Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los actos vandálicos sufridos
por ocho imágenes de la Madre de Dios en Francia. Para mayores detalles,
consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
El alma que está en gracia está rodeada no por uno sino por
varios ángeles de la Guarda, según afirman afamados doctores y teólogos de la
Iglesia. Esto es lo que se quiere significar, por ejemplo, en el Cantar de los
cantares, cuando se dice traerán al alma muchas joyas, diciendo que “le harán
manecillas de oro con labores de plata”, esto es, lo que interpreta Teodoreto
es que la han de ayudar a hacer muchos actos de caridad y obras de las demás
virtudes[1].
Un
Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo
misterio del Rosario.
Meditación.
Dicen
los doctores de la Iglesia que es costumbre de los ángeles, amigos de Dios,
cuando ven a un alma pura que con fervor sirve a Jesucristo, rodearla por todas
partes para guardarla y ayudarla y alentarla para que viva santamente, para
hacerla muy grata y amable al Señor[2]. Tanta
ayuda tenemos de los ángeles de Dios, ¿y vamos a menospreciar la gracia?
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer misterio del Rosario.
Meditación.
La
estimación que de la gracia en un alma llega a tanto en los espíritus
celestiales, que no sólo se emplean en su bien y aprovechamiento los ángeles de
las jerarquías inferiores, sino los de la suprema. Por esto dijo el Apóstol que
“todos eran espíritus serviciales”[3],
enviados por Dios y “enviados para que ayuden a aquellos que han de alcanzar la
herencia de la salvación eterna, esto es, de los que están en gracia, que son
los hijos de Dios y herederos del cielo. “Todos”, dice San Pablo, se emplean en
esto, no sólo los ángeles inferiores, sino hasta los más supremos espíritus,
como notan también San Basilio y San Crisóstomo.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto misterio del Rosario.
Meditación.
San
Juan Evangelista vio a uno de los mayores ángeles que estaban en el cielo
delante del altar con un incensario de oro, para ofrecer en él a Dios las
oraciones de los hombres santos[4]. Vio
también a cuatro querubines y otros muchos ciudadanos del cielo, que tenían
pomos de oro llenos de suaves olores, que eran las oraciones de los que estaban
en gracia. San Rafael, que es uno de los siete primeros príncipes del cielo, cuando
oraba y se ejercitaba el santo Tobías en obras de misericordia, estaba entre
tanto este grande ángel ofreciendo aquello mismo al Señor[5]. Todo
esto sucede no solo para los justos del
Antiguo y Nuevo Testamento, sino para toda alma en gracia, lo cual es un
estímulo más para tenerla en gran consideración y procurar no perderla nunca de
nuestras almas.
Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto misterio del Rosario.
Meditación.
De
modo contrario pasa con los pecadores, que con la monstruosa fealdad de sus
pecados ahuyentan a los santos ángeles y llaman a sí a los ángeles caídos, los
demonios, que por permisión divina, cuantos más pecados hace uno, más licencia
tienen sobre él, y no un demonio, sino muchos acuden, más o menos, conforme sus
pecados y la licencia que Dios les da. Y así, cuando a la Magdalena le
perdonaron los pecados, se dice que echó de ella el Salvador “siete demonios”,
significándose por el número de siete la multitud de ellos[6].
¿Qué miseria puede ser mayor que ésta, que un hombre débil esté en enemistad
con Dios y rodeado de demonios y tan desamparado de los ángeles, que aun a su
ángel custodio, enviado para su propia guarda desde que nació, tiene
desobligado para no favorecerle tanto? ¿Y qué mayor dicha que la de aquel que,
por estar en gracia y servir a Dios con ardor y alegría, tiene tantos ángeles
en la tierra que le asistan y en el cielo que oren por él?[7].
Tengamos por lo tanto gran horror al pecado y gran estima de la gracia
santificante.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 326.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 327.
[3] Heb 1.
[4] Ap 8.
[5] Tob 2.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 328.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 328.
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