Canto inicial: “Sagrado Corazón,
Eterna Alianza”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón
por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo
Rosario.
Meditación.
Jesús,
el Dios de majestad y gloria infinita, que en los cielos resplandece con la luz
de su Ser trinitario divino y es adorado por los ángeles que se postran ante su
Presencia, en la tierra es insultado, burlado y coronado de espinas por los
hombres inmersos en las tinieblas del pecado. Las espinas -duras, cortantes,
filosas- desgarran el cuero cabelludo de Jesús, llegando incluso hasta el hueso
del cráneo, provocándole un dolor lacerante y haciendo brotar Sangre a
borbotones, la cual corre desde su Sagrada Cabeza y se desliza -como torrente
impetuoso que baja por la montaña-, por su Santa Faz, inundando sus ojos, sus
oídos, su nariz, su boca. Puesto que las espinas de su corona representan los
pecados de pensamiento, con los cuales nuestra mente queda ofuscada y
entenebrecida, dificultando así la contemplación de la Verdad, Jesús se deja
coronar de espinas para que no solo los rechacemos, sino para que nuestros
pensamientos no sean los nuestros, sino los que Él tiene coronado de espinas. Entonces,
cuando nos asalte la tentación de algún pensamiento malo, de cualquier clase,
recordemos su corona de espinas, el dolor y la humillación experimentados por el
Señor de la gloria al ser colocada en su Sagrada Cabeza tan horrible corona de
espinas; recordemos la Sangre Preciosísima brotada de su cuero cabelludo lacerado
y desgarrado por decenas de espinas y le pidamos que nos conceda pensar lo que pensaba
en la cruz. ¡Oh Jesús, Dios bendito que
eres humillado en la cruz por nuestros pecados, concédenos, por tu corona de
espinas, la gracia de tener tus mismos pensamientos, santos y puros!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Crucifican
a Jesús y fijan su Mano izquierda al madero con un grueso clavo de hierro. El
dolor que experimenta es atroz porque el clavo no sólo lacera y desgarra la
piel y los músculos, sino que toca el nervio mediano, provocándole la sensación
de un dolor quemante, ardiente, que penetra hasta la médula de los huesos, imposible
de describir. Jesús permite que su mano izquierda sea clavada para que la
Sangre que brote de ella al ser traspasada por el clavo, expíe nuestros pecados
cometidos con las manos contra el prójimo; su Sangre y su dolor expían los numerosos
pecados con los que ofendemos a nuestros hermanos, ya sea negándonos a auxiliarlos
en sus necesidades materiales o espirituales, ya sea para apartarlos de nuestra
compañía. Con su mano izquierda clavada al madero Jesús expía los pecados de
violencia de todo tipo del hombre contra el hombre –robos, asesinatos,
violencias, muertes, ultrajes, explotación, esclavización, guerras-; Jesús
expía así todo tipo de maldades inconcebibles que el hombre realiza con sus
manos contra su prójimo, imagen viviente de Dios; Jesús extiende su mano
izquierda sobre el madero para que no solo nunca levantemos las manos para
agredir, sino para que las extendamos para realizar obras de misericordia. ¡Oh Jesús, Cordero de Dios “como degollado”,
por el dolor que sufriste en tu mano izquierda y por la Sangre que en ella derramaste,
no permitas que nunca jamás alce mi mano para agredir a mi prójimo, o que la
oculte para no brindarle ayuda! Haz, más bien, oh Jesús, que al igual que Tú,
siempre la extienda para socorrer a todo prójimo, sobre todo el más necesitado,
aquel en el que Tú estás especialmente presente. Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
extiende su Mano derecha y como esta no logra alcanzar el orificio que los
verdugos han practicado sobre el madero, tiran con violencia de esta para que
lo alcance y así puedan clavarla. En el intento, dislocan el hombro de Jesús
provocándole dolores agudísimos, para luego darse a la tarea de clavar la mano
al leño. Al permitir que su mano derecha sea clavada Jesús expía, con su Sangre
derramada y con su dolor sordo y profundo, los pecados del hombre cometidos
contra Dios Uno y Trino y contra su Mesías, Cristo Jesús; contra la Virgen, la
Madre de Dios; contra la Santa Madre Iglesia; contra el Santo Padre y los
laicos y religiosos que forman el Cuerpo Místico de Jesús; contra los ángeles
de luz y contra los santos de la corte celestial. Jesús repara así por los pecados
