Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la injusta demolición de una
parroquia católica en la provincia china de Quianyang, por parte del gobierno
comunista chino. Para mayor información sobre este lamentable hecho, se puede
consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).
Meditación.
El alma que está en gracia posee el señorío por sobre todas
las cosas por el hecho de “ser esposa de Dios y hacerse un espíritu con Él”[1]:
si en el matrimonio humano dos se hacen una carne y se comunican mutuamente el
señorío, del uno al otro, de modo que al casarse con una reina es rey el
marido, en el matrimonio espiritual por la gracia tiene un privilegio semejante
porque por él se hace el hombre un espíritu con Dios.
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación.
Afirma un autor, Gerson, en relación a la unión del alma en
gracia con Dios: “Si un espíritu, también un Señor”. Y puesto que Dios es Señor
de todas las cosas, también es Señor de todas las cosas quien está unido a Él
por la gracia. Filipo Abad dice: “Con razón y con derecho se dice en el Cantar
de los cantares “la voz de la tórtola se ha oído en nuestra tierra”, porque ya
la posesión es común de entrambos, esto es, del Esposo y la Esposa, o sea, de
Dios y del alma en gracia[2].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación.
El alma no sólo se hace un espíritu con Dios, sino un cuerpo
y una carne con Cristo, con una unión mucho más estrecha que puede haber entre
los hombres[3].
Y si el matrimonio humano, por hacer a dos una carne con menos estrechura, les
da un mismo señorío, el matrimonio divino, pues hace un mismo espíritu y una
carne con un vínculo más estrecho, por lo que debe tener la misma virtud. Por esto
mismo Arnulfo Lexoviense infiere que si Cristo Esposo es Señor, que la Esposa –el
alma- ha de ser Señora[4].
Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación.
Afirma
un autor que “el hombre que está en gracia es el fin de todas las cosas
naturales, pues Dios la creó para él y para él las ordenó, no para el pecador”[5]. Este
título de fin es el título de dominio que Dios tiene en las creaturas por ser
el último fin de ellas y es el mayor que hay y es tal que, dice un Doctor, no
es posible imaginarse uno mayor.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación.
Si Dios es el último fin de todas las cosas, la creatura
depende de Él en su autoridad y en su potestad, además de depender de Él como
de su causa eficiente y conservadora de su ser. De esta manera, si el hombre
santo –el hombre unido a Dios por la gracia- es el último fin creado de las
demás cosas, es también el señor de las demás creaturas de todo el mundo de un
modo admirable. Por esta misma razón, cuando hace uso de ellas un pecador,
están las cosas como violentadas e injuriadas y lamentan su injuria, que
vengarán el Día del Juicio[6].
Oración final: “Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Cantad a María, la Reina del
cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 252.
[2] In Cant., lib. 3, c. 10, par. 182.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 253.
[4] Serm. Ad Patres. Conc. Turon.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 253.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 254.
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