miércoles, 13 de noviembre de 2019

Hora Santa en reparación por robo sacrílego a Catedral en Francia 051119



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el robo sacrílego de elementos utilizados para la Santa Misa, ocurrido en una iglesia en Francia. En el siguiente enlace se puede obtener mayor información acerca del infausto hecho:

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

         Afirma un autor: “Si Dios salió de Sí en sus efectos para amarnos –es decir, se encarnó en María Santísima para amarnos-, debe el alma salir de sí en sus efectos –debe hacer obras de misericordia- para amarlo”[1]. Continúa el autor: “Dios salió de Sí amando: el alma debe regresar a Dios amando también. Ante aquella Bondad que tanto la amó, debe unirse a su principio, que es Dios y consumar el círculo de amor amando con todas sus fuerzas a quien para amarlo empleó toda su omnipotencia”[2]. Amar a Dios con todas sus fuerzas, ésa debe ser la única relación del alma con Dios: amar porque Dios ha amado primero.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria. 

Segundo Misterio.

Meditación.

Después de haberse confesado y haber recibido la gracia en el Sacramento de la Confesión, la ocupación del alma debe ser la de amar a Dios y amarlo con toda la fuerza de la caridad de la que sea posible. Esto, porque no hay otra cosa en la naturaleza más activa ni que con mayor ímpetu busque su centro que el fuego: se compara a él la caridad en la Sagrada Escritura[3]. Y así como el fuego busca su centro, así el alma debe buscar su centro, que es Dios.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

         La caridad es el fuego celestial que mandó Dios que ardiese siempre en el altar, porque quien por la gracia se ha hecho altar del Espíritu Santo, debe también tener en sí el fuego de la caridad[4]. Así como arde el fuego en la lámpara señalando la presencia de Jesús Sacramentado en el sagrario, así debe arder el fuego de la caridad en el corazón del alma, señalando la Presencia de Jesús Sacramentado.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación.

En el Levítico, Dios mandó lo siguiente: “Fuego arderá siempre en mi altar, el cual sustentará el sacerdote, echándole leña cada día por la mañana y puesto el holocausto encima, abrasará las grosuras de las bestias pacíficas. Este fuego es perpetuo, que nunca faltará en el altar”[5]. Ahora bien, el altar es el corazón humano; el fuego que está en él es la caridad, es fuego que bajó del cielo y no se incendió en la tierra, porque la caridad sólo Dios la infunde y no hay fuerza natural que la pueda adquirir.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

En el fuego del altar que Dios mandó arder en el Levítico, el sacerdote encargado de mantener ese fuego es el alma devota; las ramas y la leña con que se ha de sustentar el fuego son los ejemplos de Vida de Cristo, los misterios sagrados, los beneficios divinos, las santas meditaciones de las perfecciones de Dios[6]. Con esta materia ha de cebar su caridad el siervo de Dios cada día, por la mañana, teniendo algún rato de oración sosegada. Por último, también ha de alimentar este fuego de caridad divina, haciendo holocausto de sí mismo, porque si no se consume el amor propio, estorbará mucho al Amor de Dios, el cual ha de abrasar y consumir todos los regalos de la carne y de la sangre y hacer de todo, agradable sacrificio al Señor. Con esto será perpetuo, como lo pide Dios, este fuego de la caridad en el altar de nuestro corazón.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

”Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Te vengo a pedir, oh Madre de Dios”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 275.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 275.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 276.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 276.
[5] Cap. 6.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 276.

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