de toda clase cometidos contra la Verdad Revelada; pecados que, como densa y
oscura nube, se elevan insolentes hasta el trono de Dios, ultrajando la
majestad divina. Con su mano derecha clavada al madero de la cruz, con su
Sangre y su dolor, Jesús pide perdón y repara por los pecados de los hombres contra
la Santa Religión Católica, sea por sus propios miembros, sea por quienes no
pertenecen a la Iglesia del Cordero. Así, Jesús repara las blasfemias,
ultrajes, profanaciones de la Eucaristía y de imágenes sagradas, como así
también las herejías, los errores y los cismas. Jesús extiende su mano derecha
en la cruz para que nosotros elevemos nuestras manos hacia el cielo, hacia la
Trinidad, hacia Jesús –que está crucificado y que está en Persona en la
Eucaristía- en señal de adoración y en acción de gracias a la Santísima
Trinidad por su infinita bondad y por su gran misericordia. ¡Oh Jesús, Cordero de Dios, que ofreces al
Padre la oración perfecta de la cruz, haz que crucificados contigo, seamos
capaces de elevar nuestras manos hacia Dios para adorarlo, bendecirlo y
ensalzarlo, en el tiempo y por toda la eternidad! Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
sus pies clavados al madero, Jesús expía los pecados que se cometen al dirigir sus
pasos hacia el mal. Si el hombre no tiene a Dios en su mente y en su corazón,
no está guiado por su Amor y así pierde el rumbo que lo lleva a la amistad y
comunión con Él, encaminándose en un sentido contrario al querer de la Divina
Voluntad. Sin la conducción de Dios y con su sola razón oscurecida por el
pecado como única guía, el hombre dirige sus pasos para recorrer el camino de
las tinieblas, el camino del mal, dirigiéndose voluntariamente hacia la
tentación consentida, caminando por el ancho sendero que conduce a la perdición,
mientras evita el sendero estrecho, el único que puede salvarlo: “Ancha es la
senda que lleva a la perdición y estrecho el camino que lleva a la vida eterna”
(Mt 7, 13). El hombre es la única
creatura que camina erguida, como símbolo de su condición de ser Él imagen de
Dios, pero en vez de utilizar este don para ir por el Camino del Calvario en
pos de Jesús, cargando con su cruz para así llegar a la divina Luz, dirige en
cambio sus pasos hacia la oscuridad, internándose en las tinieblas para cometer
toda clase de delitos. Y puesto que este camino es más fácil de recorrer que el
Camino Real de la Cruz, el Via Crucis,
son muchos los que siguen esta “amplia y senda ancha que lleva a la perdición”,
pero son “pocos son los que van por la senda de la salvación” (Mt 7, 14). ¡Oh Jesús, Buen Pastor, Sumo y Eterno Pastor de nuestras almas, por la
Sangre que brotó de tus pies y por el dolor atroz que en ellos sufriste, haz
que nuestros pies no solo eviten siempre el camino de la perdición, sino que se
dirijan por el único camino que conduce al cielo, el Via Crucis, el Camino de
la Cruz!
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías y Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una
vez muerto Jesús, un soldado romano traspasa su Corazón, brotando al instante
“Sangre y Agua” (Jn 19, 34): la
Sangre, que justifica nuestras almas; el Agua, que lava nuestros pecados. Al
permitir que su costado sea traspasado, Jesús expía los pecados del corazón,
los malos deseos, las envidias, las venganzas, y todo clase de pecados que
anidan en el corazón del hombre. Él mismo dijo en el Evangelio que era “del
corazón del hombre” de donde salían “toda clase de males”: “los malos
pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias,
maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez” (Mc 7, 21). Al presentar su Sagrado Corazón
traspasado, Jesús pide perdón al Padre y repara por nuestros pecados del
corazón, al tiempo que con su Sangre y Agua nos concede la gracia que lava
nuestros pecados y nos otorga la vida divina. ¡Oh Jesús, Sagrado Corazón traspasado en la cruz, haz que tu Sangre y
Agua purifiquen nuestros corazones, sede de todo mal, y que convertidos por tu
gracia en imágenes vivientes de tu Corazón amabilísimo, ardan en el incendio
del Fuego de tu Amor! Amén.
Un
Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres
Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las
indulgencias del Santo Rosario.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Junto a la cruz de su Hijo”.
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