Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por la profanación de la Santa Misa realizada por un sacerdote alemán, quien
ofició la misma disfrazado de “rapero”. Para mayores detalles, consultar el
siguiente enlace:
Canto de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Hay señales de predestinación al Reino de los cielos,
como por ejemplo, el tener una fe -la fe católica, la fe del Credo de los
Apóstoles- viva, constante, verdadera, activa; otra, es la guarda perfecta de
los Mandamientos de Dios, procurando conservar al alma sin pecado mortal; otra
señal es la de padecer tribulaciones, ofreciéndolas al Sagrado Corazón por
manos de María Santísima; todas estas señales son claros indicios de que un
alma está predestinada, desde la tierra, a vivir en la eternidad en el Reino de
Dios[1].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Una cuarta señal de predestinación es el dar limosnas
y ejercitar la caridad y la misericordia; en la Sagrada Escritura se prometen,
a esta señal, el perdón de los pecados y el alcanzar de Dios su Divina
Misericordia: “Sed misericordiosos y recibiréis misericordia”. En el libro de Tobías
se dice que “la limosna nos libra de la muerte, ella es la que limpia los
pecados y hace hallar la vida eterna” (Tob 12). Y David dijo: “Bienaventurado
el varón que entiende sobre el necesitado y el pobre; el Señor lo librará en el
día malo” (Sal 40), esto es, en el juicio riguroso de Dios, en la hora
de la muerte. Dios es misericordioso con aquel que es misericordioso para con
sus hermanos.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Una quinta señal de predestinación es la pobreza de
espíritu, que consiste en despegar el corazón de los bienes de la tierra y así,
a la primera de las bienaventuranzas, que es “ser pobre de espíritu”, se promete
el Reino de los cielos. Y Cristo eligió en este mundo a los pobres,
pronunciando contra los ricos -contra los que están apegados a los bienes
materiales- temerosas sentencias: “¡Ay de vosotros, ricos, que tenéis aquí
vuestro consuelo!” y también: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de
una aguja, que un rico entre en el Reino de los cielos” (Mt 9).
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
La sexta señal de predestinación es la humildad, con
la cual consuela San Bernardo a sus monjes: “¿Quién sabe si los nombres de
todos los que aquí veo están escritos en el Cielo y anunciados en el libro de
los predestinados? Porque me parece que veo algunas señales de vuestra vocación
y justificación en el trato de tanta humildad, por lo cual perseverad,
carísimos, en la disciplina que habéis comenzado, para que por la humildad
subáis a lo alto. Éste es el camino perfecto y fuera de él no hay otro”.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
La séptima señal es la caridad de Dios y del prójimo,
porque el Salvador del mundo dijo: “En esto conocerán todos que sois mis
discípulos, si os amareis los unos a los otros”. Y en la oración que nos
enseñó, puso como condición de perdonarnos Dios nuestros pecados, si
perdonáremos nosotros a quienes nos injuriasen. También el Sabio dice: “Deja al
prójimo que te hizo daño y entonces, cuando orares, se te desatarán tus pecados”.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina
Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 590ss.
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