fue imputado a justicia y santidad, por lo cual se salvó” y lo
mismo de Noé.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
La fe se
manifiesta como viva cuando se arde en deseos de que Cristo sea conocido, amado
y adorado en el mundo entero, al tiempo de que se aborrezcan las herejías y de
que se estime y respete el culto divino y la Sagrada Escritura y se aparten las
gentes de todo lo mundano, lo pagano, lo oculto y esotérico, todo lo que ofende
a Dios Nuestro Señor, además de que se lleven a cabo por doquier obras de
misericordia corporales y espirituales. Cada uno debe examinarse en cómo le va
en estas cosas y procurar esmerarse en ellas.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Otra señal
de predestinación a la vida eterna en el Reino de los cielos es la guarda
constante y perfecta de los Mandamientos de la Ley de Dios (que comprenden los
Consejos Evangélicos de Nuestro Señor Jesucristo, que son una ampliación y
profundización de los Mandamientos), conservándose sin cometer pecado alguno grave
y permaneciendo delante de Dios en verdad. El mismo Cristo dijo: “Si quieres
entrar en la vida, guarda los Mandamientos” (Mt 19). Por esto fue oída
la oración del rey Ezequías, cuando dijo: “Acordaos, oh Señor, cómo he andado
delante de Vos en verdad” (Is 38).
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Una
tercera señal es padecer tribulaciones, para lo cual dijo el Ángel a Tobías: “Porque
eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase” (Tob 12).
El mismo Salvador, que fue cabeza de los predestinados, dijo que “convino que padeciese
para entrar de esta manera en su gloria” (Lc 21). Entonces, el padecer
tribulaciones y aflicciones, es signo de ser receptor de la benevolencia divina
en esta vida; por eso dice el Apóstol que “Dios azota a quien tiene por hijo” (Heb
12). Y el mismo Señor dice: “Yo reprendo a los que quiero bien” (Apoc
15).
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Dios cela
mucho a los suyos porque los ama y así no les consiente pecar sin castigarlos
luego: “Este Dios celador -dice Orígenes-, si desea y pretende que tu alma se
llegue a Él, si te guarda de pecado, si te corrige, si te castiga, si se indigna
contigo, si se aíra y está como abrasado de celos, conoce en estas cosas que tienes
esperanza de tu salvación eterna”. San Ambrosio dice que como la vid atada se
levanta y podada no se disminuye, antes bien se aumenta, así los cristianos,
mientras son atados, suben y humillados, se ensalzan y heridos, son coronados. No
reniegue el alma que sufre tribulaciones, puesto que señal es de bondadosa
predestinación divina a la eterna salvación.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina
Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 590.
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