Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación del sagrario
de una capilla de la provincia argentina de Neuquén. Para mayores datos acerca
de este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
La
gracia santificante que nos concede Jesucristo es algo tan grandioso y
maravilloso, que colma sobreabundantemente todos los deseos y propósitos nobles
del hombre[1]. Así,
por ejemplo, si alguien ama la riqueza espiritual del Ser divino trinitario,
Nuestro Señor la concede a quien vive la pobreza de la Cruz, por la cual el
alma se vuelve extraordinariamente rica espiritualmente, al recibir la vida
divina.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Por
el contrario, el pecador ama las riquezas materiales y la abundancia de bienes
terrenos, pero así, aun siendo el hombre más rico del mundo, materialmente
hablando, es un pobre y más que pobre, un miserable, un indigente espiritual,
porque si le falta la gracia santificante, le falta todo, aunque lo tenga todo
desde el punto de vista material. Es por eso que Nuestro Señor dice a estas
almas sedientas de bienes materiales: “Te crees rico, pero eres pobre; te
aconsejo que compres colirio para tus ojos”, significando con esto la gracia
santificante, que hace ver la realidad acerca de cuál es el verdadero bien, la
participación en la vida de la Trinidad.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
La
bienaventuranza cristiana es muy distinta a la falsa felicidad que procura el
mundo; quien está en el mundo, desea y anhela los falsos placeres que este
proporciona y los deleites de la carne y los bienes materiales, pero en nada de
esto está la verdadera felicidad. Según Nuestro Señor Jesucristo, la verdadera
felicidad está en llorar los pecados, se abstienen y hacen penitencia, por eso
es que dijo en el Evangelio: “Bienaventurados los que lloran, porque serán
consolados”[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor que “la causa por la que los hombres hacen injusticia y toman o
retienen lo que es ajeno es porque piensan que eso es lo necesario para la vida
y lo quieren tomar por medios ilícitos, en vez de ganarlo honradamente, pero no
hallarán ni satisfacción ni abundancia como sí lo hacen aquellos que cumplen
perfectamente sus obligaciones y guardan justicia de manera tal que no desean
quedarse con absolutamente nada de lo ajeno y así Cristo señaló por premio a
los que “aman la justicia”, de manera que no pueden sosegarse hasta que
satisfacen a su hermano, que serán hartos y que tendrán en abundancia”[3].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
El
mismo autor continúa de la siguiente manera: “Algunos dejan de hacer obras de
misericordia por no participar de las miserias; dejan de dar limosna al pobre
por no hacerse más pobres; dejan de visitar al enfermo para no contagiarse de
la enfermedad; en cambio los verdaderos misericordiosos obran la misericordia
sin importarles de sí mismos y por eso Nuestro Señor Jesucristo les prometió
por premio la Misericordia Divina.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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