Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística
ocurrida en la localidad italiana de Caltanisettta. Para mayores datos acerca
de este sacrílego hecho, consultar el siguiente enlace:
Oración
inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Afirma
Santo Tomás que un hombre, a causa del pecado original, no puede sostenerse sin
caer en pecado mortal, más de un año; de allí la recomendación de la Iglesia de
la Confesión Sacramental por lo menos una vez al año, para Pascuas de
Resurrección[1].
La causa que da este Santo –para la necesidad de la gracia- es que “así como el
apetito inferior debe estar sujeto a la razón, así también la razón debe estar
sujeta a Dios y poner en Él el fin último de su voluntad; y conviene que todos
los actos humanos se regulen por su fin, como también los movimientos del
apetito se han de regular por el juicio de la razón”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Continúa Santo Tomás: “Así como no estando el apetito
inferior totalmente sujeto a la razón, no puede ser si no es que se sucedan en
el apetito sensitivo muchos apetitos desordenados; de la misma manera, no
estando la razón totalmente sujeta a Dios –y esto lo logra solo por la gracia-,
se ha de seguir de ahí que haya muchos desórdenes en los actos de la razón. Si el
hombre no tiene su corazón firme en Dios, el hombre menosprecia sus
mandamientos y peca mortalmente, sin poder hacer nada con sus propias fuerzas
naturales para evitarlo. De allí la necesidad imperiosa de acudir a la gracia
santificante, ya que está sana la naturaleza corrompida y la ordena con Dios[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al respecto, San Gregorio afirma que, cuando un pecado no se
borra por la gracia y la penitencia, éste mismo lleva a cometer otros pecados: “El
pecado que no se borra luego por la penitencia –y la gracia-, impele para caer
en otro (pecado) con el mismo peso” (o aun mayor)[3]. Quienes
carecen de la gracia a causa del pecado pueden considerarse a sí mismos como
miserables y carentes de toda fortuna, aun cuando lo posean todo, materialmente
hablando; por eso es que la gracia, aun cuando no se posean bienes materiales,
implica tenerlo literalmente todo, porque por la gracia se tiene la
inhabitación de Dios Trinidad, Fuente Increada de todo bien y Bien Increado en
sí mismo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
El profeta Isaías, refiriéndose a quienes carecían de la
gracia y estaban en pecado, dice: “¡Ay de vosotros, que traéis la maldad con
cordeles de vanidad y el pecado como una atadura de carro!” (5, 18). Estando uno
sin gracia no hace sino labrar una soga o una cadena de pecados, añadiendo uno
a otro, así como se añaden los eslabones de una cadena o los nudos de una soga,
con los cuales pecados los demonios lo tiran al Infierno, en donde ya no hay
Redención posible. Es la gracia la que corta este círculo vicioso, este vínculo
dañino entre el pecado y el alma y pone al hombre en estado de la libertad de
los hijos de Dios.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para comprender cuán formidable don es la gracia, es
necesario reflexionar antes en cuán formidable desgracia es el pecado, del cual
la gracia nos libra; es por esto que los grandes santos preferían la muerte terrena antes que cometer un pecado venial deliberado o un
pecado mortal, pues el pecado, sobre todo el mortal, implica la pérdida de la
vida eterna y una segura condenación en el lago de fuego inextinguible[4]. Los
santos preferían sufrir toda clase de los aquí en la tierra llamados “males” –dolor,
enfermedad, hambre, peste, etc.-, antes que cometer un solo pecado que los
privase de la gracia. Así, disponían sus almas para la eterna bienaventuranza. Imitémoslos,
pues, a los grandes santos, que prefirieron morir terrenalmente, antes que cometer
un pecado venial y mucho menos un pecado mortal.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.
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