miércoles, 23 de septiembre de 2020

Hora Santa en reparación por profanación eucarística en Caltanisetta, Italia 220920


 

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación eucarística ocurrida en la localidad italiana de Caltanisettta. Para mayores datos acerca de este sacrílego hecho, consultar el siguiente enlace:

https://www.ilfattonisseno.it/2020/09/caltanissetta-nuovo-raid-a-santagata-profanata-la-casa-del-signore/?fbclid=IwAR2apgRmI8A3lXky69jEZCGgj0KYYK0pt1YUFSpvXM5MONYuIY00BNHPnTI

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

Afirma Santo Tomás que un hombre, a causa del pecado original, no puede sostenerse sin caer en pecado mortal, más de un año; de allí la recomendación de la Iglesia de la Confesión Sacramental por lo menos una vez al año, para Pascuas de Resurrección[1]. La causa que da este Santo –para la necesidad de la gracia- es que “así como el apetito inferior debe estar sujeto a la razón, así también la razón debe estar sujeta a Dios y poner en Él el fin último de su voluntad; y conviene que todos los actos humanos se regulen por su fin, como también los movimientos del apetito se han de regular por el juicio de la razón”.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Continúa Santo Tomás: “Así como no estando el apetito inferior totalmente sujeto a la razón, no puede ser si no es que se sucedan en el apetito sensitivo muchos apetitos desordenados; de la misma manera, no estando la razón totalmente sujeta a Dios –y esto lo logra solo por la gracia-, se ha de seguir de ahí que haya muchos desórdenes en los actos de la razón. Si el hombre no tiene su corazón firme en Dios, el hombre menosprecia sus mandamientos y peca mortalmente, sin poder hacer nada con sus propias fuerzas naturales para evitarlo. De allí la necesidad imperiosa de acudir a la gracia santificante, ya que está sana la naturaleza corrompida y la ordena con Dios[2].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al respecto, San Gregorio afirma que, cuando un pecado no se borra por la gracia y la penitencia, éste mismo lleva a cometer otros pecados: “El pecado que no se borra luego por la penitencia –y la gracia-, impele para caer en otro (pecado) con el mismo peso” (o aun mayor)[3]. Quienes carecen de la gracia a causa del pecado pueden considerarse a sí mismos como miserables y carentes de toda fortuna, aun cuando lo posean todo, materialmente hablando; por eso es que la gracia, aun cuando no se posean bienes materiales, implica tenerlo literalmente todo, porque por la gracia se tiene la inhabitación de Dios Trinidad, Fuente Increada de todo bien y Bien Increado en sí mismo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El profeta Isaías, refiriéndose a quienes carecían de la gracia y estaban en pecado, dice: “¡Ay de vosotros, que traéis la maldad con cordeles de vanidad y el pecado como una atadura de carro!” (5, 18). Estando uno sin gracia no hace sino labrar una soga o una cadena de pecados, añadiendo uno a otro, así como se añaden los eslabones de una cadena o los nudos de una soga, con los cuales pecados los demonios lo tiran al Infierno, en donde ya no hay Redención posible. Es la gracia la que corta este círculo vicioso, este vínculo dañino entre el pecado y el alma y pone al hombre en estado de la libertad de los hijos de Dios.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Para comprender cuán formidable don es la gracia, es necesario reflexionar antes en cuán formidable desgracia es el pecado, del cual la gracia nos libra; es por esto que los grandes santos  preferían la muerte terrena antes que  cometer un pecado venial deliberado o un pecado mortal, pues el pecado, sobre todo el mortal, implica la pérdida de la vida eterna y una segura condenación en el lago de fuego inextinguible[4]. Los santos preferían sufrir toda clase de los aquí en la tierra llamados “males” –dolor, enfermedad, hambre, peste, etc.-, antes que cometer un solo pecado que los privase de la gracia. Así, disponían sus almas para la eterna bienaventuranza. Imitémoslos, pues, a los grandes santos, que prefirieron morir terrenalmente, antes que cometer un pecado venial y mucho menos un pecado mortal.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.

 



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 379.

[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 380.

[3] Homil. 11 in Ezech.; Moral., lib. 25, cap. 13.

[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 381.

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