Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la gravísima ofensa cometida
contra la Virgen y Madre de Dios en el Desfile del Orgullo Homosexual en Italia
el día 06 de junio de 2022. Para mayor información, consultar el portal “Tierrapura.org”.
Nos abstenemos de dar el enlace, para evitar la propagación de una imagen que
indigna hasta los huesos y hace clamar justicia al Cielo.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Recibir como alimento celestial al Pan de los Ángeles, el
Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús, exige por parte del cristiano una
preparación adecuada, como por ejemplo, el acudir al Sacramento de la Confesión
con frecuencia –para no comulgar en pecado mortal- y el saber a Quién se va a
recibir, es decir, tener conciencia clara sobrenatural de que la Eucaristía no
es un trocito de pan bendecido, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad,
la Persona del Hijo de Dios encarnado, Jesús de Nazareth, la Persona Segunda de
la Trinidad y aceptar esta verdad de fe con piedad y con amor. Sin estos
requisitos, no se puede comulgar, de ninguna manera.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Son los santos los que nos indican el camino para una
adecuada recepción del manjar celestial, la Eucaristía, basados en la Escritura
que dice: “Examínese, pues, cada cual y coma entonces y beba del cáliz. Pues quien
come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación” (1 Co 11, 28). Siguiendo a las
Escrituras, los Santos entonces, para comulgar, obraban de la siguiente manera:
examen de conciencia, arrepentimiento, acusación de los propios pecados,
petición de perdón, acudir incluso diariamente al Sacramento de la Confesión[1].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Con relación a la Santa Comunión, decía San Antonio María
Claret: “Cuando comulgamos, recibimos todos nosotros al mismo Señor Jesús, pero
no todos recibimos las mismas gracias, ni produce en todos los mismos efectos.
Esto se debe a nuestra mayor o menor disposición. Para explicar esto me valgo
de una comparación natural: el injerto. Cuanto más se asemejan las plantas,
tanto mejor es para el injerto. Así, cuanta más semejanza haya entre el que
comulga y Jesús, tanto mejores serán los frutos de la Santa Comunión”. Y es
precisamente la gracia santificante, concedida a través del Sacramento de la
Confesión, el medio excelente para restaurar la semejanza entre el alma y Jesús[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
San Francisco de Sales enseñaba a sus hijos espirituales: “Confesaos
con humildad y devoción… Si es posible, cada vez que comulguéis, aunque no
sintáis ningún remordimiento de pecado mortal en la conciencia”. Ahora bien,
cabe aclarar que si no se puede hacer una confesión sacramental antes de la
Santa Misa, se puede comulgar sin tener pecado mortal, puesto que los pecados
veniales se perdonan con la absolución general que da el sacerdote al inicio de
la Misa y con la misma Eucaristía. Pero, como dice San Francisco de Sales, no
se puede comulgar si se tiene conciencia de pecado mortal; en ese caso, se hace
una comunión espiritual y se espera hasta poder acceder al Sacramento de la
Confesión.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
La Comunión, nos enseña la Santa Iglesia, debe recibirse
estando en gracia de Dios; por eso, cuando se ha cometido un pecado mortal,
incluso habiéndose arrepentido y teniendo un gran deseo de comulgar, es
necesario, es indispensable, confesarse antes de la Comunión; de otra forma se
comente un pecado gravísimo de sacrilegio, para el cual, como dijo Jesús a
Santa Brígida: “¡No existe en la tierra un suplicio que baste para castigarlo!”.
San Ambrosio decía que “los sacrílegos van a la Iglesia con pocos pecados y se
van de ella con muchos”. Y San Cirilo escribía todavía con más fuerza: “El que hace
una Comunión sacrílega recibe en su corazón a Satanás y a Jesucristo: a Satanás
para que reine en él y a Jesucristo para ofrecerlo como víctima a Satanás”[3]. En
cambio, la Confesión hecha antes de comulgar, solamente para dejar al alma, ya
en gracia –porque solo se tienen pecados veniales o imperfecciones-, no es
necesaria pero es preciosa porque reviste al alma con el más bello “traje de
bodas” (Mt 22, 11), con el que sentarse a la mesa de los Ángeles. Por eso las
almas más delicadas han buscado siempre la absolución sacramental frecuente (al
menos cada semana) incluso para las culpas ligeras. En efecto, si la pureza de
alma tiene que ser máxima para recibir a Jesús, ninguna pureza brilla más que
la que se obtiene confesándose, con el lavado en la Sangre de Jesús, que hace
divina, bella y esplendorosa al alma arrepentida: “El alma que recibe la Sangre
Divina se vuelve bella, como revestida con el traje más precioso y tan
resplandeciente que si pudieseis verla estaríais tentados de adorarla” (Santa
María Magdalena de Pazzi)[4].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario