Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por la profanación eucarística ocurrida en Madrid el
pasado 19 de marzo de 2016. La noticia de tan lamentable hecho se encuentra en
el siguiente sitio, cuya dirección electrónica es: http://www.alfayomega.es/60441/sacaron-el-sagrario-lo-descuartizaron-y-profanaron-el-santisimo.
De esta manera, nos unimos a la Misa de desagravio celebrada por el Arzobispo
de Madrid, Carlos Osoro y concelebrada por el párroco de la iglesia parroquial
atacada, P. Antonio del Amo. Además de reparar, pedimos perdón por nuestras
propias ofensas y descuidos hacia el Santísimo Sacramento del Altar, al tiempo
que imploramos la conversión de quienes cometieron tan condenable sacrilegio
contra la Presencia Real, Verdadera y Substancial de Nuestro Dios y Señor Jesucristo,
en la Eucaristía.
Canto inicial: “Postrado a vuestros pies humildemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía no es un pan bendecido en una ceremonia religiosa; no es un mero
recuerdo de la Última Cena; no es una presencia simbólica de Jesús y la
presencia de Jesús en la Eucaristía no depende de la fe de la asamblea. La
Eucaristía es Dios Hijo, encarnado en el seno purísimo de la Madre de Dios, que
prolonga su Encarnación en el sacramento del altar; la Eucaristía es Jesús, la
Persona Segunda de la Trinidad, el Hijo Unigénito de Dios, engendrado desde la
eternidad, que se encarnó en el seno de la Madre de Dios, fue crucificado en el
Calvario, sepultado bajo tierra y luego de resucitar de entre los muertos,
subió a los cielos, lleno de poder y de gloria divina y que ya resucitado,
envió el Espíritu Santo, junto al Padre en Pentecostés; ese mismo y único
Jesucristo es el que, al mismo tiempo que subió a los cielos, se quedó en la
tierra, en la Hostia consagrada, para permanecer entre nosotros “hasta el fin
de los tiempos” (cfr. Mt 28, 20),
para concedernos su Sagrado Corazón Eucarístico y con él, el Espíritu Santo, el
Espíritu de Dios, y es por esto que cada comunión eucarística se convierte en
un nuevo y personal Pentecostés, al ser derramado en el alma el Amor de Dios,
la Persona Tercera de la Trinidad.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía tiene apariencia de pan porque tiene el sabor, el peso, y todas las
características físicas externas del pan sin levadura, pero no es pan, sino que
aparece a los sentidos como si fuera pan, pero no lo es, porque el pan terreno
es pan sin vida, inerte y por el contrario, la Eucaristía es un Pan Vivo, que
concede la vida eterna a quien lo consume en gracia, con fe y con amor (cfr. Jn 6, 51). La Eucaristía es el Pan de
Vida eterna (Jn 6, 35), el Verdadero
Maná bajado del cielo (cfr. Jn 6, 50),
el Maná super-substancial que nos alimenta con la substancia divina del Hijo de
Dios; es el Maná que el Amor de Dios Padre hace caer del cielo para que,
quienes transitamos en el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial, no
solo no desfallezcamos en el intento y ante las tribulaciones sino que,
alimentados con el Amor de Dios contenido en este Pan celestial, lleguemos, al
final de nuestra peregrinación terrena, al Reino de los cielos. La Eucaristía
es Pan de Vida eterna, que concede la vida misma de Dios, la vida eterna, a
quien consume este Pan celestial con fe y con amor; la Eucaristía es Jesús que,
golpeando a las puertas de nuestros corazones, entra para cenar con nosotros y
para que nosotros cenemos con Él (cfr. Ap
3, 20), y el manjar con el que nos alimenta es su substancia humana glorificada
-su Cuerpo y su Sangre- y su substancia divina, fuente de vida, de luz y de
gloria celestial, por las cuales nos hace participar, ya desde la tierra y en
medio de las penurias, persecuciones y tribulaciones que sufre la Iglesia, del
gozo celestial que por su Misericordia habremos de disfrutar en los cielos
eternos, el Amor de su Sagrado Corazón.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía es un sacramento, pero no es un sacramento más: es la Fuente y el
Origen de todos los sacramentos y hacia el cual convergen todos los
sacramentos, porque todos los sacramentos de la Iglesia Católica son por y para
la Eucaristía. La Eucaristía es el Santo Sacramento del Altar porque es un
sacramento que se confecciona en el altar: la materia es el pan y el vino y la
forma, las palabras de la consagración, pronunciadas por el Sumo y Eterno
Sacerdote, Jesucristo, a través de las palabras y la voz humana del sacerdote ministerial:
“Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”. La Eucaristía es el Santo Sacramento
del Altar que obtiene toda su virtud divina del Santo Sacrificio de la Cruz: en
el Calvario, la materia del sacrificio es el Cuerpo y la Sangre de Jesús; en el
altar eucarístico, son el pan y el vino, que por el poder del Espíritu Santo,
