Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el asesinato de un sacerdote en Venezuela. Para mayor información acerca de este luctuoso suceso, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
La
gracia de Jesucristo todo lo puede: puede hacer salir triunfante al alma frente
a toda tentación, aún la más fuerte de todas; puede quitar del alma –por medio
del Sacramento de la Penitencia- todo pecado, aun cuando se tratara del pecado
más abominable de todos. Esto es así, porque la gracia es la participación en
la vida divina y esto significa que cuando el alma recibe la gracia, recibe la
Vida de Dios, Vida que contiene en sí toda virtud en grado infinito y es de
estas virtudes de las cuales la gracia hace al alma partícipe y es la razón por
la que el alma sale vencedora en toda tentación y le es quitado todo pecado.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
respecto al poder de la gracia santificante, dice así San Cipriano: “Cuando yo
vivía en las tinieblas de mi ceguera y andaba dudoso entre mis yerros, me
parecía cosa dificultosa y dura apartarme de mis costumbres y veía que Dios me
prometía salud y victoria si volvía a renacer y que me había de mudar en otro y
esto me parecía imposible. Pero después que aquella luz divina entró en mi
alma, purificada y limpia con el agua del Bautismo, se produjo un segundo nacimiento,
que fortaleció mi alma, engendrando en mí una esperanza de que era posible lo
que se me había representado no serlo”[1]. Es
decir, lo que dice este santo es que la gracia fue lo que lo convirtió, de
pecador, en santo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Esta
fuerza notable de la gracia, que puede cambiar al hombre de pecador en santo,
puede observarse en las Escrituras, por ejemplo. Así, San Gregorio hace notar
lo que le pasó a Saúl, a quien dijo Samuel (1
Re 10, 6): “Saltará en ti el espíritu del Señor y profetizarás y te mudarás
en otro varón”. Al comentar este pasaje, dice San Gregorio: “Los corazones de
los elegidos se llenan de repente con sus dones. Era uno tibio, pero visitado
del Espíritu Santo se convierte de repente en fervoroso y con grande fortaleza
ejecuta grandes obras; se muda en otro varón, porque comienza a hacer una vida
buena, ama las cosas del cielo y desprecia las de la tierra”. Amar a Dios Trino
y obrar la misericordia, es obra de santos y esto lo hace la gracia.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
gracia da también una fuerza sobrehumana para padecer y morir por Cristo: estas
fuerzas que comunica la gracia para vencer los vicios y obrar las virtudes, son
para algo conforme a la naturaleza y eso explica que la gracia ayude a huir de
lo que es contrario a la razón –y a la salvación eterna, como lo es el pecado-
y en seguir lo que es conforme a ella –es decir, toda obra buena que, como es
hecha en gracia, es meritoria para el cielo-. Ahora bien, también da la gracia
fuerzas para no huir de la muerte, confesando el nombre de Cristo y esto es
algo inmensamente superior a lo que puede la misma naturaleza humana[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
fortaleza sobrehumana que otorga la gracia al alma se puede observar en los
santos y mártires, a lo largo de la historia de la Iglesia: en efecto, no es
sino por obra de la gracia que niños y doncellas frágiles se hayan ofrecido al
cuchillo, al fuego, a tormentos inhumanos, con alegría y entereza y esto porque
la gracia les hace entrever ya, entre las brumas de esta vida, las delicias de
la vida eterna que les espera en el Reino de los cielos[3]. Por
eso, el cristiano debe decir, junto con el Apóstol: “Todo lo puedo en Aquel que
me conforta” (Fil 4, 13).
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al Cielo iré y la contemplaré”.
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