Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la profanación
eucarística ocurrida en una capilla dedicada a la Inmaculada Concepción en la
ciudad de Goya, Corrientes, Argentina. Para mayor información acerca del
lamentable hecho, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Oh Buen
Jesús, yo creo firmemente”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Los dones del Espíritu Santo que se reciben con la gracia
son –afirma un autor- “unas calidades soberanas que nos disponen para oír las
inspiraciones del Santo Espíritu de Dios y nos ayudan a movernos según sus
divinas inspiraciones”[1]. La
diferencia con las virtudes infusas es que estas últimas se dan para obrar
excelentemente, por propia elección, según el libre y propio arbitrio –aunque siempre
ayudados por la gracia-, mientras que los dones el Espíritu Santo son para
obrar, movido el hombre por el Espíritu de Dios, según el Querer de este Santo
Espíritu.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
El profeta Isaías significó el bien de los que están en
gracia cuando pregunta: “¿Quiénes son éstos que, como nubes vuelan y como
palomas?”[2]. Con
las palomas representa las virtudes y con las nubes, los dones del Espíritu
Santo. Esto lo dice porque los siervos de Dios, los que están movidos por la
gracia, han de “ser levantados del mundo y no han de andar por la tierra, sino
volar vecinos al cielo” y así los compara con las palomas voladoras y las
nubes, porque cuando obran por las virtudes sobrenaturales vuelan como las
palomas y cuando obran por los dones del Espíritu Santo, son como las nubes
que, sin voluntad propia, movidas por el viento y elevadas con impulso
exterior, se encuentran en una posición más alta[3]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
nuestro obrar esté siempre guiado por las virtudes y los dones del Espíritu
Santo!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Santo Tomás afirma que en el hombre hay dos principios con
los que puede obrar virtuosamente: uno interior, que es la razón; otro, que no
es del hombre, sino algo fuera de él, que viene de Dios. Entonces, así como se
necesitan las virtudes para que el hombre se mueva según la razón, así se
necesitan los dones de Dios para que el hombre se mueva según Dios y esto lo
proporciona la gracia santificante[4]. Estas
altísimas perfecciones que son los dones de Dios son los dones del Espíritu Santo
que con la gracia son concedidos.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Al serle concedidos los dones del Espíritu Santo, estos
disponen al hombre para actos más excelentes y heroicos que los de las virtudes
solas; por los dones, se mueve con más facilidad y alegría que para con las
virtudes. Esto, porque en las obras sobrenaturales no ha de faltar un modo de
obrar por las virtudes infusas ordinarias y otro más excelente y divino por los
dones del Espíritu Santo, que es un movimiento más por instinto divino que por
elección humana[5].
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre seamos dóciles a las mociones del Espíritu Santo!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Los divinos dones del Espíritu Santo son siete, cuatro
intelectuales, necesarios para ilustrar el entendimiento y tres para la
voluntad, para que ésta ejecute obras excelentes y divinísimas[6]. Es
este obrar con los dones del Espíritu Santo –y además con las virtudes infusas-
que concede la gracia, lo que distingue a justos de pecadores, a santos de
hombres vulgares y es lo que le concedió, a los santos, el ganar el Reino de
los cielos para toda la eternidad.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 288.
[2] Cfr. Is 60.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 288.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 289.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 289.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 290.
No hay comentarios:
Publicar un comentario