Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de la Catedral
de Québec y el robo de reliquias de santos. Para mayor información, consultar
el siguiente enlace:
Canto inicial: “Cristianos venid,
cristianos llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
Por la gracia vienen al alma una infinidad de bienes; entre
ellos, uno de los más preciosos, la caridad divina[1].
Esto es así porque la unión que causa la gracia entre el hombre y Dios, no es
sólo por razón de su esencia –admirable y divina-, ni sólo por traer al alma la
Persona del Espíritu Santo, sino también por razón del amor del hombre a Dios.
El amor es unitivo en gran medida y así no había de faltar en esto la gracia,
para que por beneficio suyo nos uniéramos de todas maneras con la suma
hermosura y bondad del Creador[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre deseemos unirnos por el Amor y la gracia a Nuestro Señor Jesucristo, el
Hombre-Dios!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Porque nos une a Dios, que es Amor Eterno e Infinito en Acto
Puro, la gracia es causa de caridad, por la cual se une el hombre
afectuosamente con Dios. Junto con la gracia, entonces, se infunde la caridad
que procede del Ser Divino y esto lo hace como la reina de todas las virtudes
humanas y divinas, es decir, no hay virtud más grande que la caridad que se
infunde con la gracia[3]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre estemos en gracia, para que siempre estemos unidos a Dios por el Amor!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
De esta manera, la gracia sirve al justo como de naturaleza
sobrenatural, que lo levanta al estado de un ser divino –porque lo hace
partícipe del Ser de Dios- y así le trae consigo excelentísimas propiedades,
competentes a su perfección y la principal es la caridad[4]. Y
por la caridad que se infunde con la gracia, se comporta el alma como el árbol
que da frutos espléndidos y exquisitos, que es lo que se ve en los santos de
todos los tiempos, cuyos frutos de caridad y misericordia y piedad se deben a
la gracia.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Con respecto a la infusión de la caridad en el alma por la
gracia, dice Santo Tomás: “Como la voluntad procede de la substancia del alma,
así procede la caridad de la gracia, como también otras virtudes sobrenaturales
de otras potencias vienen de la gracia; pero todas sin la caridad son informes
y sin la gracia no pueden estar”[5]. De
esto se sigue la verdad que nos dicen las Escrituras: “Si yo hablase lenguas
humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o
címbalo que retiñe” (1 Cor 13, 1). ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca
nos falte la gracia que nos hace crecer en el Amor de Dios!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Si
un alma posee caridad, no lo posee de suyo, sino que es infundida por Dios con
la gracia, según Santo Tomás: “Y en influyendo Dios su forma y su esencia y la
gracia en la substancia del alma, se influye también el hábito de caridad en la
potencia de la voluntad”[6]. Si
el fuego, para abrasar las cosas, debe tener la calidad del calor, así la
gracia, que es como una nueva sobrenatural naturaleza y divina forma que recibe
el hombre –y con ella un nuevo y divino ser-, debe ser también principio de
algún movimiento y acción divina, un movimiento que hace que el hombre mire a
Dios solamente y lo ame a Él por sobre todas las cosas. De esta manera, el alma
se perfecciona aún más y se une a su Creador con todas sus potencias y afectos[7].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 264.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 264.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 265.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 265.
[5] Opusc. De dilect. Dei, cap. 6 in fin.
[6] Cfr. o. c.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 265.
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