La Santa Cruz profanada por un grupo vandálico en España.
La Santa Cruz profanada por grupo pro-abortista
en una universidad católica en Chile.
Inicio:
con dolor, nos
hemos enterado de la profanación sufrida por la Santa Cruz de Nuestro Señor
Jesucristo a manos de dos grupos distintos: un grupo abortista y feminista en una
universidad católica en Chile, y un grupo anónimo de vándalos en Málaga, España,
según consta en los siguientes sitios: https://www.aciprensa.com/noticias/abortistas-profanan-cruz-en-universidad-catolica-de-chile-90741/;
http://www.diariosur.es/axarquia/201511/03/destrozan-cristo-virgen-rincon-20151102232146.html
Ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por estos ultrajes, al tiempo que pedimos por nuestra propia conversión, la de
nuestros seres queridos, y la de quienes cometieron estas profanaciones.
Canto
inicial: “Postrado
a vuestros pies humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario
(misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te adoramos, ¡oh
Cristo! y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo. La Santa
Cruz de Jesús es el verdadero y único Árbol de la vida, porque en ella pende,
como un fruto exquisito, el Cuerpo Sacratísimo del Redentor, que a través de
sus heridas abiertas y su Corazón traspasado, derrama sobre las almas su Sangre
Preciosísima, Sangre que quita los pecados, concede la filiación divina y nos
une al Cuerpo Místico del Redentor en un mismo espíritu, el Espíritu Santo, que
nos da la Vida divina. Sólo la Santa Cruz de Jesús es el Único y Verdadero
Árbol de la Vida y no hay otro, ni lo hubo, ni lo habrá y todo otro árbol que
pretenda arrogarse el título de ser Árbol de la vida, sólo es árbol de muerte e
iniquidad. Como todo “árbol bueno, da frutos buenos” (cfr. Mt 7, 17) y de entre todos los frutos exquisitos que da este Árbol
Santo –paz, alegría, fortaleza de Dios-, hay uno que se destaca por su dulzura;
un fruto tan sabroso, que no hay manjar en el mundo que se le pueda comparar y
este fruto de sabor celestial es el Sagrado Corazón de Jesús, cuya pulpa es el
Espíritu Santo y cuyo jugo son el Agua y la Sangre que salvan a los hombres. Quien
quiera deleitarse con el fruto más exquisito de todos los frutos exquisitos del
Árbol de la Vida, el Sagrado Corazón de Jesús, sólo tiene que acercarse a este
Árbol bendito y extender sus manos, hasta tocar el Costado traspasado del
Señor, de donde fluyen el Agua que santifica a las almas y la Sangre que las justifica;
quien esto haga, quedará saciado en su espíritu con la dulzura sin par de la
Misericordia Divina, que a todos se ofrece y a todos quiere donarse sin límite,
para los pecadores en el tiempo y para los bienaventurados en la eternidad.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al inicio de los tiempos, en el Edén y plantado en el centro
del Jardín del Paraíso, se encontraba el “Árbol de la ciencia del bien y del
mal” (cfr. Gn 2, 17), árbol hacia el
cual Adán y Eva extendieron sus manos -desoyendo la Voz de Dios e instigados
por la voz maligna de la Serpiente Antigua- para tomar el fruto prohibido,
adquiriendo en el instante el conocimiento de que habían ofendido a Dios y que por
lo tanto habían perdido su amistad. Como consecuencia de su desobediencia al haber
tomado del fruto prohibido por la Divina Sabiduría y el Divino Amor, Adán y
Eva, habiendo experimentado un ligero dulzor primero, experimentaron luego la
amargura de este fruto, porque los hizo perder la alegría de ser amigos de Dios
y su lugar en el Edén. Para remediar la desgracia del pecado original abatida
sobre la humanidad a partir del Pecado Original, Dios plantó otro árbol en el
Calvario, el Árbol de la vida, árbol cuyo fruto no es de muerte sino de vida y
de vida eterna, porque el fruto sabrosísimo de este Árbol Tres veces bendito,
es el Sagrado Corazón de Jesús. A diferencia del Árbol del Edén, cuyos frutos
estaban prohibidos para el hombre por parte de Dios, el fruto de este Árbol
Santo no solo no está prohibido, sino que Dios quiere –aún más, es su deseo más
ardiente- que todos los hombres se alimenten y se gocen de la substancia divina
y de la gloria celestial que este fruto contiene en sí mismo, la Sangre y el Agua
del Corazón de Jesús, que santifican y dan vida a las almas. Y a diferencia de
Adán y Eva, que cuando comieron del Árbol del Edén probaron primero dulzura y
después amargura –la amargura del pecado, de la soberbia, de la desobediencia a
Dios y de la pérdida de su amistad-, todo aquel que prueba de este fruto
exquisito, experimenta amargura primero –pero por poco tiempo, y la razón es que
para llegar hasta donde está el fruto, hay que cargar la cruz todos los días y seguir a Jesús por el duro Camino
del Calvario, el Via Crucis para así
dar muerte al hombre viejo-, para experimentar después su dulzura, que es el
Amor de Dios contenido en el Sagrado Corazón. El que come de este fruto saborea
su dulzura incluso en las tribulaciones y en el dolor propios de esta vida, y la
continúa saboreando -ya sin dolor ni pena alguna- en la vida eterna, en el
Reino de de los cielos, para siempre, para siempre. ¡Dichoso aquél que,
negándose a sí mismo y cargando la cruz de cada día, llegue hasta el Calvario,
en donde está el Árbol Santo de la Cruz y extienda sus manos hasta el Costado
traspasado del Redentor, para gozar del Fruto exquisito de este árbol, el
