Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la blasfema oración a la
Pachamama en la que, parafraseando al Ave María, se ofende gravemente a la
Madre de Dios. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Si
bien es cierto que son muchos los que se condenan, es también cierto que son
los que se salvan; es decir, como afirma un autor, “más hemos de ser
incomparablemente los ciudadanos de la Ciudad de Dios, que los presos en la
cárcel de las eternas tinieblas”[1]. Es
decir, muchísimos hombres se pierden, porque así lo desean libremente, como
también fueron muchísimos los ángeles que fueron expulsados del cielo por su
rebelión, pero así como son innumerables los ángeles que fueron fieles a Dios,
así también son innumerables los hombres que, con la gracia divina, se
santificaron en sus vidas terrenas y ahora gozan de la visión de la Trinidad
para siempre.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Al
unir a los hombres bienaventurados que ganaron el cielo, más los ángeles que
permanecieron fieles a Dios Uno y Trino, son muchísimos más los que se salvaron
que los que eternamente se condenaron. Son muchos más los predestinados que los
réprobos. Entre los cristianos, son muchos los que se salvan, porque la
eficacia de los Sacramentos, que conceden la gracia santificante, es grande y
si San Juan Crisóstomo dijo que en una ciudad grande como Antioquía sólo se
salvarían cien, sería porque no era sólo de cristianos sino porque también
había en ella muchos paganos idólatras. De esto se deduce la importancia vital
de anunciar el Evangelio de la salvación de Jesucristo a todo hombre nacido en
esta tierra.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Y
si fuera el caso de que la masa de condenados, entre ángeles y santos, fuera
mayor que la de los salvados, lo cual no es así, es más grandiosa la obra de la
misericordia en salvar sólo a San Pablo, que fue la de la justicia en condenar
a todos los demonios. El pecar es de la creatura y después del pecado padecer
el castigo, porque es connatural cosa que responda la pena a la culpa, pero ser
restituido a la gracia, es sobre todas las fuerzas humanas. Pues si hace más Dios
para perdonar que para castigar e infinitamente son mayores las obras de su
misericordia y bondad que las de su justicia, bien nos puede dar alas su
amorosísima bondad para que confíe el pecador en ella que le ha de ayudar a
salir de su pecado[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Que
Dios Uno y Trino obre más para perdonar que para castigar, lo demuestra, por un
lado, el Santísimo Sacrificio de la Santa Cruz de su Hijo Jesús, perpetuado
sacramentalmente en la Santa Misa y, por otro, la institución de los admirables
Sacramentos que imparte la Iglesia Católica, principalmente, el Cuerpo y la
Sangre del Cordero de Dios, la Sagrada Eucaristía. Esta sola obra,
maravillosísima, excede infinitamente a todos los modos con los que serán
atormentadas las almas por toda la eternidad[3].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor que “fuera de esto, hay un motivo infinito que persuade a Dios que
tenga piedad y compasión con nosotros y aparte de nosotros su severidad y rigor
y este motivo es nada menos que la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo”[4],
derramada en el Calvario y que continúa derramándose en cada Cáliz consagrado,
en cada Santa Misa, puesto que la Santa Misa es la renovación incruenta y
sacramental de dicho sacrificio en cruz. En otras palabras, el Hombre-Dios
Jesucristo se inmoló en la cruz y ofreció su Cuerpo y su Sangre no para que
Dios fuera riguroso y severo con nosotros, sino para que Dios tenga piedad y
misericordia de nosotros, pobres pecadores. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, haz que tengamos siempre un gran amor por Jesús
crucificado y que, abrazados a la Santa Cruz y postrados ante Jesús, pasemos a
la otra vida bañados en su Sangre Preciosísima!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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