Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística
ocurrida en una parroquia de Bagheria, Palermo, Italia. Para mayor información,
consultar el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/ultimoesorcista/posts/1159702151115407
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
El
fin último del hombre es amar y adorar a Dios Trino en la eterna
bienaventuranza en los cielos: para esto fue creado por Dios Padre, para esto
fue redimido por Dios Hijo, para esto fue santificado por Dios Espíritu Santo. Con
la gracia, tenemos ya el fin último de la vida, en anticipo, no todavía en su
plenitud, pero ya lo tenemos. Ahora bien, los bienes terrenos y las riquezas
materiales están en las antípodas de este fin y por eso deben ser evitadas y,
en cambio, ser preferido el bien de todos los bienes, la gracia santificante[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
inmensa mayoría de los pecadores del mundo, los más codiciosos y deseosos de
los bienes terrenos, no aman a los bienes terrenos por sí mismos, sino por los
deleites y comodidades que por medio de ellos quieren alcanzar[2]. Y
si los gustos no causan la vida eterna, mucho menos las riquezas, que se
ordenan a ellos. Por el contrario, la gracia santificante se desea por sí
misma, ya que ella, al hacernos partícipes de la vida divina, es apetecible en
sí misma y no por otra cosa.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Además
de esto, las riquezas terrenas están llenas de miserias, de temores, de
sobresaltos, peligros, desafíos y por eso se comparan a las espinas, que hieren
la mano del que sostiene una rosa, por ejemplo. La espina causa dolor, al
enclavarse en la piel y provoca dolor también cuando se la retira: así son las
riquezas, que para adquirirlas cuestan trabajo, para conservarlas requieren
cuidados y temores y el estar viviendo con el permanente miedo a ser despojados
de ellas; por último, cuando se quitan, provocan gran dolor[3]. Nada
de esto sucede con la gracia, el bien por antonomasia, que se nos da
gratuitamente y nos concede la gracia, la paz y la alegría de Dios en el alma.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Refiriéndose
a las riquezas, dijo San Agustín: “El oro tanto más atormenta, cuanto más
abundante fuere”[4].
Y Séneca dice lo mismo: “Estas cosas que así apetecemos como que hubiesen de
dar contento y gusto, son causa de dolores”. De modo inverso la gracia, cuanto
mayor grado de la misma se tiene, más contento, alegría, paz y serenidad divina
concede al alma, porque tanto más la hace partícipe de la vida divina, de la
Vida de la Santísima Trinidad.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
riquezas materiales, aun cuando sean abundantes, son siempre insuficientes y
pobres, porque no sólo no dan otros bienes, sino que no dan lo que es ser rico
y así son vanísimas, porque no dan forma ni ser alguno. Esto es lo que quiere
significar la Escritura cuando dice: “Los ricos tuvieron necesidad y hambrearon”.
Como dice San Bernardo, “el avariento rico tiene hambre de las cosas de la
tierra, como un mendigo, mas el que es
fiel a Jesucristo las desprecia como señor: aquél poseyéndolas mendiga; éste,
despreciándolas, las guarda”. Deseemos la gracia santificante, que enriquece al
alma con la vida de Dios y así lo tendremos todo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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