Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado para una doble reparación: por un evento
satánico a realizarse en la Universidad Complutense de Madrid y por el cierre
de la capilla de la misma Universidad, para impedir que se rece un Rosario en
reparación. Para mayor información acerca de estos dos lamentables hechos, se
puede consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Uno de los divinos dones del Espíritu Santo que vienen
concedidos con la gracia es el don de sabiduría, que “sirve para que el alma
conozca a Dios y sus divinos atributos”[1]. Junto
con este, viene el don de ciencia, que permite conocer a las creaturas para
usarlas bien y hacer de ellas un juicio acertado; el don entendimiento es para
penetrar los misterios divinos; el don de consejo es para usar con prudencia en
orden al bien obrar, todos estos divinos dones. Estos dones consuman una
prudencia divinísima y perfeccionan la parte intelectiva del hombre con las
virtudes que en ella están.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Los otros tres dones del Espíritu Santo perfeccionan la
fortaleza, la templanza y la justicia, es decir, la parte apetitiva y las
virtudes que ella viven[2]. El
don de fortaleza perfecciona el apetito irascible y la virtud de la fortaleza,
lo cual hace dejar de lado los temores mundanos y los respetos humanos. El don
de temor de Dios perfecciona a la virtud de la templanza, con la cual el hombre
refrena su apetito y deseos desordenados. El don de piedad, a su vez,
perfecciona a la voluntad y a la justicia, para querer el Bien Absoluto y obrar
según este mismo Bien, que es divinísimo.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
En el alma que está en gracia y si ella no lo estorba, el
Espíritu Santo está obrando de continuo su santidad y perfección, por medio de
sus dones, los cuales consuman la perfección y el edificio espiritual del alma[3].
San Anselmo y también Dionisio Cartujano afirman que “el primero de estos
dones, es el temor del Señor. Este don pone al Espíritu Santo por cimiento en
el campo de nuestra alma, cimiento sobre el cual se construye el edificio
espiritual del alma. Lo primero que hace el Espíritu Santo es hacer que el
hombre tema el ser atormentado por los demonios”[4],
por lo cual inculca una gran aversión al pecado y sobre todo al pecado mortal.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Luego del temor de Dios, coloca el Espíritu Santo el don de
piedad, inspirando al alma temerosa de Dios la compasión de sí y de los
prójimos, dándole a conocer cuán miserable será si se apartare de Dios y fuere
condenada al Infierno[5]. Por
eso se dice en el Eclesiástico: “Ten misericordia de tu alma agradando a Dios”[6]. Y
en otra parte se dice: “El varón misericordioso hace bien a su alma”. Y así,
con mucha razón, se sube al don de la piedad por medio del don del temor de
Dios.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Sostiene un autor que “sobre el don de piedad está el don de
ciencia, porque temiéndose y compadeciéndose de manera que busque el camino de
la salvación, le comunica el Espíritu Santo su conocimiento. Sobre el don de
ciencia, viene el de fortaleza, para que el alma ejecute lo que aprendió que es
bueno, para la salvación; a este don se añade el de consejo, para que así el
alma aprenda del Espíritu Santo el temor piadoso y lo que se ha de hacer según
el último fin, que es la salvación del alma y según los consejos divinos; luego viene el don de
entendimiento, para que el hombre entienda por qué debe hacer unas cosas y
evitar otras y que de sólo Dios debe esperar galardón y premio. Finalmente,
concede el Espíritu Santo el don de sabiduría para que lo que se conoce con el
don de entendimiento sea sabroso y dulce con el don de la sabiduría y así, sólo
por amor de la justicia y santidad siga el alma lo que entiende que debe seguir”[7]
para salvarse y evitar la eterna condenación.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 290.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 290.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 291.
[4] Anselm., lib. De Similit.; Dion., tract. 1, art. 12.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 291.
[6] 30, 24.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 291.
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