miércoles, 6 de mayo de 2020

Hora Santa en reparación por seminarista asesinado por predicar el Evangelio en Nigeria 030520



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por el asesinato de un joven seminarista; su asesino confesó que el motivo por el cual le quitó la vida era porque estaba enseñando el Catecismo de la Iglesia Católica. Para mayor información, dirigirse al siguiente enlace:


Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (a elección).

Meditación.

En nuestros días, caracterizadas por un fuerte ateísmo materialista, el sacerdocio ministerial es considerado como algo “no esencial” para la vida de los hombres. Sin embargo, si queremos apreciar el valor del sacerdocio ministerial -participado del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo-, solo debemos reflexionar acerca de qué era lo que decían los santos sobre los sacerdotes. Por ejemplo, San Pascual Baylón, que era el portero del convento, cada vez que llegaba un sacerdote, el santo se arrodillaba y le besaba reverentemente las dos manos[1]. De él se dijo, como de San Francisco, que “era devoto de las manos consagradas de los sacerdotes”. Las consideraba capaces de mantener alejados los males y de colmar de bienes a quien las tocaban con veneración, por ser las manos de las que se sirve Jesús para hacer el más grande de todos los milagros: convertir, por la transubstanciación, el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La misma devoción, afecto y ternura por las manos consagradas de los sacerdotes, la tenía el Padre Pío de Pietralcina. Lo mismo debe decirse del beato Dolindo Rotuolo, quien no admitía que un sacerdote le pudiese negar “la caridad” de dejarle besar las manos. Por otra parte, sabemos que este acto de veneración ha sido premiado por Dios con verdaderos milagros. Se lee en la vida de San Ambrosio que un día, apenas celebrada la Santa Misa, el santo se acercó a una mujer con parálisis que quería besarle las manos. La pobre mujer tenía gran fe en aquellas manos que habían consagrado la Eucaristía y, en premio, Dios le concedió la curación de su afección de forma instantánea[2].

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En Benevento también se produjo un milagro similar con una mujer enferma que era devota de las manos consagradas. Sucedió que esta mujer, que llevaba ya quince años con parálisis, le pidió permiso al Papa León IX para poder beber el agua usada por él durante la Santa Misa para la ablución de los dedos. El Santo Papa satisfizo a esta enferma su deseo humilde -que recuerda a la cananea que pidió a Jesús “las migajas que caen de los amos”[3]- y, en recompensa a este acto de fe, devoción y amor por las manos consagradas, Dios le concedió la curación de su afección en el mismo momento en que bebía el agua que había sido tocada por el sacerdote.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En un mundo que no cree en lo sobrenatural y que por eso mismo deja de lado al sacerdote y al sacerdocio ministerial -así como a la Eucaristía-, es necesario reflexionar constantemente en el ejemplo de los santos, para saber cómo comportarnos con verdadera fe. Los santos literalmente “vivían de la fe”[4] y obraban por fe, por amor a Jesús y parte de este obrar era tener en gran consideración a sus ministros, los sacerdotes ministeriales. Para los santos, los sacerdotes eran ni más ni menos que tantos otros cristos. Por ejemplo, San Francisco de Asís, decía: “En los sacerdotes veo al Hijo de Dios”. Y el Santo Cura de Ars predicaba así: “Cada vez que veis un sacerdote, pensad en Jesús”[5]. Porque el sacerdote no es nada sin Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, quien, por amor a la Iglesia y a las almas, les participa a los sacerdotes el poder de realizar el Milagro de los milagros, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Santa María Magdalena dei Pazzi, hablando de cualquier sacerdote, decía: “Éste es Jesús”. Por esto es por lo que Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila besaban la tierra por donde había pasado un sacerdote. Santa Verónica Giuliani, una gran mística, un día, habiendo visto al sacerdote subir la escalera del monasterio para llevar la Sagrada Comunión a las enfermas, se arrodilló en lo bajo de la escalera y subió de rodillas los escalones besándolos uno a uno y bañándolos con lágrimas de amor[6]. ¡Cuánto ejemplo nos dan los santos, acerca de la veneración y devoción que se deben tener a los ministros del Señor, los sacerdotes ministeriales!

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 136.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 137.
[3] Cfr. Mt 15, 27.
[4] Cfr. Rom 1, 17.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 137.
[6] Cfr. Manelli, ibidem, 138.

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