jueves, 26 de noviembre de 2020

Hora Santa en reparación por los que desprecian la Navidad 251120

 


Hermana Smerilli, en contra de la Navidad y a favor de una 
neo-pagana "fiesta del encuentro" ¿?
Traduzco lo que dice la desubicada religiosa Smerilli, sedicente "economista": "No quiero disminuir la importancia de la Navidad, pero no podemos alentar -su celebración- ahora. Una vez que finalice todo esto -la pandemia- tal vez nos regalaremos (sic) una fiesta nueva, la fiesta del encuentro". Perdón, hermana desubicada, pero una "fiesta nueva del encuentro", es decir, una fiesta sin Dios Encarnado, suena a aquelarre, es decir, a encuentro de humanos, brujos y brujas, con el Demonio, porque no hay verdadero encuentro entre los hombres sino están Dios y su gracia de por medio. Y sino están Dios y su gracia, está el Demonio entre los hombres: ergo, usted propone un aquelarre en lugar de la Navidad. Un consejo: deje de proponer sandeces y dedíquese a evangelizar sobre el más grande acontecimiento para la humanidad, la Encarnación y Nacimiento del Verbo de Dios hecho carne, que eso es la Navidad.

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por todos aquellos –incluidos religiosos- que desprecian la Navidad. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:

https://www.facebook.com/photo/?fbid=10218956427603151&set=a.10200755046940010

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

Lo que proporciona la bienaventuranza, no solo en la vida eterna, sino en esta vida terrena, es la gracia santificante de Jesucristo. Por esta razón, se equivocan quienes, aun para la vida temporal, no buscan ni estiman la gracia por encima de todas las cosas y bienes de la tierra, puesto que a la gracia la acompañan todas estas cosas y bienes de la tierra[1]. La gracia trae consigo no sólo bienes –terrenos- tan grandes, sino ante todo, trae consigo el mejor y más grande de todos los bienes imaginables: la vida eterna.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Comparada con la gracia, todo lo que los mundanos juzgan por bienaventuranza, no es sino malaventura, desdicha y maldición, tanta es la diferencia que existe entre el bien que concede la gracia y los así llamados “bienes” terrenos y temporales. Hay quienes ponen su bienaventuranza en los deleites sensibles, pero esto es un gran error, ya que es imposible que estos placeres constituyan el bien del hombre: sin embargo, la gracia es un estado perfecto en el que los bienes de todo tipo se armonizan y se subordinan, los inferiores a los superiores, concediendo al hombre un estado de permanente serenidad, alegría y paz sobrenaturales.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Por otra parte, los deleites sensibles ciegan al alma y la abaten a mil vilezas, haciéndola esclava de la carne. Por esta razón dijo Séneca: “Los que se hunden en sus gustos, de los cuales habiendo hecho costumbre no pueden carecer, sirven a su deleite, no le gozan y aman sus males”. En otras palabras, no hay mayor ceguera, vileza y maldición que esta –el servir a los placeres sensibles-, porque son grande ocasión de pecados y de hundimiento del alma en el fango de los vicios. La gracia, por el contrario, concede bienes sobrenaturales, que exceden en valor, infinitamente, a los bienes sensibles.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La felicidad verdadera, que solo la concede la gracia, no puede nunca ocasión de mal ni de pecado, porque como enseña Aristóteles, se hubiera de huir y no de buscar y así no sería felicidad, que es la cosa de la que nunca se ha de huir y siempre se ha de desear y puesto que los deleites son ocasión de pecado y de daño en el alma, no puede estar en ellos la bienaventuranza, pues se han de aborrecer y echar de sí.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los gustos no solo son perjudiciales al alma, sino también al cuerpo, puesto que lo colman de enfermedades[2]. Por eso dice San Juan Crisóstomo: “Así como la tierra con la abundancia de muchas aguas pierde su calor natural y virtud y queda inútil para la labranza, así también el hombre delicioso cae en enfermedades graves e incurables, con temblor, con flaqueza en los miembros, con pesadumbre en los pies y tormento de las manos y muchos males. Los regalos no son mejores que una ponzoña mortal y aun son peores, porque el veneno quita la vida a quien le bebe, pero los regalos acarrean una vida más miserable que muchas muertes”[3]. Y pueden quitar la vida eterna, agregamos nosotros. Por eso, cuidémonos en no desear los deleites terrenos y procurarnos, en cambio, la gracia, que con ella nos vienen la salud, los bienes terrenos y, sobre todo, la vida eterna.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).  

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.

 

 



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 416.

[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 417.

[3] Orat. 6, De Fato.

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