Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el cartel blasfemo producido
por la ideología LGBT contra la Madre de Dios. Para mayor información,
consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Para
poder recibir la Sagrada Comunión, es necesaria la pureza del alma. Es esto lo
que nos enseña la Sagrada Escritura, cuando nos relata que quienes se presentan
ante Jesús, deben ser “santos e inmaculados” (Ef 1, 4) y es la necesidad de pureza ante Dios en Persona lo que
hace al publicano exclamar: “¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!”
(Jn 18, 3). Ahora bien, esta pureza
de alma y de corazón, es imposible de conseguir sino es por medio de la gracia
santificante que nos otorga el Sacramento de la Confesión[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
También los santos tenían un muy fuerte conocimiento acerca
de la necesidad de la pureza del alma, necesaria para recibir la Sagrada Comunión.
Decía San Juan Bautista La Salle: “Acercaos a la Sagrada Mesa con la misma
disposición con la que querríais entrar en el Cielo”. No es necesario tener
menos respeto para recibir a Jesucristo que para ser recibido por Él”. En otras
palabras, debemos tener la misma pureza del alma, tanto para ingresar en el
Cielo, siendo recibidos por Jesucristo, como para recibirlo al mismo Jesucristo
en la Sagrada Eucaristía[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Cuando llevaban a San Jerónimo el Santo Viático, al final de
su vida, vieron cómo el santo se postraba en tierra en adoración a la
Eucaristía, repitiendo al mismo tiempo con profunda humildad las palabras de
Santa Isabel y San Pedro: “Aléjate de mí, Señor, que soy un pobre pecador”
(cfr. Lc 1, 43; 5, 8). A su vez,
Santa Gema, siendo como lo fue una gran santa y mística, con mucha frecuencia
no quería comulgar, pero no porque no deseara la Eucaristía, sino porque se
sentía indigna de hacerlo, ya que experimentaba la sensación de ser ella un vil
“basurero”[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
San Pío de Pietralcina decía a sus hermanos en religión: “Dios
ve las manchas incluso de los Ángeles; ¡figurémonos las mías!”. Por esta razón,
el gran Padre Pío se confesaba con mucha frecuencia. También era asidua del
Sacramento de la Penitencia otra gran santa y doctora de la Iglesia, Santa
Teresa de Jesús: cuando era consciente de la menor culpa venial, no comulgaba
sin antes haber confesado[4].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Santa María Magdalena de Pazzi decía: “Oh, si pudiéramos
comprender quién es ese Dios que recibimos en la Comunión, ¡qué pureza de
corazón llevaríamos!”. Debido a que tenían la misma conciencia acerca de la
grandeza de la Eucaristía y de la necesidad de la pureza del alma, grandes
santos como San Hugo, Santo Tomás de Aquino, San Francisco de Sales, San Ignacio,
San Carlos Borromeo, San Francisco de Borja, San Luis Beltrán, San José de
Cupertino, San Leonardo de Puerto Mauricio y muchos otros santos más, se
confesaban todos los días, antes de celebrar la Santa Misa[5].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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