Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por
quienes practican el ocultismo y la brujería. Esta práctica, puesto que supone
la invocación del Ángel caído, al mismo tiempo que el ultraje de Nuestro Señor
y de María Santísima, impone siempre, por su misma naturaleza, que sea reparada
públicamente por los fieles católicos, para desagraviar a la Persona divina de
Jesús y a la Virgen. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Con
relación al respeto y reverencia que sus discípulos debían manifestar a los sacerdotes
ministeriales -los únicos que tienen el poder participado del Sumo y Eterno Sacerdote
Jesucristo para convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús-,
San Juan Bosco decía así: “Os recomiendo un sumo respeto a los sacerdotes;
descubríos la cabeza en señal de reverencia cuando habléis con ellos o cuando
los encontréis en la calle y besadles respetuosamente la mano. Guardaos principalmente
de despreciarlos de hecho o de palabra. El que no respeta a los ministros
sagrados debe temer un gran castigo del Señor”[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
veneración de las manos consagradas del sacerdote besadas con reverencia por
los fieles existe en la Iglesia desde siempre. Baste pensar que durante las
persecuciones de los primeros siglos un ultraje particular a los obispos o a
los sacerdotes consistía en amputarles las manos para que no pudieran consagrar
ni bendecir. Los cristianos recogían esas manos y las conservaban como reliquias
entre perfumes[2].
También el beso de las manos del sacerdote es una expresión delicada de fe y de
amor a Jesús que están en persona en el sacerdote.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuanta
más fe y amor se tiene, más está uno impelido a postrarse ante el sacerdote y a
besar esas manos “santas y venerables” (Canon Romano) entre las que Jesús se
hace presente amorosamente cada día. San Agustín exclama: “¡Oh dignidad
venerable del sacerdote, en cuyas manos se encarna el Hijo de Dios como en el
seno de la Virgen!”[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para
expresar la dignidad del sacerdote, cuyas manos consagran día a día el Cuerpo y
la Sangre del Señor, el Santo Cura de Ars decía: “Se da un gran valor a los
objetos que han estado puestos, en Loreto, en el tazón de la Santísima Virgen y
del Niño Jesús. Pero, ¿no son más preciosos los dedos del sacerdote que han
tocado la Carne adorable de Jesucristo, que se han hundido en el Cáliz donde ha
estado su Sangre, en el Copón donde ha estado su Cuerpo?”[4]. Quizás no lo habíamos
pensado nunca así, pero es así y los ejemplos de los santos lo confirman.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al
respecto, la venerable Catalina Vannini veía en éxtasis a los Ángeles que rodeaban
durante la Misa las manos del sacerdote, y las sostenían en el momento de la
elevación de la Hostia y el Cáliz. A su vez, Santa Eduvigis, reina, asistía
todas las mañanas a la Misa que se celebraba en la Capilla de la Corte,
mostrándose muy agradecida y reverente hacia los sacerdotes que habían
celebrado; los invitaba dentro, besaba sus manos con suma devoción, hacía que
les dieran de comer, los trataba con los honores más distinguidos. Se le oía
exclamar conmovida: “Bendito el que ha hecho descender a Jesús y me lo ha dado
a mí”[5].
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Los cielos, la tierra y el mismo Señor Dios”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 135.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 135.
[3] Cfr. Manelli, ibidem, 135.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 136.
No hay comentarios:
Publicar un comentario