Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
Santo Rosario meditado en reparación por la sacrílega sustitución de una imagen
de la Virgen Santísima –venerada en Zulia, Venezuela, como “La Chinita”- por la
de un comandante revolucionario de izquierda, que propició en vida el
ocultismo. Para mayor información acerca de este lamentable hecho, consultar el
siguiente enlace:
Canto
inicial: “Alabado sea el Santísimo
Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
Dice San Próspero que “la caridad es poderosísima entre
todos los afectos, invencible en todas las cosas”[1]. Ahora
bien, si esto es así, surge la siguiente pregunta: ¿si la caridad es tan
fuerte, porqué los hombres sienten tanta dificultad y molestia en las cosas del
servicio divino y pone impedimentos para no obrar la caridad? La respuesta es que
el alma está ensimismada en su amor propio[2] y
no mira al Amor de Dios al que lo lleva la caridad.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un
Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Si quitáramos del alma el amor propio y el deseo de las
cosas de la tierra, sentiríamos la facilidad y el gusto de la virtud divina de
la caridad. Si no nos oponemos a tan noble inclinación, sentiremos prontamente
que no hay cosa más suave ni de mayor deleite que el Amor de Dios. Afirma un
autor: “Estimemos mucho la caridad y por ella perdamos todo”[3]. Otro
autor, Séneca, dice: “Arroja todo lo que hace pedazos tu corazón y si no lo
puedes sacar de otra manera, el mismo corazón has de arrancar”[4].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El
amor por las cosas de la tierra nos aparta de Dios y nos provoca un gran daño, porque
despedaza nuestro corazón para que no pueda amar enteramente al Señor del cielo;
por eso, cuanto más amor por las cosas de la tierra poseamos, menos amor a Dios
tendremos. Por esta misma razón, debemos arrancar del alma estos deseos
mundanos y, como dice un autor, “si fuera menester, por sacar estas cosas del
corazón, las telas del corazón nos debíamos de arrancar, porque sólo el Amor de
Dios ha de quedar y vivir entre nosotros”[5].
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
No
es concebible que un cristiano, que está en gracia y fortalecido con el hábito
de la caridad, pase un día sin hacer un acto de amor a Dios, cuando hace
cientos de amor propio[6]. Tampoco
es concebible que una tal alma en gracia y con el hábito de la caridad, no
levante el corazón al menos en algunas oportunidades al cielo. Si el servir y
amar a Dios es deuda de todos, mucha mayor obligación tienen aquellos a quienes
Dios ha mostrado amor de predilección, infundiéndoles la gracia y con ella la
caridad. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que no pase ni un día, ni un instante, sin que hagamos actos de
amor a Dios!
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Los
que carecen de gracia –y por lo tanto, están en pecado- no han recibido un
beneficio tan grande como aquel que ha recibido la gracia: éste ha recibido un
amor de amistad que el otro no y por eso mismo le debe a Dios el amor a Él por
sobre todas las cosas, porque es amigo de Dios, como no lo es quien no tiene la
gracia. Este infinito y finísimo Amor de Dios merece correspondencia, por lo
cual quien no corresponda, mostrará ser el más ingrato del mundo, pues siendo
una creatura amada por Dios con amor de predilección, no paga a Dios amor con
amor[7]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
seamos ingratos y siempre hagamos actos de amor a Dios, para así corresponder a
su amor de predilección para con nosotros!
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
”Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Te vengo a pedir, te vengo a
pedir, oh Madre de Dios”.
[1] Vitae Contempl., lib. 6, cap. 13.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 274.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 274.
[4] Epist. 51, fine.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 275.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 275.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 275.
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