Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio cometido contra la Eucaristía, al colocarla en una custodia que figuraba al ídolo demoníaco conocido como “Pachamama”. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos, llegad”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Con
relación a la rigurosidad de la Justicia Divina, sólo hay que remitirse a las
Sagradas Escrituras, a las palabras de Nuestro Señor Jesucristo, cuando dice: “Muchos
son los llamados y pocos los escogidos” (Mt
20, 16) y también: “Angosta y estrecha es la senda que lleva a la vida y pocos
los que la hallan” (Mt 7, 7-14). También
es para considerar la rigurosidad de la Justicia Divina el hecho de que, siendo
tan copiosa y sobreabundante la redención de Cristo, haya aún tantos castigos,
tantos pecados, tantos pecadores y tantos condenados[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Porque
son pocos los llamados, porque la puerta de la salvación es estrecha y porque
son todavía menos los que la encuentran, es que San Pedro exclama: “Si el justo
apenas se salvará, el impío y pecador, ¿adónde irán?” (1 Pe 4). Es también cosa terrible lo que dice San Crisóstomo en
sermón en la ciudad de Antioquía, que era de las mayores del mundo: “¿Cuántos
pensáis que se salvarán de los que están en esta nuestra ciudad? Cosa triste es
lo que os tengo de decir, pero con todo eso la diré: Entre tantos millares de
almas no se podrán hallar ciento que se salven y de éstos dudo”[2]. Una
sentencia espantosa, dicha por un santo y todavía más, sabiendo cuán populosa
era dicha ciudad. ¿Qué sucederá en nuestros días, en los que las ciudades no
sólo son mucho más grandes, sino que el pecado ha sido entronizado como “derecho
humano”?
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
No
menos terrible es lo afirmado por San Vicente Ferrer: “Antes que Cristo viniese
al mundo en carne humana se pasaron más de cinco mil años y todo el mundo se
condenaba, sino es unos pocos del pueblo de Israel, que iban al limbo de los
Santos Padres”[3].
Continúa luego el santo: “También cuántos malos cristianos se condenan, porque la
fe y el bautismo no salvan al hombre, sino es con la buena vida y no de otra manera.
¿Cuántos cristianos hay que, aunque tengan fe, con todo eso son soberbios,
avarientos, lujuriosos? Y lo mismo es de otros vicios. ¿Cuántos cristianos no
se confiesan cada año en la Cuaresma, ni comulgan, ni guardan los Mandamientos,
ni el Domingo y fiestas de los Santos? Todos estos tales no se salvarán”[4]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ruega por
nosotros al Justo Juez, para que tenga misericordia de nuestras almas!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El
mismo San Vicente Ferrer narra el siguiente hecho, en un todo verídico: sucedió
que había un eremita que por cuarenta años estuvo en el desierto habiendo antes
renunciado a todas sus posesiones materiales y también cargos y honores
mundanos. Poco después de fallecer, se presentó al Obispo de la ciudad cercana
al desierto en el que el eremita habitaba; el Obispo le pidió que le dijera
algo del otro mundo, a lo que el eremita le respondió que el mismo día en el
que él murió murieron también en todo el mundo treinta mil hombres, de todos
los cuales sólo cinco se salvaron, que fueron él y San Bernardo, que murió el
mismo día y se fueron derechos al cielo y otros tres que entraron en el
Purgatorio, los demás se fueron al Infierno[5].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Con
respecto a la eterna condenación de las almas impenitentes, muchos santos
fueron los que tuvieron visiones de cómo caían estas desgraciadas almas en el
Infierno, como copos de nieve muy densos, o como gotas de agua. Por otra parte,
todos los Padres y Doctores convienen que la salida de los hijos de Israel para
Egipto fue señal de los muchos que se condenan y de cuán pocos son los que se
salvan. Teniendo en cuenta esto, provoca espanto el saber que de los
seiscientos mil hombres que sacó Dios de Egipto, sólo dos entraron en la tierra
de promisión[6].
¡Horrible cosa es, que de seiscientos mil llamados, sólo dos fueron elegidos! ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, ruega al
Justo Jueza para que se apiade de nosotros y, perdonándonos nuestros pecados,
nos haga ingresar en el Reino de los cielos!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
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