miércoles, 14 de octubre de 2020

Hora Santa en reparación por profanación de altar eucarístico en EE. UU. 300920

 


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un horrible sacrilegio cometido contra el altar eucarístico de la iglesia de San Pedro y San Pablo en Pearl River, Arquidiócesis de Nueva Orleans. Para mayores detalles acerca del aberrante hecho, consultar el siguiente enlace:

https://www.quenotelacuenten.org/2020/10/11/sacerdote-profana-un-altar-con-dos-prostitutas-en-usa/

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

         El bien sobrenatural que representa la gracia santificante se puede constatar con mayor claridad cuando se observa cuánta fuerza concede al alma para luchar contra la tentación y el pecado; en forma negativa, se puede considerar el bien que es la gracia, cuando se constata su ausencia por motivo del pecado y cuánto daño le hace éste al alma. Por la gracia, el mismo hombre puede ser casi un ángel, cuando la posee, o convertirse en un demonio, cuando no la posee[1].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Hay una gran diferencia, por lo tanto, entre un hombre con gracia o sin gracia. El hombre sin gracia es, como dice San Juan Crisóstomo, “una fiera sin razón, sin ley, precipitado a su perdición”. ¿Y qué es el hombre en estado de gracia? Citando a un autor, podemos decir que es “una regla de la razón, espejo de justicia y moderación”[2]. Sin gracia, el hombre se encuentra sin Dios y así se vuelve una bestia irracional, que dirige su odio contra Dios y su prójimo; con la gracia, el hombre participa del Amor de Dios y ama, con este amor, a Dios y a sus hermanos.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El estado de gracia y sin gracia, en un mismo hombre, se puede ver en las Sagradas Escrituras, a lo largo y ancho de la misma. Por ejemplo, Saúl, David, Salomón, Pablo, Magdalena, Judas. Cuando estaba en gracia, Saúl fue tan modesto y humilde que se escondió para no ser rey de Israel, siendo encontrado sólo cuando Dios lo descubrió. Pero cuando perdió la gracia, fue tan soberbio que no pudo soportar el oír las alabanzas de otro, sino las suyas (1 Re 13); fue tan ambicioso, que se moría de rabia porque entendió que David era el que había de reinar[3]. Y así con muchos ejemplos de su vida. Esto mismo le sucede a todo hombre que está con gracia y sin gracia: con gracia, se asemeja a los ángeles; sin gracia, a los demonios.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Con la gracia, David se destacó por la benignidad y mansedumbre contra sus enemigos, al punto tal, que en un Salmo se dice: “Acordaos, Señor, de David y de toda su mansedumbre” (Sal 131). Y por esta virtud, dijo el Señor que David era “conforme a su corazón”. Sin embargo, cuando perdió la gracia, se convirtió en una bestia rabiosa y deseosa de sangre, al punto que hizo matar impíamente al inocente Urías, además de hacer asesinar a los habitantes de Rabbá[4]. Con la gracia, un David manso; sin la gracia, una bestia asesina. Lo mismo sucede, repetimos, con cada cristiano, de ahí la importancia de que en nuestro ser interior resplandezca siempre la luz de la gracia de Jesucristo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por último, hay otro ejemplo de lo que puede suceder en una persona –en este caso, un ángel-, cuando está en gracia y cuando no la tiene: Lucifer era un ángel hermoso y majestuoso cuando tenía la gracia, pero cuando la rechazó de sí y se convirtió en pecador, se convirtió en la más horrible bestia sobrehumana que ni siquiera puede la mente humana concebir. La diferencia entre el estado de gracia y el estado de privado de la gracia, como en Lucifer en la actualidad y para toda la eternidad, es la diferencia que hay entre el lucero de la mañana y un tizón humeante; es la diferencia de la luz a las tinieblas; de ángel del Cielo a diablo del Infierno. Contemplemos con asombro lo que perdió Lucifer perdiendo la gracia: perdió eternamente a Dios Uno y Trino y se ganó el Infierno, en el cual se quedará perdido para siempre[5]. Consideremos la gravedad de un solo pecado y pidamos en consecuencia la gracia de morir antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).  

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

 

        

        



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 385.

[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 385.

[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 386.

[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 388.

[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 390.

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