se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo. En la Cruz, el Altar fue el mismo Jesucristo; en la Misa, la
Eucaristía se confecciona sobre el Altar Eucarístico, símbolo y representación
de Nuestro Señor. En la Cruz, Jesús ofreció su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad en inmolación cruenta para aplacar la ira de Dios Padre, encendida
por nuestros pecados, para implorar perdón y obtenernos su Divina Misericordia,
y para adorar a Dios Uno y Trino con la ofrenda de su Humanidad Purísima y de
su Divina Persona; en la Eucaristía y por la Santa Misa, renovación del Santo Sacrificio
de la Cruz Jesús ofrece, de modo incruento y sacramental, su Cuerpo, su Sangre,
su Alma y su Divinidad, para adorar a Dios Trino, para darle gracias por su
infinito Amor hacia nosotros, para pedir perdón por nuestros pecados y para
implorar la Misericordia de Dios para toda la humanidad.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios, el Cordero sin mancha, sin culpa, sin
pecado, que subió a la cruz libre y voluntariamente, cumpliendo así la Voluntad
del Padre de morir inmolado en el ara santa de la cruz por la salvación de los
hombres. La Eucaristía es Jesús, el Cordero de Dios “como degollado” (cfr. Ap 5, 6), que en su trono del cielo
recibe la adoración de los ángeles y santos, pero que en su trono en la tierra,
el sagrario, recibe solo ultrajes, menosprecios e indiferencias por parte de
los hombres, sobre todo de los consagrados por el bautismo, porque la mínima
falta de amor de estos, hace sufrir al Sagrado Corazón más que todas las faltas
juntas de los no cristianos. La Eucaristía es el Cordero Inmaculado que se
encarnó en el seno purísimo de María Santísima para que, siendo Él Dios
Invisible, adquiriera un alma y un cuerpo que pudiera ser visto y ofrecido en
el Altar Santo de la Cruz como Víctima Purísima y Perfectísima; la Eucaristía
es ese mismo Cordero que prolonga su Encarnación en el seno purísimo de la
Iglesia Santa, el Altar Eucarístico, para que, siendo Dios Espíritu Puro, pueda
donarse al alma con su Ser trinitario divino y con su substancia divina bajo
apariencia de pan. La Eucaristía es el Cordero que se inmoló al atardecer del
Viernes Santo; fue sepultado en la roca permaneciendo allí el Sábado Santo sin
experimentar la corrupción, y resucitó al tercer día, el Domingo de
Resurrección, iluminando las tinieblas del hombre con la luz santa de su gloria
divina, luz que brota de sus heridas gloriosas y con la cual continúa
iluminando al mundo desde el sagrario; la Eucaristía es el Cordero Inmaculado
que resucitó de entre los muertos para dar la vida divina al hombre que yacía
en las “tinieblas y sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 28) y que volvió del sepulcro para conducir al hombre
redimido al precio de su Sangre a la “luz inaccesible” (cfr. 1 Tim 6, 16) en la que Él habita, junto
al Padre y el Espíritu Santo, desde toda la eternidad.
Silencio
para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Eucaristía es Jesús, el Hijo de Dios, que nos dona el Amor infinito y eterno
del Padre y del Hijo en cada comunión, el Espíritu Santo, que inhabita en su
Sagrado Corazón Eucarístico y es por esto que la Comunión Eucarística es un don
incomparablemente más grande que todas las apariciones del Sagrado Corazón: si
a Santa Margarita Jesús le pidió su corazón para introducirlo en el suyo y
devolvérsele en forma de llamas de fuego, en la Comunión Eucarística Jesús no
nos pide nuestro corazón, sino que nos da para comulgar su Sagrado Corazón Eucarístico,
envuelto en las llamas del Divino Amor, para incendiar nuestras almas en el
Fuego Santo del Amor de Dios. Así, el corazón del hombre, que sin el Amor de
Dios es como el carbón -oscuro, frío y endurecido-, al ser penetrado por el
Fuego del Divino Amor por la Comunión Eucarística se vuelve una brasa incandescente,
luminosa y ardiente, convirtiéndose en imagen y copia viviente del Sagrado
Corazón de Jesús. Además, por la Comunión Eucarística viene a nuestras almas,
más que el Reino de los cielos, el Rey del cielo en Persona, Cristo Jesús, que
quiere ser entronizado en nuestros corazones para recibir allí las alabanzas,
el amor y la adoración que se merece. Y para que esto pueda ser posible, es que
el Espíritu Santo quiere convertir previamente a nuestros cuerpos y almas en
templos suyos, de su propiedad, para que así embellecidos interiormente por la
gracia santificante, nuestros corazones sean otros tantos altares y sagrarios
en donde Jesús Eucaristía sea adorado, bendecido, exaltado y ensalzado, en el
tiempo que nos queda de vida terrena, para luego seguir adorándolo,
bendiciéndolo, exaltándolo y ensalzándolo por los siglos sin fin en el Reino de
los cielos.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro
y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
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