martes, 7 de junio de 2022

Hora Santa en reparación por masacre de católicos y secuestro de sacerdote en Nigeria durante la Santa Misa 050622

 



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la brutal masacre de fieles católicos ocurrida durante la Misa de Pentecostés en Nigeria, seguida del secuestro del sacerdote que oficiaba la misma. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace: http://www.fides.org/es/news/72314-AFRICA_NIGERIA_Un_sacerdote_secuestrado_mientras_Nigeria_sigue_conmocionada_por_la_masacre_en_la_iglesia_de_Owo

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

¿De qué manera podemos recibir dignamente al Señor Jesús, Presente en la Eucaristía real, verdadera y substancialmente? Como nos enseña la Iglesia, en estado de gracia santificante, porque esa alma ha sido purificada y revestida con la Divina Sangre del Redentor. Sin embargo, además de esta manera, un autor nos enseña otra forma, unida a esta, de recibir la Comunión y es en unión con la Virgen Santísima. Dice así este autor: “Un modo delicado de preparación para la Santa Comunión es invocar a la Inmaculada y confiarse en Ella para nos haga recibir a Jesús con su humildad, su pureza y su amor y, además, que Ella misma venga a recibirlo en nosotros. Esta piadosa práctica viene recomendada por muchos santos, especialmente por San Luis María Grignon de Montfort, por San Pedro Julián Eymard, por San Alfonso María de Ligorio y por San Maximiliano María Kolbe”[1]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que cuando comulgue, reciba a tu Hijo con la pureza y el amor de tu Inmaculado Corazón!.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

Con respecto al estado del alma cuando va a recibir la Sagrada Comunión, Santa Teresita de Lisieux nos ofrece la siguiente imagen: imagina al alma como a una niña de tres o cuatro años, con el cabello y el vestido desarreglados, avergonzada de presentarse ante el altar para recibir a Jesús. Pero recurre a Nuestra Señora e “inmediatamente –escribe la santa- la Virgen María se afana a mi alrededor, me quita el delantalito sucio y me ata el cabello con un bonito lazo o con una sencilla flor… Y eso basta para hacerme aparecer graciosa y que pueda sentarme sin ruborizarme en el banquete de los Ángeles”. Imitemos entonces a Santa Teresita, hagamos la misma prueba y no quedaremos desilusionados. Además, podremos exclamar con Santa Gema: “¡Qué bella es la Comunión hecha con la Madre del Cielo!”[2].

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

Ahora bien, luego de realizada la Comunión, luego de recibir el Pan de los Ángeles, es tiempo de agradecer a la Santísima Trinidad por habernos alimentado con el Verdadero Maná bajado del Cielo, la Eucaristía. Es lo que se llama “tiempo de la acción de gracias” después de la Sagrada Comunión y es un momento de trato íntimo del alma con el Corazón Eucarístico de Jesús que, por pura Misericordia Divina, se ha dignado a ingresar en nuestras almas. Es el momento en el que el alma se une y se funde, por así decirlo, con el Sagrado Corazón, convirtiéndose en una sola cosa con Él. Jesús está en el alma y el ama está en Jesús, ya no son dos, sino uno solo, en cuerpo y en espíritu[3]; es un anticipo de la unidad y de la unicidad que vivirá el alma en la eternidad, en la contemplación gozosa del Cordero de Dios en los cielos.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio. 

Meditación.

En el Apocalipsis se describe la felicidad verdadera y única, la de ser “invitados a las Bodas del Cordero”: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19, 9) y la Sagrada Comunión es un anticipo, ya aquí en la tierra, en este valle de lágrimas, de la felicidad eterna y celestial que gozarán los bienaventurados en el Cielo y es por eso que utiliza esta cita del Apocalipsis y la aplica en el Misal Romano, justo antes de la Comunión Sacramental, cuando el sacerdote hace la ostentación eucarística luego de la consagración: “Éste es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo. Dichosos los invitados al banquete celestial”[4].

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

Afirma un autor que “por la Comunión Eucarística el alma realiza, verdaderamente, en celestial unión virginal, el amor nupcial con Jesús Esposo, a quien puede decir con el arrebato tiernísimo de la Esposa de los Cánticos arrebata en éxtasis: “¡Que me bese con los besos de su boca!” (Ct 1, 1)”. Continúa este autor: “La acción de gracias después de la Santa Comunión es una pequeña experiencia del amor celestial en esta tierra, en el Cielo, en efecto, ¿cómo amaremos a Jesús sino siendo eternamente uno con Él? Jesús querido, Jesús dulce, ¡cómo debemos agradecerte cada Santa Comunión que nos concedes! ¿No tenía, quizás, razón Santa Gema al decir que en el Cielo te agradecería la Eucaristía más que cualquier otra cosa? ¡Qué milagro de amor el estar enteramente fundido contigo, Jesús!”[5].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

 



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 65.

[2] Cfr. ibidem, 66.

[3] Cfr. ibidem, 67.

[4] Cfr. Misal Romano.

[5] Cfr. ibidem, 67.

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