Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por los que practican ritos paganos y anti-cristianos,
ofendiendo así la majestad de Dios Uno y Trino y despreciando el misterio
pascual salvífico de muerte y resurrección de Cristo, Dios encarnado[1].
Canto inicial: “Alabado
sea el Santísimo Sacramento del altar”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os
ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(Misterios a elección).
Meditación.
El cristiano, hijo de la Virgen, debe
estar y permanecer allí donde está la Virgen y la Virgen está al pie de la
Cruz, en el Calvario. La Virgen está junto a Jesús que muere, para abrazarlo
con su amor maternal en las horas de su agonía. Todos lo han abandonado y
aunque Dios Padre no lo ha abandonado, parece como si lo hubiera hecho, al
punto que Jesús exclama: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?”. Pero
la única que no lo abandona, ni por un instante, es la Virgen, que permanece al
pie de la Cruz, para consolarlo con su amor maternal. El hijo de la Virgen debe
estar con la Virgen y hacer lo que Ella hace: darle amor a Jesús, que por amor
a nosotros, muere en la Cruz.
Un Padre Nuestro, Diez Ave
Marías, Un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
En la Cruz, Jesús es abandonado por
todos, menos por su Madre, quien bebe del cáliz amargo de su dolor y abandono,
dándole así un poco de alivio en medio de tanto sufrimiento. Los amigos, los
discípulos, y todos aquellos que recibieron inmensos y gratuitos dones de parte
de Jesús, no están al pie de la Cruz. Huyen de Jesús y de su dolor redentor,
como si de la peste se tratara, sin reparar que con su dolor y abandono Jesús
les está dando el más grande don de todos, el don de su Amor salvífico.
Un Padre Nuestro, Diez Ave
Marías, Un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Agotado por tantos golpes y por las
horas que lleva suspendido de la Cruz, la Divina mirada del Redentor parece
apagarse, pero lo que más le duele a su Sagrado Corazón no son esas horas de
agonía en la Cruz, sino el amargo abandono que sufre por parte de quienes
deberían estar, al pie de la Cruz, participando de su sufrimiento redentor. La
Virgen, a su vez, busca con su mirada a alguno que quiera ofrecerse para
aplacar su sed de amor, pero no los encuentra: “He buscado consoladores, pero
no los he encontrado”. ¿Consolamos a Jesús, acompañándolo postrados al pie de
la Cruz? ¿O más bien nos desentendemos de Él y lo dejamos sólo con su Madre en
la Cruz?
Un Padre Nuestro, Diez Ave
Marías, Un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Al pie de la Cruz no están las
multitudes que lo alababan y cantaban “hosannas”; no están con los que lo
recibían con júbilo; no están las muchedumbres a las que Él alimentó con su
pan, curó con su poder, liberó del maligno con su Amor. Sí hay pobres hombres
cegados por el odio y empujados por un odio preternatual, satánico, que desean
su muerte a pesar de haber recibido de Él sólo dones de Amor. Cada vez que
alguien comete un pecado, pasa a integrar esa muchedumbre; por eso debemos
cuidarnos bien de no caer en pecado y de conservar y acrecentar siempre el
estado de gracia.
Un Padre Nuestro, Diez Ave
Marías, Un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
A Jesús lo han abandonado sus
discípulos, pero hay uno que ha permanecido y es el discípulo amado, Juan
Evangelista. Es la Virgen la que lo sostiene en su amor por Jesús, uniendo su
corazón de joven asustado al Corazón Inmaculado y haciéndolo latir con el ritmo
de éste Corazón, inhabitado por el Espíritu Santo. Jesús posa su mirada sobre
la Virgen y Juan y, antes de morir, entrega lo que más ama en la tierra, a su
Madre, para que sea la Madre adoptiva de los hijos de Dios que nacen al pie de
la Cruz. Que nosotros, movidos por el Amor del Inmaculado Corazón, seamos de
aquellos que se acompañan a Jesús, postrados ante la Cruz, postrados ante el
sagrario y, también movidos por el mismo Amor de la Virgen, le digamos con todo
el amo del que seamos capaces: “¡Ven, Señor Jesús!”.
Oración final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
[1] Basaremos nuestras
meditaciones en el libro del P. Gobbi A
los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen María, Editorial
Nuestra Señora de Fátima, Argentina2 1992.
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