Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por la gravísima ofensa y el infinito ultraje cometidos contra Nuestro Señor Jesucristo
en la localidad de Catemaco en México, en donde individuos impíos y seguidores
de Satanás se atreven a desafiar a Nuestro Señor, realizando sacrílegas misas
negras, en las que los brujos invocan, adoran y hacen ofrendas al Ángel caído,
el Príncipe de las tinieblas, al mismo tiempo que ofenden gravemente al Único y
Verdadero Dios, Nuestro Señor Jesucristo, el Cordero de Dios, Cristo Jesús.
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La
Presencia Real, Verdadera y Substancial del Rey de reyes y Señor de señores,
Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, el Verbo de Dios encarnado en el seno
purísimo de María Santísima, es un misterio absoluto[1], sobrenatural, que supera
absoluta y totalmente nuestra capacidad humana racional, por lo cual, para
poder creer en dicha Presencia, es necesario que, además de la Fe sobrenatural
infusa en el Bautismo, nuestra razón humana sea iluminada por la luz de la
gracia santificante.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
La
Presencia del Señor Jesús se traslada, por así decirlo, desde los cielos, en
donde reside eternamente en el seno del Padre, unido a Él por el Espíritu Santo,
por medio de la Santa Misa, oficiada en la tierra por el sacerdote ministerial,
no importa si este es el más humilde de todos o si es un príncipe de la Iglesia
(cardenal, obispo, Papa).
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
La
Presencia Real del Señor en el altar eucarístico es posible debido al milagro
de la Transubstanciación, que ocurre en la Santa Misa, cuando el sacerdote
ministerial pronuncia las palabras de la Consagración sobre las ofrendas del
pan y del vino –“Esto es mi Cuerpo, Éste es el cáliz de mi Sangre”-, palabras
pronunciadas por el mismo Sacerdote Eterno, Nuestro Señor Jesucristo, en la
Última Cena, que fue al mismo tiempo la Primera Misa de la historia.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Por
las palabras de la Consagración se produce el milagro de la Transubstanciación,
es decir, las substancias del pan y del vino se convierten, por el poder del
Espíritu Santo, en la Substancia del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo,
de manera que, antes de la Consagración, el pan era solo pan y el vino era solo
vino y después de la Consagración, el pan es el Cuerpo de Jesús y el vino es la
Sangre de Jesús.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Esto
es posible porque cuando el sacerdote ministerial, en la tierra, durante la
Misa, pronuncia las palabras, no actúa en propia persona, sino in Persona
Christi, es decir, es el mismo Señor Nuestro Jesucristo quien pronuncia las
palabras y les confiere el poder divino, porque Él les concede a las palabras
el poder del Espíritu Santo, quien es el que convierte las substancias
creaturales y terrenas del pan y del vino en las substancias divinas del Cuerpo
y la Sangre del Señor Jesús. Ante los sentidos humanos, todo pareciera que
permanece igual -el tacto, el sabor, el color, el peso- en cuanto a las
especies eucarísticas, pero la fe nos dice que ya no son más pan y vino, sino
el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en Persona en la Sagrada Eucaristía. Postrémonos en adoración ante el
milagro eucarístico y nunca dejemos de dar gracias por el don de la Sagrada
Hostia, el Milagro de los milagros, el Milagro que derrama en nuestras almas el
océano infinito de Amor de la Divina Misericordia.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 99.
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