Inicio: ofrecemos
esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, pidiendo la gracia del
cese de la persecución a los cristianos en muchos lugares del mundo, pero sobre
todo en China comunista. Para mayores detalles, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Con
relación a la alta estima que tenían los santos sobre el sacerdocio
ministerial, decía así el Cura de Ars: “Si yo encontrase a un sacerdote y a un
ángel, saludaría primero al sacerdote, después al ángel… Si no hubiese
sacerdote, de nada serviría la Pasión y la Muerte de Jesús… ¿De qué serviría un
cofre lleno de oro si no hubiera quien lo abriese?”. En otras palabras: ¿quién
pone a Jesús en nuestros sagrarios? ¿Quién nos da a Jesús Eucaristía a nuestras
almas? ¿Quién purifica nuestros corazones para que podamos recibir a Jesús? El sacerdote
ministerial y sólo el sacerdote ministerial[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Con
la Sagrada Escritura podemos decir lo siguiente acerca del sacerdote ministerial:
“Él es el ministro del Tabernáculo” (Heb 13, 10), es “el ministro de la
reconciliación” (2 Cor 5, 18), es el “ministro de Jesús para los
hermanos” (1 Cor 4, 1), es el “administrador de los misterios divinos” (1
Cor 4, 1). Además de todo esto, debemos contar los innumerables ejemplos de
sacerdotes que, a lo largo de la historia, se han sacrificado a sí mismos, para
dar a Jesús a sus hermanos[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Hace
unos años estaba el viejo cura ya para morirse. Junto a él, se encontraba uno
de sus fieles, uno de los más alejados de Dios y de la Iglesia, se encontraba
ya casi en la agonía. El pobre párroco estaba desolado porque no se podía mover
y le envió al vicepárroco, advirtiéndole que recordase al moribundo que una vez
le había prometido que no se moriría sin los santos sacramentos. “Pero yo se lo
prometí al párroco y no a usted”, se excusó el enfermo. El vicepárroco le contó
la respuesta al párroco. Éste, sin dudarlo y a pesar de sus propios impedimentos,
llegó a la casa de aquel pecador. Llegó, consiguió confesar y dar a Jesús
Eucaristía al moribundo y finalmente le dijo: “¡Nos vemos en el cielo!”. Luego
de un breve tiempo, ambos murieron y, por misericordia de Dios, es de suponer
que se reencontraron en el cielo[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Puesto
que participan del poder de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, que es en Sí mismo
la Vida Increada, los sacerdotes ministeriales son portadores de esa vida, que
se comunica por los Sacramentos, principalmente por la Eucaristía. Son también
los mediadores de la salvación entre Jesús y las almas. Por esta razón, donde
faltan los sacerdotes, la condición moral y espiritual de los hombres es
verdaderamente penosa; donde no hay correspondencia a la vocación sacerdotal o a
la vocación misionera, empiezan a faltar los “multiplicadores” de Jesús, como
decía San Pedro Julián Eymard, y así la fe languidece y muere[4]. ¡Nunca dejemos de rezar
por la santidad de los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales!
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una
vez, un jefe de una tribu japonesa preguntó a San Francisco Javier, después de
una predicación del Amor de Dios a los hombres: “¿Cómo es posible que Dios, si
es tan bueno como dices, haya esperado tanto tiempo en hacernos conocer el
Cristianismo?”. “¿Quieres saberlo?”, contestó el santo, con cierta tristeza-;
es por esta razón: El mismo Dios había inspirado a muchos cristianos que
vinieran a anunciar la Buena, pero muchos de ellos no han querido escuchar la
invitación”[5].
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca falten obreros santos para la
mies del Señor!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 138,
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 138.
[3] Cfr. Manelli, ibidem, 139.
[4] Cfr. Manelli, ibidem, 139.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 139.
No hay comentarios:
Publicar un comentario