Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación y destrucción de imágenes de la Virgen y Nuestro Señor Jesucristo en Arizona. Para mayores detalles relacionados con este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio
(a elección).
Meditación.
Sin
la gracia de Dios, el hombre se convierte en algo inferior a las bestias
irracionales y, aunque temporariamente pueda disfrutar de algún bien terreno,
si persiste en ese estado, irremediablemente se condenará. Esto es así, porque
la gracia es lo que nos hace verdaderamente ricos, ya que nos enriquece con la
Vida divina, la vida de Dios Uno y Trino. Sin la gracia, somos los más pobres e
infelices del mundo, aun cuando vivamos sumergidos en la riqueza y el oro.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirma
un autor: “Sin la gracia de Dios, fueron muchos los que, aun contando con el
favor de príncipes y reyes, se convirtieron en seres malos y depravados, con
fines malaventurados: vivieron mal y no murieron mejor, “pereciendo su memoria
con estallido” (Sal 9, 7). Fueron ambiciosos,
atropellaron contra toda razón y derecho, pisotearon toda justicia, no tuvieron
más ley que su voluntad. Finalmente, perecieron entre las uñas de su fortuna”[1]. En
otras palabras, sin la gracia de Dios, el alma se vuelve pobre e infeliz,
aunque goce del favor y la estima del mundo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Continúa
el mismo autor: “No hay que fiar de la felicidad humana: en vida suele ser
dañosa para el alma, en muerte al cuerpo. Mientras dura, emponzoña al alma:
cuando se va, da el golpe y hace presa del cuerpo y la que estuvo dando toda la
vida, quita después la vida y con esto se hace pago de todo. La fortuna no
ayuda a la virtud, las honras mudan las costumbres y así hay que temer mucho de
la gracia de los hombres, que nunca es segura, si no la acompaña la gracia de
Dios y siempre puede ser sospechosa”[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
relación a la gracia de Dios y la gracia y favor que dan los hombres, dice San
Juan Crisóstomo que Cristo nuestro Redentor quiso morir en la corte de Judea y
ser allí más desfavorecido de los hombres, para poner horror a sus discípulos
de la corte donde está el favor humano[3].
Es decir, Nuestro Señor Jesucristo, al morir en la Cruz, condenado
injustamente, quiso hacer ver a los Apóstoles cuán peligrosa es la gracia que
conceden los hombres, cuando esta no está acompañada de la gracia de Dios.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Continúa
un autor: “Quien se empeña mucho por agradar a los hombres, está en peligro de
desagradar a Dios. Pretender mucho la gracia de los príncipes, no se suele
hacer sin perjuicio de la virtud. Muy lejos está el deseo de la gracia humana
de hallar la divina, pues se atropella con la gracia de Dios por hallar la de
los hombres. Mucho puede desagradar a Dios Trino quien lo que más pretende es
agradar a los hombres; quien da gusto a los hombres, da disgusto a Dios”[4]. Y
esto sucede porque los hombres están manchados por el pecado y quien quiere
agradar a estos tales, se mancha también él con el mismo pecado con el que los
hombres están afectados. Sirvamos por lo tanto a Nuestro Señor en la
Eucaristía, aun a costa del desprecio de los hombres.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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