Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el cruel asesinato de un sacerdote católico, ocurrido en Francia. Para mayores datos acerca del lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Para alcanzar la gracia, es necesaria la virtud de la
esperanza, no solo para compensar el temor que puede causar la contemplación de
los efectos de su pérdida para siempre –la eterna condenación-, como para
recibir el celestial aliento que supone ingresar en el Reino de los cielos si
morimos en estado de gracia. Ahora bien, es necesario tener en cuenta las
palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5) y esto es literal, porque sin Él, que es la Gracia
Increada y Fuente de toda gracia, no podemos recibir la gracia, pero tampoco
podemos, sin Él, recibir la esperanza, porque se trata de una virtud
sobrenatural que tiene que ser infundida desde lo alto sobre nuestra voluntad[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Puesto que la gracia proviene de Dios Uno y Trino, Fuente
Increada de la Gracia y la Gracia en sí misma, es imposible, tanto para el
hombre como para el ángel, adquirirla por sus propias fuerzas, por lo que es
necesario que, indefectiblemente, sea donada por la Trinidad y esto sucede a
través de los Sacramentos de la Santa Iglesia, quienes nos proporcionan la
gracia que nos ganó Jesucristo con su sacrificio en cruz. Es por esto que, si
bien no podemos caer en el pecado de soberbia luciferina, de pensar que la
podemos obtener por nosotros mismos, tampoco debemos caer en la desconfianza de
que Dios no habrá de otorgárnosla, si a Él nos confiamos y a Él se la pedimos[2].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Es voluntad de Dios que salgamos del pecado, si en él por
desgracia hemos caído, porque “Dios quiere que todos nos salvemos” (1 Tim 2, 4) y sólo podemos salvarnos si
recibimos la gracia santificante que brota del Costado traspasado del Señor
Jesús. El pecador, por su culpa, por su libre albedrío, cae en un abismo de
oscuridad y de tinieblas espirituales, del cual le es imposible salir con sus
propias fuerzas, pero es entonces cuando interviene Dios con su gracia, a la
que concede sin miramientos a todo aquel que humildemente se la implora, por
los méritos del Hombre-Dios Jesucristo en su misterio salvífico de Pasión,
Muerte y Resurrección.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El hombre en general y con más razón en particular, el
hombre redimido, el católico, el que ha recibido la gracia de la adopción
filial, debe procurar en no aferrarse a las cosas de la tierra; debe recordar
que “vive en el mundo pero no es del mundo” (cfr. Jn 15, 19), porque es ya ciudadano del Reino de los cielos, llamado
al Banquete de bodas del Cordero en los cielos. Si el hombre se ayuda a sí
mismo, procurando con todas sus fuerzas desapegarse del mundo y sus vanos
atractivos, Dios Trino no tardará ni un instante en otorgarle la gracia que
necesita para alcanzar el Reino de la Jerusalén celestial, “cuya Lámpara es el
Cordero” (cfr. Ap 21, 23)[3].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Dios no niega su amistad y su gracia a nadie, pues Él mismo
nos llamó “amigos” en la Última Cena y es por esto que si alguien hace lo
necesario para merecerla, mucho más se la concederá, prontamente. A través de
Zacarías dice: “Convertíos a Mí y Yo me convertiré a vosotros” (1, 3); a través
de Ezequiel dice: “La maldad del malo no le dañará en cualquier día que se
convirtiere” (33, 12) y también dice: “Cuando se apartare el malo de su maldad,
vivificará su alma”. Dios está tan pronto en darnos su gracia y con ella su
vida eterna, que cuando nos disponemos a ella, no demora ni un segundo en
darnos la inestimable gracia santificante[4].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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