Inicio:
frente a las numerosas masacres cometidas contra cristianos en diversas partes
del mundo (especialmente en Garissa, Kenya) en los últimos tiempos, el Santo Padre Francisco ha llamado a “no
permanecer en un silencio cómplice”[1]
frente a tales actos de barbarie. Haciéndonos eco de su llamado y siendo
conscientes de que los cristianos asesinados son nuestros hermanos por la fe,
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, pidiendo por su
eterno descanso y por la conversión de sus verdugos.
Canto inicial: “Sagrado
Corazón, Eterna Alianza”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrario
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Enunciación del Primer Misterio del
Santo Rosario (misterios a elección)
Meditación
Jesús, Tú dijiste en el Evangelio que serían bienaventurados
aquellos que sufrieran persecución “por causa de la justicia”: “Bienaventurados
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos” (Mt 5, 3-10). Los cristianos
que son perseguidos heredan el Reino de los cielos y son bienaventurados porque
participan de la persecución de la cual Tú fuiste objeto, en primer lugar. La razón
es que este mundo nuestro “yace bajo el poder del Príncipe de las tinieblas”
(cfr. 2 Cor 4, 4), y Tú viniste a
“destruir sus obras” (cfr. 1 Jn 3, 8),
su dominio y su poder con tu Pasión, Muerte en Cruz y Resurrección, y así como
fuiste perseguido hasta la muerte de cruz por destruir sus obras, así tus
hijos, a quienes Tú asocias en tu obra redentora, también hoy, en nuestro siglo
XXI, son perseguidos, siendo sometidos a toda clase de torturas y de muertes
cruentas, imitándote en tu muerte de cruz y alcanzando la vida eterna. Estos cristianos,
cruelmente asesinados, son los descriptos en el Apocalipsis como los que “están
delante del trono del Cordero, de pie, sobre un mar de cristal mezclado con
fuego” y son los que “han vencido a la bestia y entonan el cántico del Cordero”
(cfr. 15, 2ss), porque han vencido gracias a la protección divina. Te pedimos,
oh Jesús, Rey de los mártires, que concedas a estos hermanos nuestros, a
quienes asocias a tu martirio en cruz, la gracia de la fortaleza, para soportar
el martirio y el don del Amor, para perdonar y amar a sus verdugos, como Tú nos
perdonaste a nosotros desde la cruz. Amén.
Silencio para meditar.
Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario.
Jesús,
Tú que dijiste en el Evangelio: “Bienaventurados seréis cuando os injurien, os
persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa” (Mt 5, 3-11); es bienaventurado a quien
esto le suceda, porque significa que ese tal está inhabitado por el Espíritu
Santo, el Espíritu de la Verdad, que es opuesto y contrario al espíritu de la
mentira, del error y del mal, originados en el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44), Satanás. Los hijos de Dios
son bienaventurados porque en ellos inhabita el Espíritu Santo, el Amor de Dios;
en los hijos de Dios inhabita el Espíritu Santo, que es Verdad; en los hijos de
Dios inhabita el Espíritu Santo, que es Luz que “brilla en las tinieblas” y
puesto que las tinieblas no soportan a la Luz, que es Dios, desencadenan contra
la Luz y contra los hijos de la Luz toda clase de injurias, de persecuciones y
de mentiras, para tratar de apagarla y de ocultarla a los ojos de los hombres. La
persecución contra los cristianos es una continuación de la enemistad iniciada
en el Génesis, entre los hijos de la Mujer, la Virgen, y los hijos de la
Serpiente (cfr. Gn 3, 15); y así como
por permisión divina la Serpiente acecha el calcañar de la Virgen, así también
por designio divino, el triunfo final le pertenece a la descendencia de la
Virgen, Jesucristo y los bautizados y es por eso que Jesucristo, que es el
verdadero perseguido en los cristianos, triunfa en la aparente derrota de la
cruz, como anticipo del Triunfo final y definitivo al final de los tiempos,
cuando aparecerá Victorioso “sobre las nubes del cielo” (cfr. Mc 13, 26), para juzgar a toda la
humanidad. Jesús, te pedimos por los cristianos que son injuriados, perseguidos
y calumniados por tu causa, para que sostenidos por el Espíritu Santo, Espíritu
de Verdad, de Amor y de Paz, den testimonio de Tu Divinidad hasta el final.
Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario.
