Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y
el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el increíble sacrilegio y
espantosa profanación cometidos contra la Santa Misa en Italia, por parte de un
sacerdote, al “celebrar” la misma en traje de baño y sumergido en el mar.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
San
Cirilo de Alejandría, Padre de la Iglesia, se vale de tres imágenes para
ilustrar la fusión de amor con Jesús en la Santa Comunión: “El que comulga está
santificado, divinizado en su cuerpo y en su alma a la manera del agua que,
puesta sobre el fuego, hierve… La Comunión actúa como la levadura, que metida
dentro de la masa de harina la fermenta toda… De la misma manera que calentando
juntos dos pedazos de cera, así yo creo que quien se alimenta de la Carne y la
Sangre de Jesús, queda fundido de la misma forma con Él y se encuentra que está
él en Cristo y Cristo en él”[1].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Por eso,
Santa Gema hablaba con asombro de la unión eucarística entre “Jesús y Gema toda”,
y exclamaba extasiada: “¡Cuánta dulzura, Jesús, en la Comunión! Quiero vivir
abrazada contigo, contigo abrazada quiero morir”. Y el Beato Contardo Ferrini
escribía: “¡La Comunión! ¡Oh, dulces caricias del Creador con la creatura! ¡Oh,
inefable elevación del espíritu humano! ¿Qué cosa tiene el mundo que se pueda
comparar con estas alegrías purísimas del Cielo, con estas muestras de la
gloria eterna?”.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Piénsese
también en el valor trinitario de la Santa Comunión. Un día, Santa María
Magdalena dei Pazzi, después de la Comunión, arrodillada ante las novicias, con
los brazos en cruz, alzó los ojos al cielo y dijo: “Hermanas, si
comprendiéramos que el tiempo que duran en nosotros las especies eucarísticas
Jesús está presente y actúa en nosotros inseparablemente con el Padre y el
Espíritu Santo y que, por tanto, es toda la Trinidad Santísima…” y no pudo
terminar de hablar porque fue arrebatada en éxtasis sublime.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Por eso
los santos, cuando podían, no ponían límite al tiempo de la acción de gracias, que
llegaba a durar incluso más de una hora. Santa Teresa de Jesús recomendaba a
sus hijas: “Entretengámonos cariñosamente con Jesús y no perdamos la hora que
sigue a la Comunión: es un tiempo excelente para tratar con Dios y para
presentarle los intereses de nuestra alma… Porque sabemos que Jesús bueno se
queda con nosotros hasta que el calor natural haya consumido los accidentes del
pan, debemos tener gran cuidado en no perder tan bella ocasión de tratar con Él
y presentarle lo que necesitamos”.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
San
Francisco de Asís, Santa Juliana Falconieri, Santa Catalina, San Pascual, Santa
Verónica, San José de Cupertino, Santa Gema y tantos otros, inmediatamente
después de la Santa Comunión caían casi siempre en éxtasis de amor; y entonces,
el tiempo ¡sólo lo medían los Ángeles! También Santa Teresa de Jesús estaba en
éxtasis casi siempre inmediatamente después de comulgar y a veces ¡había que
sacarla a la fuerza del comulgatorio de las monjas!
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al Cielo iré y la contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 68ss.
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