Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y
desagravio por el asesinato de un joven seminarista; su asesino confesó que el
motivo por el cual le quitó la vida era porque estaba enseñando el Catecismo de
la Iglesia Católica. Para mayor información, dirigirse al siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
En
nuestros días, caracterizadas por un fuerte ateísmo materialista, el sacerdocio
ministerial es considerado como algo “no esencial” para la vida de los hombres.
Sin embargo, si queremos apreciar el valor del sacerdocio ministerial
-participado del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo-, solo debemos reflexionar
acerca de qué era lo que decían los santos sobre los sacerdotes. Por ejemplo,
San Pascual Baylón, que era el portero del convento, cada vez que llegaba un
sacerdote, el santo se arrodillaba y le besaba reverentemente las dos manos[1]. De él se dijo, como de San
Francisco, que “era devoto de las manos consagradas de los sacerdotes”. Las consideraba
capaces de mantener alejados los males y de colmar de bienes a quien las
tocaban con veneración, por ser las manos de las que se sirve Jesús para hacer
el más grande de todos los milagros: convertir, por la transubstanciación, el
pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
misma devoción, afecto y ternura por las manos consagradas de los sacerdotes,
la tenía el Padre Pío de Pietralcina. Lo mismo debe decirse del beato Dolindo
Rotuolo, quien no admitía que un sacerdote le pudiese negar “la caridad” de
dejarle besar las manos. Por otra parte, sabemos que este acto de veneración ha
sido premiado por Dios con verdaderos milagros. Se lee en la vida de San
Ambrosio que un día, apenas celebrada la Santa Misa, el santo se acercó a una
mujer con parálisis que quería besarle las manos. La pobre mujer tenía gran fe
en aquellas manos que habían consagrado la Eucaristía y, en premio, Dios le
concedió la curación de su afección de forma instantánea[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
Benevento también se produjo un milagro similar con una mujer enferma que era
devota de las manos consagradas. Sucedió que esta mujer, que llevaba ya quince
años con parálisis, le pidió permiso al Papa León IX para poder beber el agua
usada por él durante la Santa Misa para la ablución de los dedos. El Santo Papa
satisfizo a esta enferma su deseo humilde -que recuerda a la cananea que pidió
a Jesús “las migajas que caen de los amos”[3]- y, en recompensa a este
acto de fe, devoción y amor por las manos consagradas, Dios le concedió la
curación de su afección en el mismo momento en que bebía el agua que había sido
tocada por el sacerdote.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En
un mundo que no cree en lo sobrenatural y que por eso mismo deja de lado al
sacerdote y al sacerdocio ministerial -así como a la Eucaristía-, es necesario
reflexionar constantemente en el ejemplo de los santos, para saber cómo
comportarnos con verdadera fe. Los santos literalmente “vivían de la fe”[4] y obraban por fe, por amor
a Jesús y parte de este obrar era tener en gran consideración a sus ministros,
los sacerdotes ministeriales. Para los santos, los sacerdotes eran ni más ni
menos que tantos otros cristos. Por ejemplo, San Francisco de Asís, decía: “En
los sacerdotes veo al Hijo de Dios”. Y el Santo Cura de Ars predicaba así: “Cada
vez que veis un sacerdote, pensad en Jesús”[5]. Porque el sacerdote no es
nada sin Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, quien, por amor a la Iglesia y a las
almas, les participa a los sacerdotes el poder de realizar el Milagro de los
milagros, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Santa
María Magdalena dei Pazzi, hablando de cualquier sacerdote, decía: “Éste es Jesús”.
Por esto es por lo que Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Ávila besaban
la tierra por donde había pasado un sacerdote. Santa Verónica Giuliani, una
gran mística, un día, habiendo visto al sacerdote subir la escalera del
monasterio para llevar la Sagrada Comunión a las enfermas, se arrodilló en lo
bajo de la escalera y subió de rodillas los escalones besándolos uno a uno y bañándolos
con lágrimas de amor[6]. ¡Cuánto ejemplo nos dan
los santos, acerca de la veneración y devoción que se deben tener a los
ministros del Señor, los sacerdotes ministeriales!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 136.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 137.
[3] Cfr. Mt 15, 27.
[4] Cfr. Rom 1, 17.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 137.
[6] Cfr. Manelli, ibidem, 138.
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