Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los intentos de agrupaciones de izquierda de quitar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, colocada en el Ayuntamiento de Cádiz desde hace décadas. Para mayores detalles, consultar el siguiente enlace:
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=2561341954132736&id=100007708697479
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos, llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Cuando la razón humana no se sujeta a Dios, es decir, no
recibe su gracia que ilumina sus tinieblas, se siguen muchos desórdenes de los
actos de la razón[1].
Uno de estos desórdenes es lo que se llama “racionalismo” y consiste en que la
razón humana juzga y reflexiona acerca de los misterios divinos, pero sin la
luz de la gracia, con lo cual reduce todo el Misterio Pascual de Cristo Dios a
los estrechos límites de su capacidad de razonar.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El que se deja guiar por el racionalismo, cae en un grave
error, pues todo lo juzga según los límites escasos del razonamiento humano, dejando
de lado el aspecto mistérico de la religión católica, cuando se trata de esta
religión. En efecto, el racionalista, juzgando con su sola capacidad de razonar
humana y sin dejarse iluminar por la luz de la gracia, reduce los milagros
realizados por Jesús en las Escrituras, a meros aspectos psicológicos o
morales.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Así, el racionalista, al juzgar sobre la Presencia real de
Jesucristo en la Eucaristía, o en la renovación incruenta y sacramental del
Santo Sacrificio de la Cruz, que es en lo que consiste la Santa Misa, considera
que no hay nada de sobrenatural, ni en la Eucaristía, a la que reduce a un
trozo de pan consagrado en una ceremonia religiosa, ni en la Santa Misa, a la
que reduce a un simple ritual religioso puramente humano, sin la Presencia
divina en ningún aspecto ni en ningún momento.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El
racionalismo, aplicado a la religión, además de ser un grave desorden de la
razón, por cuanto ésta se niega a recibir la luz de la gracia que la sacaría de
su error, puede constituir un pecado mortal en cuanto se hace consciente y
voluntario, es decir, en cuanto el alma decide, voluntaria y libremente,
persistir en utilizar su razón sin el auxilio de la gracia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
De la misma manera sucede con los sentidos, cuando estos no
están guiados por la razón iluminada por la gracia[2]:
los sentidos, sin la razón y sin el control divino de la gracia, degeneran
prontamente en pasiones depravadas, que arrojan al alma a las más oscuras
acciones, algunas de las cuales la llegan incluso a equiparar al alma humana,
que es racional por esencia, a las bestias irracionales. En otras palabras, si
no media la gracia sobre la razón, ésta degenera en racionalismo, pecado que
consiste en negar todo lo sobrenatural y divino; si no media la razón,
iluminada por la gracia, sobre los sentidos, estos terminan por convertirse en
pasiones depravadas y en convertir a su vez al hombre en algo inferior a una
bestia irracional. Por esta razón, es imprescindible y esencial que la gracia
santificante ilumine nuestra razón y que nuestra razón, iluminada por la
gracia, domine los sentidos corporales.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 380.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 380.
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