Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por todas las profanaciones de
imágenes sagradas de la Virgen y el Niño Jesús. La imagen profanada fue encontrada en un árbol de un barrio de las periferias de San Miguel de Tucumán, Argentina.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Afirma
un autor que el alma que se ha confesado sus pecados, que ha sido lavada su
alma por la Sangre del Cordero, no debe volver a la vida del hombre viejo: “El
que ha llegado a lavarse con la Sangre del Cordero en el Sacramento de la
Penitencia y blanqueándose más que la nieve en las fuentes del Salvador,
tiemble de tornar a revolcarse en el cieno de su culpa”[1]. La
razón es que su alma ha sufrido una conversión grandiosa por obra de la gracia
santificante y que debe reflejarse en su vida cotidiana.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Quien
ha purificado su alma con la Sangre del Cordero –por medio del Sacramento de la
Confesión- no ha de tener deseos de carne, sino de ángel; tampoco obras de la
carne, sino de Espíritu divino; no sentimientos del mundo, sino del Evangelio
de Cristo. El alma en gracia es ya un habitante del cielo, hijo de Dios y
heredero del Reino celestial y su alma y su cuerpo han sido convertidos en templos
del Espíritu Santo[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Es
necesario remarcar esto porque, como sostiene el mismo autor, “hay muchos que
se confiesan y son inconstantes, porque solo aquel día, o a lo sumo dos o tres,
se guardan con algún cuidado, pero luego vuelven a ser temporales y, todavía
peor, hombres dominados por la concupiscencia, los vicios y el pecado, cuando
en realidad debían haberse convertido en ángeles.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Quien
posee la gracia, se debe másperseverar en ella hasta la muerte y perseverar en
este propósito, evitando cuidadosamente todo aquello que pueda conducirlo a la
pérdida de la gracia. San Juan Crisóstomo dice: “Como a los enfermos, si no es
que siempre vivan ordenadamente, no les es de provecho guardar dieta y rigor
por tres o cuatro días; de la misma manera son los pecadores: si no están
siempre vigilantes y templados, no les aprovecha corregirse por dos o tres días”.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Continúa
el mismo autor: “La penitencia dolorosa, el ánimo contrito, el corazón
humillado, la devoción piadosa, los afectos santos, la oración continua, no se
han de terminar, sino continuarse y multiplicarse, porque así como cuando uno
libra bien de una enfermedad mortal, no porque salga del peligro de muerte,
sale luego de la regla, sino que se abstiene y guarda en la convalecencia más
que antes, hasta adquirir perfecta sanidad, así también el que ha escapado de
la muerte del pecado ha de guardarse mucho y continuar la penitencia y
devoción, porque todavía tiene que cobrar más fuerza y salud. Por nuestra
naturaleza enferma como consecuencia de la herida del pecado original, debemos
andar siempre con temor de recaer. Entonces, el que acaba de confesarse debe
considerarse vivo, pero no como robusto; como convaleciente, no como
perfectamente sano”[3].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario