Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo
del Santo Rosario meditado en reparación por el vil y cruel asesinato de un seminarista
católico en Nigeria. Para mayor información acerca del fatídico desenlace,
consultar la siguiente dirección electrónica:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación
Los santos tenían verdadera conciencia de la Presencia real
de Jesús en la Eucaristía y hacían mucho provecho de ello, haciendo muchas
visitas al día al sagrario. Por ejemplo, San Maximiliano María Kolbe, siendo ya
joven estudiante, hacía unas diez visitas diarias al Santísimo. En los recreos,
entre clase y clase, acudía a la Capilla y así conseguía hacer cinco visitas a
la mañana a Jesús Eucaristía[1]. Durante el resto del día
hacía las siguientes cinco visitas, en distintos momentos, como el paseo al
mediodía, la visita a una iglesia en Roma, por ejemplo.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Cuando era joven, San Roberto Belarmino, al ir y volver de
la escuela, pasaba cuatro veces al día por delante de una iglesia y las cuatro
veces se detenía para entrar y visitar a Jesús en el sagrario[2]. Nosotros, por el
contrario, pasamos muchas veces por una iglesia, en ocasiones, pero pocas veces
o casi nunca nos detenemos para ingresar en el sagrario a saludar a Jesús
Eucaristía. Esto se debe a nuestra insensibilidad y dureza de corazón.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación
Los santos esperaban poder encontrar cualquier iglesia en
su camino para visitar a Jesús; nosotros en cambio nos quedamos completamente
indiferentes aunque nos topemos con ella de frente. El venerable Ollier
comentaba: “Cuando hay dos caminos para llegar a un sitio, paso por aquel en el
que se encuentran más iglesias para estar más cerca del Santísimo Sacramento. Al
ver un lugar donde está mi Jesús, estoy todo contento y digo: “Estáis aquí,
Dios mío y mi todo”[3].
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación
San Estanislao de Kotska aprovechaba cualquier momento libre
para ir corriendo cerca de Jesús Eucarístico y cuando no podía verdaderamente
ir, se dirigía a su Ángel de la Guarda y le decía confidencialmente: “Querido
Ángel mío, ve allí tú por mí”[4]. Esta se trata de una idea
verdaderamente angelical, la cual deberíamos hacer nuestra. Nuestro Ángel de la
Guarda estaría contentísimo de obedecernos, ya que no podríamos darle un
encargo más noble y feliz.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación
Santa
Bernardita aconsejaba a una compañera: “Cuando pases delante de la Capilla sin
tener tiempo de pararte, encarga a tu Ángel de la Guarda que presente tus
encargos a Nuestro Señor en el sagrario. Él se los llevará y tendrá tiempo de
volver a tu lado”. San Alfonso Rodríguez era portero. Muchas veces le tocaba
pasar por delante de la puerta de la Capilla y cuando lo hacía, no había vez
que no se volviera para lanzar por lo menos una mirada de amor a Jesús. Además,
cuando salía de casa y cuando volvía, iba siempre a Jesús para pedirle la bendición.
San Agustín dejó escrito que su madre, Santa Mónica, iba todos los días, además
de la Misa, a visitar a Jesús dos veces, por la mañana y por la tarde y lo
mismo hacía la Beata Ana María Taigi. San Wenceslao, rey de Bohemia, salía
muchas veces de día y de noche, para visitar al Santísimo en las iglesias[5]. ¡Aprendamos de los santos
e imitémoslos!
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli, Jesús,
Amor Eucarístico, Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 106.
[2] Cfr. Manelli, ibidem, 106.
[3] Cfr. Manelli, ibidem, 107.
[4] Cfr. Manelli, ibidem, 107.
[5] Cfr. Manelli, ibidem, 108.
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