Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y
el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por un ataque sufrido por la
imagen de Nuestra Señora de Guadalupe en México. Para mayor información,
consultar los siguientes enlaces:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación
Las palabras de la Consagración son las más poderosas
que Dios Trino haya podido conceder a la Iglesia, más poderosas aun que las
pronunciadas por la Trinidad para la creación del universo visible e invisible[1]. La
razón de su poder es que tienen la capacidad de poder transformar un poco de
pan y de vino en Jesús, que es Dios Crucificado.
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Las
palabras de la Consagración realizan un misterioso hecho sobrenatural, de
potencia infinita, que supera infinitamente al poder de todos los ángeles
juntos y algo que pertenece a este hecho es que este poder Dios Trino no lo ha
dado ni a los ángeles, ni a la Madre de Dios, sino a los sacerdotes
ministeriales[2].
Es por esta razón que no debemos maravillarnos de que haya habido sacerdotes
santos que sufrían místicamente cuando pronunciaban aquellas divinas palabras,
como San José de Cupertino y el Padre Pío de Pietralcina, entre muchos otros.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación
Algunos
santos tenían verdaderos raptos místicos cuando pronunciaban las palabras de la
Consagración, como el Padre Pío de Pietralcina: en algunas ocasiones, el santo
Padre Pío quedaba dominado por una mística y visible angustia mortal y sólo a
duras penas, entrecortadamente, lograba terminar las fórmulas de la
Consagración[3].
Una vez, el Padre guardián preguntó a San José de Cupertino: “¿Cómo es posible
que pronuncie tan claramente toda la Misa y tropiece en cambio en cada sílaba
de la Consagración?”. El Santo respondió: “Las palabras santísimas de la
Consagración están en mis labios como carbones encendidos; al pronunciarlas,
tengo que hacer como quien debe engullir una comida hirviendo”.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación
El gran
misterio que caracteriza a la Iglesia Católica y la diferencia de las demás
iglesias –de otras denominaciones-, es que Jesús, la Segunda Persona de la
Trinidad, está en Persona en nuestros altares, en la Eucaristía y en nuestros
sagrarios, a raíz de las palabras de la Consagración[4]. ¿De
qué manera? Esto se lo preguntaba un estudiante de religión a un obispo
misionero: “¿Cómo es posible que el pan y el vino se conviertan en el Cuerpo y
en la Sangre de Cristo?”. El obispo le respondió: “Cuando tú naciste eras
pequeño; has crecido porque has transformado en carne y en sangre el alimento
que has tomado. Si el cuerpo del hombre es capaz de transformar en carne y en
sangre el pan y el vino que consume, con mayor facilidad podrá hacerlo Dios
mismo”.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación
Muchos,
ante el misterio de la Eucaristía, se hacen la siguiente pregunta: “¿Cómo es
posible que en una hostia tan pequeña esté presente Jesús todo entero?”. La respuesta
de la Iglesia puede ser la siguiente: “Contemplen el paisaje que tienen delante
y piensen cuánto más pequeño es el ojo y así mismo encierra la imagen de esta
campiña tan grande. ¿No puede Dios hacer realidad en su Persona lo que hay en
figura en nosotros?”. Y si alguien pregunta: “¿Cómo es posible que el mismo
Cuerpo se encuentre al mismo tiempo en todas las iglesias y en todas las
Hostias consagradas?”. La respuesta de la Iglesia es: “Para Dios no hay nada
imposible y esta respuesta debería bastar. Pero también la naturaleza responde
a esta pregunta. Si alguien tiene un espejo y lo tira al suelo y lo rompe, cada
trozo del espejo roto presentará la misma imagen que reproducía el espejo
entero. Así, el mismo Jesús se reproduce, no en figura sino en realidad, en
todas las Hostias consagradas; Él está verdaderamente en cada una de ellas”[5].
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Stefano María Manelli,
Jesús, Amor Eucarístico, Testimonio
de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 100.
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