Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la horrible profanación
cometida contra el Altar Eucarístico en Alemania. Para mayores datos acerca de
este aborrecible acto sacrílego, consultar el siguiente enlace:
Además de esto, pedimos
humildemente a estos señores, que claramente han perdido la Santa Fe Católica,
que si es de su agrado inventar una nueva religión, lo hagan, pero una vez que
salgan formalmente de la Iglesia Católica; mientras tanto, les recordamos que “no
se juega con Dios” y también que “de Dios nadie se burla”.
Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
El
Altar Eucarístico es un lugar sacratísimo, puesto que en él se confecciona el
Santísimo Sacramento del altar. Lo que sucede en el Altar Eucarístico durante
la Santa Misa excede lo que la mente humana o angélica pudiesen siquiera
imaginar, porque es la Santísima Trinidad la que se hace Presente en el Altar
Eucarístico, ya que éste, como dijimos, se convierte en el Cielo y el Cielo es
el lugar santísimo de la residencia de la Trinidad.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Al
celebrar la Santa Misa, se desarrolla sobre el Altar Eucarístico un misterio
incomprensible, inefable, sobrenatural, de origen trinitario. Así lo describen
los santos, como Santa Hildegarda de Bingen: “Y después de esto vi que,
mientras el Hijo de Dios pendía en la cruz (…) vi como un altar (…) Entonces,
al acercarse al altar un sacerdote revestido con los ornamentos sagrados para
celebrar los divinos misterios, vi que súbitamente una luz grande y clara que venía
del Cielo acompañada de la reverencia de los ángeles envolvió con su fulgor
todo el altar y permaneció allí hasta que el sacerdote se retiró del altar,
después de la finalización del misterio. Pero también allí, una vez leído el
Evangelio de la paz y depositada sobre el altar la ofrenda que debía ser
consagrada, cuando el sacerdote hubo entonado la alabanza de Dios Todopoderoso –que
es el “Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos”- para comenzar así la
celebración de los misterios, repentinamente un relámpago de fuego de
inconmensurable claridad descendió del cielo abierto sobre la ofrenda misma y
la inundó con toda su luz, tal como el sol ilumina aquello que traspasa con sus
rayos. Y mientras la iluminaba de este modo, la elevó invisiblemente hacia los
(lugares) secretos del cielo y nuevamente la bajó poniéndola sobre el altar,
como el hombre atrae el aire hacia su interior y luego lo arroja fuera de sí:
así la ofrenda fue transformada en verdadera carne y verdadera sangre, aunque a
la mirada humana apareciera como pan y como vino. Mientras yo veía estas cosas,
repentinamente aparecieron, como en un espejo, las imágenes de la Natividad, la
Pasión y la Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de Nuestro
Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo
de Dios estaba en el mundo. Pero, mientras el sacerdote entonaba el cántico del
Cordero Inocente –que es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo- y se
presentaba para recibir la Santa Comunión, el relámpago de fuego antes
mencionado se retiró hacia los cielos; y tan pronto como el cielo se cerró oí
una voz que desde el Cielo decía: “Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de mi
Hijo para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la
justa herencia”[1].
Lo que sucede en el Altar Eucarístico, durante la Santa Misa, excede todo lo que
la creatura humana o angélica pueda siquiera imaginar, pues se trata del
despliegue del misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Sobre
el Altar Eucarístico se despliegan, en el misterio sobrenatural de la eternidad
del Ser divino trinitario, los misterios sobrenaturales, salvíficos e inefables
del Hombre-Dios Jesucristo: su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección, pero
sobre todo es su Pasión y su Crucifixión las que se hacen presentes, porque aboliendo
el tiempo y el espacio, durante la Santa Misa, sobre el Altar Eucarístico, se
hace Presente, en su Acto de Ser divino y eterno, Dios Uno y Trino, que es
quien lleva a cabo la majestuosa obra de la Redención, por medio de la
Crucifixión del Hijo de Dios en el Calvario y por su renovación incruenta y
sacramental sobre el Altar del Sacrificio en cada Santa Misa.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El
Altar Eucarístico es una parte del Cielo durante la celebración de la Santa
Misa y por eso no puede haber nada ni nadie que no sea el Hijo de Dios
encarnado que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Fue en los cielos
eternos en donde resonó el grito del Arcángel San Miguel ante la rebelión del
Ángel caído: “¿Quién como Dios?” y ese mismo Cielo, desde donde fue expulsado
el ángel de las tinieblas, es el mismo Cielo en donde se confecciona el
Santísimo Sacramento del Altar. Por esta razón, colocar un ídolo en el Altar
Eucarístico, es una afrenta directa y gravísima contra la Santísima Trinidad,
similar en todo a la rebelión de Satanás en los Cielos. Quien osare hacer esto,
el colocar un ídolo en el Altar Eucarístico, sufrirá por lo tanto el mismo
castigo del Ángel rebelde.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Sobre
el Altar Eucarístico, convertido en una parte del Cielo en cada Santa Misa, es
la Santísima Trinidad quien, a través del sacerdocio ministerial, la que lleva
a cabo con perfección divina la obra de la redención de la humanidad: Dios
Padre, Presente en el Altar Eucarístico, envía a Dios Hijo, Presente en el
Altar Eucarístico, por medio del Espíritu Santo, Presente en el Altar
Eucarístico, para que renueve, de modo sacramental e incruento, el mismo y
único Santo Sacrificio de la Cruz. Nadie puede osar siquiera a tocar el Altar
Eucarístico, sin cometer grave profanación contra la Santísima Trinidad.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al Cielo iré y la contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
[1] HILDEGARDIS SCIVIAS II, 6-1. Ed.
Adergundis Fürkhötter O. S. B. collab. Angela Carlevaris O. S. B. In: Corpus
Christianorum Continuatio Medievalis. Vol. 43-43a. Turnhout: Brepols, 1978.
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