Sagrado Corazón de Jesús!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El Santo Sacrificio de la Cruz se renueva, incruenta y
sacramentalmente, en el Santo Sacrificio de la Misa: la Cruz y la Misa son un
único y mismo sacrificio, en donde el Sumo y Eterno Sacerdote es el mismo, el
Hombre-Dios Jesucristo; la Víctima es Una y la misma, el Cordero de Dios, Jesús
de Nazareth; el Altar es Uno y el mismo, la Humanidad Santísima del Señor Jesús unida a
la Persona divina del Verbo. En el Sacrificio cruento del Calvario, el Sacerdote
Eterno ofrece en la cruz al Padre el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios,
que empapa e impregna el leño de la cruz; en el Sacrificio del Altar, la Santa
Misa, el Cuerpo se ofrece en la Eucaristía y la Sangre del Cordero se vierte,
bajo apariencia de vino, en el cáliz del Altar Eucarístico, para que impregne
las almas de los redimidos. Siendo ambos sacrificios -el del Calvario y el de
la Misa- un único y solo sacrificio, substancial y numéricamente idénticos, significa
que acudir a la Santa Misa equivale a acudir al Sacrificio del Calvario;
entonces, al asistir al Nuevo Calvario que es la Misa, debemos hacerlo con la
misma intención y disposición espiritual de María Santísima y de San Juan
Evangelista: unirnos al sacrificio del Cordero de Dios para la salvación del
mundo.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Cruz del Calvario está teñida con la Sangre Preciosísima
del Cordero de Dios, que brota de las heridas: de su Cabeza, coronada de
espinas a causa de nuestros pecados de pensamiento; de sus manos, perforadas
por gruesos clavos de hierro, a causa de nuestros pecados de violencia e
indiferencia contra nuestros hermanos y a causa de nuestros pecados de
idolatría, al elevar las manos no para adorar a Dios Uno y Trino, sino para
adorar a los ídolos; de sus pies, clavados al madero por un duro y frío clavo,
a causa de los pecados cometidos al dirigir nuestros pasos en dirección opuesta
al Calvario, pisando el amplio y espacioso sendero de la perdición, negándonos
a caminar detrás del Cordero cargando la cruz de cada día; de la Cruz mana,
como un río inagotable, la Sangre Preciosísima de Jesús, al ser traspasado su
Sagrado Corazón por el hierro duro y frío de la lanza, a causa de nuestros
pecados del corazón, cometidos cuando somos indiferentes hacia el prójimo y no
amamos amar a nuestros enemigos. Y toda esta Sangre Preciosísima de la Cruz es
recogida por los ángeles en cálices de oro y es vertida en el sagrado Cáliz del
Altar Eucarístico sostenido por el sacerdote ministerial, Cáliz que cual
contiene, luego de la consagración y el milagro de la Transubstanciación, ya no
más vino, sino esta Sangre Preciosísima del Cordero, derramada en abundancia
para nuestra salvación. ¡Oh, dichoso aquel que pudiera de este Cáliz sagrado
beber, porque la Sangre del Cordero, fluyendo en su alma, la dejaría
inmaculada, al tiempo que haría arder en su pobre corazón la Llama Eterna del
Divino Amor!
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al lado de la cruz de Jesús, de pie, está María, su Madre
(cfr. Jn 19, 25-30). La Virgen está
pálida, con su rostro surcado por lágrimas que brotan incontenibles ante la
vista de la cruel agonía y muerte del Hijo de su Corazón. La Virgen siente que
muere en vida, porque muere en la cruz Aquél que es la Vida de su vida, el Amor
de su Corazón, la razón de su existir. Estando viva quiere Ella morir junto a
su Hijo, porque siente que ya no puede vivir más sin Jesús, que es la Vida de
su alma, y sin esta Vida que es su Hijo, solo quiere la Virgen morir junto a su
Hijo. Sin embargo, es el Amor el que la obliga a seguir viva y a vivir en una
continua agonía, porque sólo podrá dar la vida de la gracia, de quien es
Mediadora, a los hijos que por el Querer divino adoptó al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 27). Muriendo en la cruz para dar
muerte a la muerte, Jesús da la vida de su Corazón, la gracia santificante, por
medio de su Madre, a los hombres, que están muertos en vida a causa del pecado
y que sin la gracia, aún cuando vivan en la otra vida, morirán para siempre de
muerte segunda. Vive la Virgen de los Dolores con el alma que le parece muerta
en vida, porque su Hijo, la Vida Increada, ha muerto en cruz y vive la Virgen,
para hacer de Mediadora entre su Hijo y los hombres, para que estos, que viven
una vida muerta en la tierra, vivan luego para siempre en la vida eterna, con
la Vida que brota de su Hijo Jesús. Y si la Virgen está en el Calvario, está
también en la renovación incruenta del Sacrificio del Calvario, la Santa Misa,
y así como en el Calvario, también en la Misa ofrece al Padre a su Hijo, que es
la Vida de su Corazón, para nuestra salvación. En el Calvario lo ofrece en la
cruz, en la Misa lo ofrece en la Eucaristía; en ambos, Calvario y Misa, ofrece
al Padre para nuestra salvación el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de
su Hijo, el Cordero de Dios, nuestro Redentor. ¡Oh Madre Santísima, Nuestra Señora
de los Dolores, que estás de pie al lado de la cruz, dame tus lágrimas, dame
tus penas, dame tu dolor, para que llorando contigo en esta vida por mis
pecados, pueda vivir para siempre en el Reino con Jesús!
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria.
Canto
final: “Plegaria
a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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