jueves, 10 de octubre de 2019

Hora Santa en reparación por destrucción de parroquia católica por el gobierno comunista chino 040419



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la injusta demolición de una parroquia católica en la provincia china de Quianyang, por parte del gobierno comunista chino. Para mayor información sobre este lamentable hecho, se puede consultar el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

         El alma que está en gracia posee el señorío por sobre todas las cosas por el hecho de “ser esposa de Dios y hacerse un espíritu con Él”[1]: si en el matrimonio humano dos se hacen una carne y se comunican mutuamente el señorío, del uno al otro, de modo que al casarse con una reina es rey el marido, en el matrimonio espiritual por la gracia tiene un privilegio semejante porque por él se hace el hombre un espíritu con Dios.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

         Afirma un autor, Gerson, en relación a la unión del alma en gracia con Dios: “Si un espíritu, también un Señor”. Y puesto que Dios es Señor de todas las cosas, también es Señor de todas las cosas quien está unido a Él por la gracia. Filipo Abad dice: “Con razón y con derecho se dice en el Cantar de los cantares “la voz de la tórtola se ha oído en nuestra tierra”, porque ya la posesión es común de entrambos, esto es, del Esposo y la Esposa, o sea, de Dios y del alma en gracia[2].

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

         El alma no sólo se hace un espíritu con Dios, sino un cuerpo y una carne con Cristo, con una unión mucho más estrecha que puede haber entre los hombres[3]. Y si el matrimonio humano, por hacer a dos una carne con menos estrechura, les da un mismo señorío, el matrimonio divino, pues hace un mismo espíritu y una carne con un vínculo más estrecho, por lo que debe tener la misma virtud. Por esto mismo Arnulfo Lexoviense infiere que si Cristo Esposo es Señor, que la Esposa –el alma- ha de ser Señora[4].

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación.

Afirma un autor que “el hombre que está en gracia es el fin de todas las cosas naturales, pues Dios la creó para él y para él las ordenó, no para el pecador”[5]. Este título de fin es el título de dominio que Dios tiene en las creaturas por ser el último fin de ellas y es el mayor que hay y es tal que, dice un Doctor, no es posible imaginarse uno mayor.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

         Si Dios es el último fin de todas las cosas, la creatura depende de Él en su autoridad y en su potestad, además de depender de Él como de su causa eficiente y conservadora de su ser. De esta manera, si el hombre santo –el hombre unido a Dios por la gracia- es el último fin creado de las demás cosas, es también el señor de las demás creaturas de todo el mundo de un modo admirable. Por esta misma razón, cuando hace uso de ellas un pecador, están las cosas como violentadas e injuriadas y lamentan su injuria, que vengarán el Día del Juicio[6].

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 252.
[2] In Cant., lib. 3, c. 10, par. 182.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 253.
[4] Serm. Ad Patres. Conc. Turon.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 253.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 254.

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