Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la brutal
masacre de fieles católicos ocurrida durante la Misa de Pentecostés en Nigeria,
seguida del secuestro del sacerdote que oficiaba la misma. Para mayores datos,
consultar el siguiente enlace: http://www.fides.org/es/news/72314-AFRICA_NIGERIA_Un_sacerdote_secuestrado_mientras_Nigeria_sigue_conmocionada_por_la_masacre_en_la_iglesia_de_Owo
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
¿De
qué manera podemos recibir dignamente al Señor Jesús, Presente en la Eucaristía
real, verdadera y substancialmente? Como nos enseña la Iglesia, en estado de
gracia santificante, porque esa alma ha sido purificada y revestida con la
Divina Sangre del Redentor. Sin embargo, además de esta manera, un autor nos
enseña otra forma, unida a esta, de recibir la Comunión y es en unión con la
Virgen Santísima. Dice así este autor: “Un modo delicado de preparación para la
Santa Comunión es invocar a la Inmaculada y confiarse en Ella para nos haga
recibir a Jesús con su humildad, su pureza y su amor y, además, que Ella misma
venga a recibirlo en nosotros. Esta piadosa práctica viene recomendada por muchos
santos, especialmente por San Luis María Grignon de Montfort, por San Pedro
Julián Eymard, por San Alfonso María de Ligorio y por San Maximiliano María Kolbe”[1]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que
cuando comulgue, reciba a tu Hijo con la pureza y el amor de tu Inmaculado
Corazón!.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Con
respecto al estado del alma cuando va a recibir la Sagrada Comunión, Santa
Teresita de Lisieux nos ofrece la siguiente imagen: imagina al alma como a una
niña de tres o cuatro años, con el cabello y el vestido desarreglados,
avergonzada de presentarse ante el altar para recibir a Jesús. Pero recurre a
Nuestra Señora e “inmediatamente –escribe la santa- la Virgen María se afana a
mi alrededor, me quita el delantalito sucio y me ata el cabello con un bonito
lazo o con una sencilla flor… Y eso basta para hacerme aparecer graciosa y que
pueda sentarme sin ruborizarme en el banquete de los Ángeles”. Imitemos
entonces a Santa Teresita, hagamos la misma prueba y no quedaremos
desilusionados. Además, podremos exclamar con Santa Gema: “¡Qué bella es la
Comunión hecha con la Madre del Cielo!”[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Ahora
bien, luego de realizada la Comunión, luego de recibir el Pan de los Ángeles,
es tiempo de agradecer a la Santísima Trinidad por habernos alimentado con el
Verdadero Maná bajado del Cielo, la Eucaristía. Es lo que se llama “tiempo de
la acción de gracias” después de la Sagrada Comunión y es un momento de trato
íntimo del alma con el Corazón Eucarístico de Jesús que, por pura Misericordia
Divina, se ha dignado a ingresar en nuestras almas. Es el momento en el que el
alma se une y se funde, por así decirlo, con el Sagrado Corazón, convirtiéndose
en una sola cosa con Él. Jesús está en el alma y el ama está en Jesús, ya no
son dos, sino uno solo, en cuerpo y en espíritu[3];
es un anticipo de la unidad y de la unicidad que vivirá el alma en la
eternidad, en la contemplación gozosa del Cordero de Dios en los cielos.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
En
el Apocalipsis se describe la felicidad verdadera y única, la de ser “invitados
a las Bodas del Cordero”: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero” (Ap 19, 9) y la Sagrada
Comunión es un anticipo, ya aquí en la tierra, en este valle de lágrimas, de la
felicidad eterna y celestial que gozarán los bienaventurados en el Cielo y es
por eso que utiliza esta cita del Apocalipsis y la aplica en el Misal Romano,
justo antes de la Comunión Sacramental, cuando el sacerdote hace la ostentación
eucarística luego de la consagración: “Éste es el Cordero de Dios, que quita los
pecados del mundo. Dichosos los invitados al banquete celestial”[4].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor que “por la Comunión Eucarística el alma realiza, verdaderamente, en
celestial unión virginal, el amor nupcial con Jesús Esposo, a quien puede decir
con el arrebato tiernísimo de la Esposa de los Cánticos arrebata en éxtasis: “¡Que
me bese con los besos de su boca!” (Ct
1, 1)”. Continúa este autor: “La acción de gracias después de la Santa Comunión
es una pequeña experiencia del amor celestial en esta tierra, en el Cielo, en
efecto, ¿cómo amaremos a Jesús sino siendo eternamente uno con Él? Jesús
querido, Jesús dulce, ¡cómo debemos agradecerte cada Santa Comunión que nos
concedes! ¿No tenía, quizás, razón Santa Gema al decir que en el Cielo te
agradecería la Eucaristía más que cualquier otra cosa? ¡Qué milagro de amor el
estar enteramente fundido contigo, Jesús!”[5].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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