miércoles, 21 de octubre de 2020

Hora Santa en reparación por diversas profanaciones de imágenes de la Virgen con pañuelos verdes pro-aborto en distintas partes del mundo 211020

 


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por diferentes actos vandálicos sufridos por imágenes de la Virgen en diversas partes del mundo, a cargo de feministas pro-abortistas. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:

https://www.facebook.com/noeliagd/posts/3056923631080460

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Postrado a vuestros pies, humildemente”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

         No es verdad afirmar que el pecado no puede ser vencido por la gracia: el pecado no puede ser vencido con las solas fuerzas de la naturaleza humana, pero con la gracia, el alma puede vencer todo tipo de tentación, al tiempo que cualquier clase de pecado, por horrible que sea, le es quitado del alma por la acción de la gracia santificante de Jesucristo, adquirida para nosotros al precio de su sacrificio en la Cruz.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Profeta Isaías dice que “los que confían en el Señor mudarán la fortaleza y tomarán alas de águila y volarán, correrán y no trabajarán” (40, 31), queriendo significar con esto la acción de la gracia en el alma, que permite evitar toda tentación y que también quita toda clase de pecado en el alma. Por esta razón otro Profeta, Abacuc, llama a Dios “su fortaleza” en todos los peligros, porque así como el sol clarifica al aire, así, por usar el cristiano de la ayuda de Dios como de propias fuerzas, le llamamos, junto al Profeta, “nuestra fortaleza”[1].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Quien vence en la batalla espiritual contra la tentación y el pecado es Dios y no nosotros[2]: si nosotros vencemos, es por la gracia de Jesucristo que obra en lo más profundo de nuestro ser, comunicándonos de la fortaleza y de la santidad divinas. Es esto lo que hace que un alma pueda enfrentar cualquier tentación, aun la más fuerte de todas, sin caer, y es lo que hace que desaparezca del alma el pecado, por grande y espantoso que éste sea.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Afirma un autor que “la gracia da fuerzas para extirpar los vicios y practicar las virtudes”. En efecto, dice San Agustín: “Más fuerzas tiene el alma para refrenar la carne porque no dé armas a la maldad, que la misma concupiscencia carnal para incitar el apetito, si es ayudada el alma con la gracia de Dios; por lo cual está escrito (Gn 4, 7): ‘Debajo de ti estará tu apetito y tú lo dominarás’”[3]. El santo, por experiencia propia, se dio cuenta que esto era verdad, porque él escribió acerca de la experiencia en la lucha contra la tentación y el pecado que él tuvo y tal fue el éxito de la gracia en su alma, que de pecador que era, se convirtió en uno de los más grandes santos de la Iglesia de todos los tiempos.

          Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En San Agustín se produjo una grande lucha entre la carne y el espíritu y San Agustín salió triunfante cuando, por la acción de la gracia en él, pudo quebrar las ataduras con las que lo amarraba el pecado; luego de esto, se determinó de una vez y para siempre, arrojarse en los brazos de Dios y servirlo a él y no al pecado. Dice así San Agustín: “¡Cuán suave me fue carecer de estas burlerías que antes temía perder y ya gusto de haberlas dejado! Tú las quitabas de mí, Señor, suavidad inmensa y su lugar entrabas a darme contento, no según la carne y sangre, sino según el espíritu: me dabas luz y Tú, que eres más claro que toda luz y más interior que todo lo que hay de escondido y secreto, más levantado que toda cumbre y altura, aunque esto no lo descubres a los entonados y que se pagan de sí mismos”[4]. Con la gracia santificante, entonces, no solo vencemos toda tentación, no solo se nos quita todo pecado, por grande que sea, sino que nuestra alma se llena de la luz de Dios, que por ser luz de Dios, es Vida divina y eterna.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).  

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

 

        



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 395.

[2] Cfr. ibidem, 395.

[3] De Verbis Apost., serm. 6.

[4] Confes., lib. 9, cap. 7.

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