Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y
el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la destrucción coordinada
de imágenes de la Madre de Dios ocurrida en Francia a lo largo del año 2019. Para
mayor información, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Los
santos no dudaban en hacer comunión espiritual aún si fuera de noche. Cuando San
Roque de Montepellier pasó encarcelado cinco días, retenido como un peligroso
vagabundo, estaba siempre en la cárcel con la mirada fija en el ventanuco,
rezando. El carcelero le preguntó: “¿Qué miras?”. “Miro el campanario de la
Parroquia”. Lo que deseaba el santo era ver una iglesia, porque sabía que ahí
estaba Jesús, en el sagrario, en donde todas las almas se convierten[1].
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo
misterio del Rosario.
Meditación.
El Santo
Cura de Ars decía a sus fieles: “A la vista de un campanario podéis decir: Allí
está Jesús porque un sacerdote ha dicho misa allí”. Y el beato Luis Guanella,
cuando acompañaba en el tren a los peregrinos hacia los santuarios, les
recomendaba siempre que dirigieran el pensamiento y el corazón a Jesús cada vez
que vieran un campanario desde las ventanillas del tren. “Todo campanario –decía-
nos señala una iglesia en la que hay un sagrario, se celebra la Misa, está
Jesús”[2].
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer
misterio del Rosario.
Meditación.
Nosotros
debemos aprender del ejemplo de los santos. Ellos querían comunicarnos la llama
del incendio de amor que se había desatado en sus corazones y por eso instaban
a hacer comuniones espirituales cada vez que se viera un campanario o una iglesia[3]. Pongamos
entonces manos a la obra haciendo nosotros muchas comuniones espirituales,
cuando veamos y también cuando no veamos ni un campanario, ni una iglesia. Así se
producirá en nosotros el incendio del amor del que hablaba San Leonardo de
Puerto Mauricio: “si hacéis al día varias veces el santo ejercicio de la
Comunión espiritual, os doy un mes de tiempo para ver vuestro corazón cambiado”.
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto
misterio del Rosario.
Meditación.
La Presencia
Real de Jesús en los sagrarios es un misterio divino. Durante la Misa, en los
instantes de la Consagración, cuando el sacerdote pronuncia las palabras
divinas de Jesús: “Éste es mi Cuerpo… Ésta es mi Sangre” (Mt 26, 28), el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre
de Jesús. Ya no hay substancias de pan ni de vino porque se han transformado
(transubstanciado) en el divino Cuerpo y en la divina Sangre de Jesús[4]. El
pan y el vino no conservan nada más que sus apariencias –llamadas “accidentes”-
para expresar la realidad de “comida” y de “bebida”, de acuerdo con las
palabras de Jesús: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera
bebida” (Jn 6, 55).
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto misterio del Rosario.
Meditación.
San Ambrosio
enseña: “¿Cómo hace el pan para convertirse en el Cuerpo de Cristo? Por medio
de la Consagración. ¿Con qué palabras se hace la Consagración? Con las palabras
de Jesús. Llegado el momento de que se cumpla el sagrado misterio, el sacerdote
deja de hablar desde él mismo, habla en la Persona de Jesús”. Esto es porque
las palabras de Jesús de la Consagración son las más desconcertantes que Dios
haya podido dar a la Iglesia: tienen el poder de transformar un poco de pan y
de vino en ¡Jesús Dios Crucificado! Y esto es un misterio tan grandioso y
asombroso, que no bastarán las eternidades de eternidades ni para comprenderlo,
ni para darle gracias a Dios Uno y Trino por esta muestra de amor inefable,
eterno e infinito[5].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonios de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 93.
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