Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y
desagravio por el sacrilegio que implica la venta de Hostias consagradas por la
red. Para mayor información, consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Con
relación al desempeño de los sacerdotes ministeriales, es más fácil caer en la
crítica por sus defectos, antes que rezar y sacrificarse por ellos, para que
crezcan en la santidad y se alejen de lo que hace daño a sus almas. Decía San Nicolás
de Flüe, célebre santo suizo, padre de familia, con energía, a los que
fácilmente critican a los sacerdotes: “Y tú, ¿cuántas veces has rogado por la
santidad de los sacerdotes? Dime: ¿qué has hecho para conseguir buenas vocaciones
para la Iglesia?”[1].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Una
vez, una hija espiritual del Padre Pío se acusó en confesión de haber criticado
a algunos sacerdotes por ciertos comportamientos, no buenos, de ellos y oyó que
el Padre Pío le respondía con voz fuerte: “En vez de criticarles, ¡piensa en
rezar por ellos!”[2].
Es esto lo que deberíamos también hacer nosotros: rezar, mortificarnos y ofrecer
sacrificios por la santidad de los sacerdotes, en vez de perder el tiempo fijándonos
en sus defectos.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
De
modo particular, cada vez que veamos a un sacerdote en el altar, recemos
también a la Virgen, Madre de los sacerdotes, que son sus hijos predilectos,
con las palabras del Venerable Carlos Jacinto: “Oh, Virgen amada, presta tu
Corazón a ese sacerdote para que pueda celebrar dignamente”. Recemos también
nosotros, como Santa Teresita, para que los sacerdotes en el altar toquen al Santísimo
Cuerpo de Jesús con la misma pureza y delicadeza de Nuestra Señora[3].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Todavía
mejor, debemos rezar -y mortificarnos y ofrecer sacrificios y ayunos- para que
todos los sacerdotes puedan imitar a San Cayetano, que se preparaba para
celebrar la Santa Misa uniéndose tan íntimamente a María Santísima, que se
decía de él: “Celebra la Misa como si fuera Ella”. Esto es así porque así como
Nuestra Señora recibió entre sus manos a Jesús en Belén, así el sacerdote recibe
a Jesús entre sus manos en la Santa Misa. Y también, como Nuestra Señora
ofreció a Jesús como Víctima en el Calvario, así el sacerdote ofrece al Cordero
inmolado en el altar. Por últimos, así como Nuestra Señora ha dado a Jesús a la
humanidad en Belén, Casa de Pan, así el sacerdote nos da a Jesús, Pan de Vida
eterna, en la Santa Comunión[4].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
San
Buenaventura dice que cada sacerdote en el altar debería estar enteramente
identificado con Nuestra Señora, para que “como por medio de Ella nos ha sido
dado este Santísimo Cuerpo, así se debe ofrecer por sus manos”. Es decir, las
manos del sacerdote al dar la Comunión, deben ser las manos de la Virgen. A su
vez, San Francisco de Asís nos dice que Nuestra Señora representa para todos
los sacerdotes el espejo de su santidad, dada la estrecha cercanía que hay
entre la Encarnación del Verbo en el seno de María y la Consagración
Eucarística en manos del sacerdote. Aprendamos también nosotros en la escuela
de los santos a respetar y venerar a los sacerdotes, a rezar por su
santificación y a ayudarlos en su santísima misión[5].
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 142.
[2] Cfr. ibidem, 142.
[3] Cfr. ibidem, 142.
[4] Cfr. ibidem, 143.
[5] Cfr. ibidem, 143.
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