Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la destrucción del sagrario y
el robo sacrílego de las Hostias consagradas en una parroquia de Madrid,
España. Para mayor información acerca de este sacrílego hecho, consultar el
siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
El
hombre ha sido creado para ser feliz; en efecto, todos los filósofos,
comenzando por Aristóteles, coinciden en que el hombre, desde que nace, busca
la felicidad. El problema, según San Agustín, es dónde va el hombre a buscar la
felicidad: si la busca en el hombre, nunca será feliz; si la busca en Dios
Trino, será feliz en esta vida y en la otra, por toda la eternidad. Busquemos la
felicidad en Dios y en su Cruz y así seremos felices –aun con tribulaciones- en
esta vida y, fundamentalmente, en la otra.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
respecto a la felicidad, afirma un autor: “No hay que buscar la felicidad
humana: en vida suele ser dañosa al alma, en muerte al cuerpo. Mientras dura,
emponzoña al alma; cuando se va, da el golpe y hace presa en el cuerpo; y la
que estuvo dando toda la vida, quita después la vida y con esto se hace pago de
todo. La fortuna no ayuda a la virtud, las honras mudan las costumbres y así
hay que temer mucho de la gracia de los hombres, que nunca es segura, si no la
acompaña la gracia de Dios y siempre puede ser sospechosa”[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
el Salmo 51, dice así David, en relación a dar gusto a los hombres o a Dios: “Dios
disipa los huesos de los que agradan a los hombres: confundidos están, porque
Dios los ha despreciado”. Es una pesada injuria para el alma, cuando por la
benevolencia humana carga sobre uno la ira divina y por la estimación de los
hombres se granjea ser menospreciado por Dios. Nada puede aprovechar el favor
humano sin la gracia divina y no sólo eso, sino que se granjea la maldición
divina, pues se cumplen las palabras de las Escrituras: “Maldito el hombre que
confía en el hombre” (Jer 17, 5).
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia de los hombres, la benevolencia humana, la gloria que el hombre da al
hombre sin la gracia de Dios, es sólo daño para el alma, precisamente porque no
tiene el favor de la gracia divina. Ahora bien, lo contrario es cierto: si el
alma se esfuerza por vivir en gracia y en cumplir los Mandamientos de la Ley
Divina, el alma está segura, no sólo en medio de peligros y desgracias, sino en
la misma gracia de los hombres, que es tan peligrosa. La Escritura nos da
numerosos ejemplos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, de cómo
los hombres salieron triunfantes y airosos cuando contaron con la gracia de
Dios[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Se
debe considerar también cuán inconstante y quebradiza es la gracia de los
hombres, muy al contrario de la gracia de Dios. La gracia de los reyes y el
favor de los hombres, se olvida rápidamente y esto es acorde a las Escrituras,
que habla de la falacia del corazón: “¡Cuán engañoso es el corazón humano!”
(Jer 17, 9). Sin embargo, Dios no es así para quien está en su gracia y le
sirve; porque es tan fiel la gracia de Dios que, dice David, “estará en la
memoria eterna de Dios”. En él tiene puestos los ojos su Divina Majestad y lo
tiene tan presente que no se olvida de él, ya que no se aparta de él. Y
aun después de muerto, hace Dios por su
causa y memoria muchos bienes a los suyos[3].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
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