Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en
reparación por el robo y posterior ultraje a un Crucifijo: una estudiante universitaria robó un Crucifijo y luego se tomó auto-fotos con el Crucifijo invertido, haciendo burla y mofa del mismo. Es decir, cometió un doble sacrilegio: robo de un objeto sagrado y luego burla de él. Para mayor
información, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Tantum ergo, Sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
Enseña San Dionisio Areopagita que “el Amor de Dios es un
sempiterno círculo que procede del Sumo Bien y con una conversión indeclinable
viene a parar y terminarse en el mismo Sumo Bien, porque por ser Dios
infinitamente bueno, ama a las creaturas y de modo singular a las racionales
justas, con amor de finísima amistad, haciéndolas con este Amor hermosísimas,
santas y divinas, por razón de la gracia que les infunde y con eso las hace
amabilísimas en su divino acatamiento”[1].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Es el Amor de Dios el que lo lleva a causar la gracia en la
creatura, gracia por la cual se hace el alma objeto y término que mira el Amor
de Dios con amistad verdadera, comportándose así como la segunda mitad del
círculo, cuya primera mitad proviene siempre de Dios[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que
respondamos siempre con amor al Amor de Dios que se nos da en la Eucaristía!
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El Amor de Dios en la creatura es como un círculo
sempiterno, dice San Dionisio Aeropagita; ahora bien, este círculo comienza
siempre en el Sumo Bien que es Dios y se completa con la infusión de la gracia
por parte de Dios en la creatura, porque al infundir la gracia en el alma,
resulta de ella la caridad, que la acompaña inseparablemente, con la cual la
creatura ama a Dios por ser Quien Es, Dios infinitamente bueno, convirtiéndose
así a su Creador, apreciándolo y amándolo sobre todo lo hermoso y amable del
mundo[3].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
El
círculo del Amor de Dios del que habla San Dionisio Areopagita consta entonces
de dos partes: una primera, que parte de Dios; la segunda mitad, se cumple
cuando el Amor torna a Él desde las creaturas a partir de la gracia. Entonces,
el Amor de Dios procede de Dios por el amor que tiene a las creaturas y torna a
Él desde las creaturas, por acción de la gracia y de la caridad que con la
gracia se infunde[4].
Así, la misma bondad infinita de Dios, que fue causa que crease y amase a sus
creaturas, es la misma causa por la cual las creaturas vuelvan a Él y lo amen
fidelísimamente.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Por
la gracia entonces se da inicio a la conversión de las creaturas a Dios, porque
así como la naturaleza divina, por ser infinitamente buena, es causa de su Amor
infinito, así la gracia, por ser participación de la naturaleza divina, lo es
de la bondad infinita y por eso ha de ser también principio de un excesivo y
sobrenatural Amor de Dios. Y como del Amor de Dios se deduce su bondad y
grandeza infinita, así de la grandeza de la caridad se puede deducir la
grandeza de la gracia que da tal fruto[5].
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] De Divin. Nom., cap. 4.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 266.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 266.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 266.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 267.
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