Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por el ultraje sufrido por una imagen de la Virgen Santísima, a la cual le clavaron
dos clavos en sus ojos. Para mayor información sobre este lamentable hecho,
consultar el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Por provenir del seno de la Virgen Madre a través de la
Encarnación, se puede decir que Jesús, que es el Hijo del Eterno Padre, es el “Pan
de la Madre”, porque al encarnarse en su seno virginal, por obra del Espíritu Santo,
recibió de la Virgen su substancia maternal, es decir, la nutrición materna que
todo embrión, al ser concebido, recibe de su madre. Por esta razón, muchos
dicen que la Eucaristía es “el Pan de nuestra Madre celestial”, es el Pan hecho
de María con la harina de su Carne Inmaculada, amasada con su leche virginal[1].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Al respecto, San Agustín escribía: “Jesús ha tomado la
Carne de la Carne de María”. Por eso podemos decir que la Eucaristía es “el Pan
de la Madre de Dios”. Y la Iglesia nos enseña, por medio de su Magisterio, que en
la Eucaristía está todo el Cuerpo y la Sangre de Jesús, formados del Cuerpo y
la Sangre de María siempre Virgen. Por eso será muy verdadero y hermoso darse
cuenta, en cada Santa Comunión que se haga, de la presencia en la Eucaristía de
María Santísima, inseparable y toda una con Jesús Eucaristía[2].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús, en la Eucaristía, es siempre el Hijo amado de la
Madre Virgen; es Carne de su Carne y Sangre de su Sangre. Si el primer Adán
podía llamar a Eva, formada de su costilla, “hueso de mis huesos y carne de mi
carne” (Gn 2, 23), ¿cuánto más no podrá llamar María Santísima a Jesús “Carne
de mi Carne y Sangre de mi Sangre”, si Ella le dio de su substancia materna
para nutrirlo mientras estuvo nueve meses en su seno virginal? Santo Tomás de
Aquino dice que por ser formada de la “Virgen intacta”, la Carne de Jesús es la
Carne materna de María; la Sangre de Jesús es la Sangre materna de María. Por esto,
es imposible separar a Jesús de María Virgen[3].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por esta razón, en cada Santa Misa que se celebra, también
puede repetir la Beata Virgen a Jesús, en verdad, en la Hostia y en el Cáliz: “Tú
eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (Sal 2, 7). Y justamente San Agustín
nos enseña que en la Eucaristía “María extiende y perpetúa su Maternidad Divina”,
mientras San Alberto Magno exhorta a su vez: “Alma mía, si quieres gozar de la
intimidad de María, déjate llevar en sus brazos y aliméntate con su sangre… Ve
con este pensamiento inefablemente casto a la Mesa de Dios y encontrarás en la
Sangre del Hijo el alimento de la Madre”[4].
Silencio
para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Muchos santos afirman que Jesús instituyó la Eucaristía
ante todo por María y después, por medio de María, Mediadora Universal de todas
las gracias, para todos nosotros. Luego es desde María cómo no viene dado Jesús
un día tras otro; y en Jesús está siempre la Carne Inmaculada y la Sangre
virginal de su Madre que penetra en nuestro corazón y satisface nuestra alma. En
un éxtasis, durante la celebración de la Santa Misa, San Ignacio de Loyola
contempló un día la realidad revelada de esta dulcísima verdad y quedó
celestialmente conmovido[5]. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que siempre deseemos alimentarnos con el Pan que tú nos das, el Pan
de Vida Eterna, la Eucaristía!
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 149.
[2] Cfr. ibidem, 149.
[3] Cfr. ibidem, 149.
[4] Cfr. ibidem, 150.
[5] Cfr. ibidem, 150.
No hay comentarios:
Publicar un comentario