Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y
el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ataque vandálico
sufrido por la parroquia de La Asunción en Santiago de Chile. Para mayor
información, consultar el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
Los santos
son quienes mejor han comprendido el valor de la Eucaristía diaria y es por
esta razón que hacían todo lo posible para poder realizar la comunión
diariamente[1].
San José de Cupertino, que no dejó nunca de unirse a Jesús por la comunión,
decía: “Sabed que el día que no pueda recibir al Cordero –que es como llamaba a
la Eucaristía- pasaré a la otra vida”. Y, en efecto, sucedió que hubo un día en
el que no pudo comulgar y fue el día en que murió. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que siempre experimentemos el hambre del Pan Vivo bajado del cielo!
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Cuando el
padre de Santa Gema Galgani, preocupado por la salud de su hija, le reprochó
que salía todas las mañanas demasiado temprano para ir a Misa, oyó que su hija
le respondía: “Pero padre, me hace daño estar alejada de Jesús Sacramentado”[2]. Es decir, según los santos, ¡estamos más
protegidos con Jesús Eucaristía que sin Él!
Un Padre
Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
Desde que
Santa Catalina de Génova se enteró de la prohibición que pesaba sobre la ciudad
de celebrar Misa y de distribuir la Comunión, se iba todas las mañanas a pie a
un santuario lejano fuera de Génova para poder comulgar. Se le dijo que era una
exagerada y la Santa respondió: “Si tuviera que recorrer una milla y otra por
encima de carbones encendidos sólo para llegar a recibir a Jesús, diría que
aquel camino era fácil como una alfombra de rosas”[3]. Es de los santos, entonces, de quienes
tenemos que aprender a recibir a Jesús Eucaristía en nuestros corazones, con
todo el amor del que seamos capaces.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Los santos
habrían deseado comulgar no una sola vez al día, sino varias veces, tanto era
el amor que profesaban a la Eucaristía y tan alta era la comprensión de la
Presencia en Persona del Sagrado Corazón de Jesús en la Eucaristía[4]. San
Pío de Pietralcina dijo una vez a una hija espiritual suya que se enorgullecía del
heroísmo que hacía todos los días yendo a comulgar: “Hija mía, si se pudiera
haría de todo corazón ¡diez comuniones diarias!”. Y una vez que un hijo
espiritual se acusó en la Confesión de haber comulgado, por puro olvido, dos
veces en la misma mañana, le dijo el Padre Pío, iluminándose: “¡Feliz olvido!”.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Si alguien cayera en la cuenta acerca de los
innumerables beneficios –ante todo espirituales- que conlleva la comunión
diaria, no dudaría en acudir todos los días a recibir la Sagrada Eucaristía. Podemos
decir, con San Cirilo de Jerusalén, que la Eucaristía es el remedio para todos
los males del alma. Dice así el santo: “Si te hincha el veneno del orgullo,
recurre a la Eucaristía y el Pan, bajo cuya apariencia se ha ocultado tu Dios,
te enseñará la humildad. Si arde en ti la fiebre de la avaricia, come de este
Pan y aprenderás generosidad. Si te sientes empujado por la intemperancia,
aliméntate de la Carne y de la Sangre de Cristo, que tan excelentemente
practicó la sobriedad en su vida terrena y te harás temperante”[5]. ¡Verdaderamente, la Eucaristía es el remedio
celestial para todos nuestros males espirituales!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
”Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Stefano María Manelli, Jesús, Amor Eucarístico,
Testimonio de Autores Católicos Escogidos, Madrid 2006, 85.
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