Jesús, Tú, en la Cruz, con tu Cuerpo ensangrentado, “derribas
el muro de odio que separa a judíos y gentiles” (cfr. Ef 2, 14), el odio anida en el corazón del hombre como consecuencia
de la pérdida de la justicia original con la que había sido creado, a causa de
la desobediencia de Adán y Eva, y que es destruido por el poder de tu
Preciosísima Sangre. Al haber oído la voz de la Serpiente Antigua y al haber
desobedecido la voz del Creador, el hombre se despojó de la gracia original con
la que había sido dotado y así su corazón se convirtió en una oscura y fría
cueva, en donde hicieron morada toda clase de alimañas espirituales que
inocularon en él los venenos de la rebelión contra el Dios Amor y del odio
contra el hermano, y es así como el hombre, caído en el pecado original,
levantó su mano deicida y fratricida, para matar a su Dios en la cruz y para
matar a su hermano, y continúa levantando su mano, para seguir matando a Dios y
a su hermano: a Dios, a quien no ve, en su hermano, porque su hermano es la
imagen de Dios encarnado, y así, al matar al hermano, mata al hermano y mata a
Dios, imagen viva de Dios encarnado. Cada muerte homicida alimenta el círculo
de odio y de venganza entre los hombres, pero Tú, Jesús, con tu Cuerpo
ensangrentado en la cruz, derribas para siempre el muro de odio que separa a
los hombres, porque Tú eres el Amor de Dios materializado y la Divina
Misericordia encarnada, y es por eso que quien permite que tu Sangre, que se
derrama con profusión desde la cruz ensangrentada, caiga sobre él, ve con
alegría cómo desaparece el odio de su corazón, para ser reemplazado por el
Divino Amor, porque tu Sangre, oh Jesús, contiene al Espíritu de Dios, que hace
desaparecer al odio del corazón del hombre, convirtiendo al corazón humano, de
cueva oscura y fría, en nido de luz y de amor, en donde va a reposar la Dulce
Paloma del Espíritu Santo. Jesús, te pedimos por nuestros hermanos perseguidos,
para que no se aparte nunca la gracia de Dios de sus corazones, de manera que
el Espíritu Santo esté siempre en ellos y así sean capaces de dar la vida por
sus propios verdugos; te pedimos también, oh Jesús, por sus verdugos, para que
se arrepientan a tiempo de sus crueles actos, para que sientan el remordimiento
de conciencia y pidan perdón, a Ti y a sus víctimas, antes de que sea demasiado
tarde para la salvación de sus almas, de modo que puedan salvarse y alabar tu
Divina Misericordia por toda la eternidad. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Jesús, Tú eres el Dador de la paz de Dios, tal como lo
dijiste en el Evangelio: “La paz os dejo, mi paz os doy, no como la da el
mundo” (Jn 14, 27). Nuestro mundo, que
yace “bajo el dominio del maligno” (cfr. 2
Cor 4, 4 ), carece de paz, de la verdadera paz, de la paz que sólo Tú
puedes dar, porque la paz verdadera nace del corazón en gracia, del corazón que
ha sido liberado de la opresión del pecado y ha sido sanado con tu gracia
santificante. Solo el corazón que ha recibido tu Sangre y con tu Sangre, tu
gracia, y con tu gracia, tu Amor, sólo ese corazón, es capaz de dar amor y paz a
sus hermanos. El mundo que yace en tinieblas rechaza a la Luz, que es Cristo, y
a los hijos de la Luz, a los cristianos, y así como quiso borrar de la faz de
la tierra al Mesías, al Hijo de Dios vivo, crucificándolo en un madero, así
también hoy, el mundo busca eliminar de la faz de la tierra a los cristianos,
persiguiéndolos, acosándolos, haciéndolos desaparecer. Jesús, Rey de la paz, te
pedimos por nuestros hermanos asesinados por tu Nombre, para que les concedas
el premio de la gloria eterna, y te pedimos también por sus verdugos, para que
se arrepientan de sus crueles actos, para que pidiendo perdón ante Dios y ante
sus víctimas, y expiando sus crímenes, puedan algún día, gozar de la contemplación
de tu Santa Faz en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario.
Jesús, Tú que en la Cruz eres el Rey de los mártires, hoy
vemos con asombro y estupor, cómo se multiplican, por millares, los mártires en
tu Iglesia Santa, que dan sus vidas en tu Nombre. De esta manera, miles de
cristianos derraman su sangre, confesando que eres el Hijo de Dios vivo, y así
nos dan una lección, para que salgamos de nuestro adormecimiento en la fe y
proclamemos también nosotros que Tú eres el Hombre-Dios, encarnado en el seno
de María Virgen, para nuestra salvación, y que prolongas tu Encarnación en la
Eucaristía. Cada mártir es una prolongación y una continuación de tu muerte
martirial en la cruz; por ese motivo, en cada mártir, más que al mártir
individuo, Te vemos a Ti, que a través de ellos, continúas derramando tu Sangre
Preciosísima, por la redención del mundo. Así, su sangre derramada, su cuerpo
entregado, sus palabras pronunciadas, son, en cierta medida, tu Sangre, tu
Cuerpo, tus Palabras, porque eres Tú quien derrama tu Sangre en ellos; eres Tú
quien entregas tu Cuerpo en ellos; eres Tú quien hablas, con tu Espíritu, a
través de ellos, por eso, las palabras pronunciadas por los mártires, son palabras
inspiradas por el Espíritu Santo, son Palabra de Dios y como tal deben ser
escuchadas. Cada mártir es, con toda razón, semilla de nuevos cristianos,
porque a través de ellos, el Espíritu Santo suscita nuevos cristianos al encender en
los corazones el Amor a Dios en quienes contemplan el martirio de los que dan
sus vidas por amor a Jesucristo, el Hombre-Dios. Jesús, Rey de los mártires, te
pedimos por los miles de mártires de nuestros tiempos, para que les concedas la
gracia de la fortaleza en la durísima prueba del martirio y también te pedimos
por sus verdugos, para que se conviertan de su maldad, para que ellos también gocen,
algún día, de la felicidad eterna que es contemplar a las Tres Divinas Personas
y a la Santísima Virgen María, en la compañía de los ángeles y de los santos,
por toda la eternidad, en el Reino de los cielos. Amén.
Silencio
para meditar.
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrario
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
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