sábado, 16 de enero de 2021

Hora Santa en reparación por atentado sacrílego contra catedral San Patricio en Nueva York 060121

 


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el atentado sacrílego sufrido por la catedral de San Patricio en Nueva York, Estados Unidos. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:

https://www.catholicnewsagency.com/news/cardinal-dolan-condemns-ugly-and-unlawful-defacement-of-st-patricks-cathedral-57590?fbclid=IwAR3SPw4VCbTZgB_TzMURr65givkS3aUHsrDd4BTiVEbwi7hSf5O1LUiMlrQ

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

          La siguiente anécdota es narrada por el fundador de una próspera institución religiosa, los Franciscanos de la Inmaculada Concepción. Dice así: “En la vida de San Jacinto, dominico, se lee que, una vez, para evitar una profanación del Santísimo con Sacramento, el Santo corrió a sacar del Sagrario el copón con las Sagradas Hostias para ponerlo en un sitio seguro- Mientras San Jacinto se iba con Jesús Eucarístico apretado en su pecho, oyó una voz que salía de la imagen de María Santísima que estaba a un lado del altar: “¿Cómo? ¿Te llevas a Jesús sin llevarme también a mí?”. El Santo se detuvo, sorprendido y entendió el pedido de la Virgen, aunque dudaba de si podría hacerlo, pues tenía sólo una mano libre y la imagen de la Virgen era pesada: entonces, sucedió un prodigio, al tomarla con su única mano libre, la imagen de la Virgen resultó más liviana que una pluma, con lo cual el Santo pudo cumplir con su cometido. El significado del prodigio es delicadísimo: tomar a María con Jesús no puede pesar ni costar absolutamente nada, porque Ellos “están el Uno en el Otro” (Jn 6, 56), de una manera divinamente sublime”[1].

          Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

          “Allí donde está la Madre, allí está el Hijo; y allí donde está el Hijo, está la Madre”, nos dicen los santos. La presencia de la Virgen al lado de su Hijo sea corporal, física o espiritual y sobrenatural, es inseparable y esto no es una metáfora o una expresión de deseos, sino una realidad sobrenatural. Así nos lo enseñan los santos, como, por ejemplo, Santa Bernardita Soubirous: una persona quiso ponerla a prueba con esta pregunta: “¿Qué te gusta más: recibir la Santa Comunión o ver a Nuestra Señora en la Gruta?”. A lo que la Santa respondió: “¡Qué pregunta tan extraña! Son cosas que no se pueden separar, Jesús y María van siempre juntos”[2].

          Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

          Afirma un autor: “La unión entre Nuestra Señora y la Eucaristía permanecerá indisoluble por su naturaleza “hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), porque María Santísima, con su Cuerpo y su Alma -Purísimos y Llenos de la gracia de Dios- constituye la “Morada de Dios” (Ap 21, 3): es la hostia incorruptible “Santa e inmaculada” (Ef 5, 27) que reviste de ella al Verbo de Dios hecho hombre; San Germán llega a llamarla “Paraíso dulcísimo de Dios”. Y más bien, según una sentencia piadosa, también en el Cielo la Virgen conserva y conservará eternamente a Jesús Hostia visible en su pecho y eso para su “eterno consuelo, para júbilo de todos los Beatos y especialmente para alegría perenne de los devotos del Santísimo Sacramento”[3]. En otras palabras, la Virgen será para siempre, para toda la eternidad, “Nuestra Señora de la Eucaristía”.

          Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio. 

Meditación.

          No es mera intuición religiosa de un artista piadoso el representar a la Virgen con Jesús Eucaristía en su pecho: la Virgen lleva, desde la Anunciación, al Pan Vivo bajado del cielo en su Corazón Inmaculado, porque su “Sí” a la Encarnación del Verbo está motivado por el amor que inhabita en su Corazón virginal, el Espíritu Santo. Con toda razón, la Virgen es llamada “Nuestra Señora de la Eucaristía”, porque Ella nos da el fruto de sus entrañas virginales, Cristo Jesús, Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. Y será la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, quien continuará llevando eternamente a Jesús Eucaristía en su pecho, para ofrecerlo a la contemplación gozosa de los bienaventurados “a quienes ya ahora les es dado ver la Divina Persona de Jesús en las especies eucarísticas”[4].

          Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

          Ahora bien, si la Virgen, como Nuestra Señora de la Eucaristía, nos da a su Hijo, el Pan de Vida eterna, Cristo Jesús y así se convierte en instrumento privilegiado de la Trinidad para nuestra unión sacramental con la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, también es cierto que nos unimos a la Virgen por medio de la Eucaristía: “Nuestra unión con Nuestra Señora encuentra su punto fervoroso de fusión plena y más amorosa en la Eucaristía y especialmente en la Santa Comunión: con Jesús Hostia entra Ella dentro de nosotros, se hace todo una con cada uno de nosotros sus hijos, derramando su amor materno sobre nuestra alma y nuestro cuerpo. San Hilario dice: “La mayor alegría que podemos dar nosotros a María es la de llevar a Jesús Eucaristía en nuestro pecho”[5].

          Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

Un Padrenuestro, diez Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

 

         



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús. Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 152.

[2] Cfr. Manelli, ibidem, 153.

[3] Cfr. Manelli, ibidem, 153.

[4] Cfr. Manelli, ibidem, 154.

[5] Cfr. Manelli, ibidem, 154.

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